Tuesday, August 16, 2016

Sierpe de la literatura cubana

Entre las cosas que más se le critican a Spielberg, sobresale el infantilismo redentor de sus historias; que suelen terminar en una apoteosis, por la que la mayoría de los involucrados se hace mejor persona; y en las que también, el antagonista es sobrepasado por la comicidad de su perversión. Quizás el mejor ejemplo de esto sea el final de El color púrpura, basado en la novela homónima de Alice Walker; criticado por esa apoteosis final, en que los hijos de la protagonista aparecen con los colores fastuosos de sus vestimentas africanas. No se pensó que coincidía en su dramatismo visual con el comienzo, en que la protagonista disfrutaba de su infancia entre los girasoles de la Luisiana; de modo que aquel final podía dirigirse a la redención de la heroína, que finalmente alcanzaba la plenitud, porque era demasiado idealista. 

Igual que El color púrpura de Spielberg, en Cuba El viejo espigón de Maité Vera recibiría las mismas críticas; aunque en este caso no se trataba del idealismo típico de Spielberg sino de la estética del llamado Realismo socialista, no menos denostado. Es curiosa esa coincidencia, porque denotaría la intención discursiva de la estética, en la que el nombre sólo aludiría al propósito y no a la realidad; esa sería la manera un poco retorcida en que ese llamado realismo socialista era en realidad idealista, como un lastre que arrastra su referencia filosófica en el Marxismo. El complicadísimo idealismo de Vera sería así tan eficaz como el franco idealismo de Spielberg, e igual de incomprendido; en ambos casos la estética es funcional, aunque la filosofía sea fallida, por esa recurrencia tenaz al imperativo categórico kantiano que determina al idealismo. 

Más ineficiente es la pretensión de criticismo elitista del realismo banal, enseñoreándose en la literatura cubana; que sólo cuando se contrae a ese redentorismo idealista —por más que mediocre— como en Manuel Cofiño, da argumento suficiente para un filme. La prueba estaría en los últimos desarrollos de ese criticismo literario, que explota el filón comercial en producciones mediocres y repetitivas; lo mismo el Pedro Juan Gutiérrez que fue el primer escritor cubano en consolidarse económicamente, que el Padura que ha asaltado las palestras del Coelho brasileño. Incluso, la mediocridad de Gutiérrez y Padura es en alguna forma populista, y se reduce al uso de fórmulas y oportunismo político; sin embargo, se basa en el afán elitista que fraccionó a la pretensión idealista de principios del proceso revolucionario; cuando erigidos en una inquisición por su intelectualismo, un grupo reclamó el heroísmo de la disidencia desde Lunes de revolución

Esto se vería en las pugnas internas que desatara esa facción, que no eran ideológicas sino pandilleras —como siempre— y en ello arrogantes; sacrificando la línea del cine cubano, en favor del neorrealismo italiano contra la nueva ola francesa, cuando la facción híper crítica perdiera la guerra. En ambos casos se habría tratado de eurocentrismo indígena, desde que la referencia en pugna era francesa o italiana; que es en lo que residiera la eficacia estética del realismo socialista, como reducción al bienestar neoburgués del socialismo, en una apertura culturalista y no racionalista. Sería esa falta de criticismo lo que frustrara al elitismo intelectual de la literatura socialista, demostrando que sus pretensiones eran políticas y no estéticas; lo que explicaría el otro fenómeno en que decae la literatura, al subordinar su capacidad reflexiva a esa pretensión discursiva en su elitismo; que es en lo que reside la eficacia de Vera —y la de Spielberg como Cofiño—, porque el criticismo era la reducción racional positiva en que no se comprende a la realidad. 

Bien que un poco retorcida, la eficacia de Vera, como la de Cofiño y Spielberg, residiría entonces en esa falta de pretensiones; extrayendo su comprensión por esos vericuetos de la hermenéutica, en el realismo trascendental del inmanentismo que reflejan; en que apostan al bienestar neoburgués del socialismo como nueva ontología, tal y como el sentimentalismo femenino en la poesía modernista. Una apuesta por la sensibilidad misma, que sería en lo que resida el valor cognitivo del arte; en tanto reflexión que es así de la realidad, salvando en tanto antropomorfista al realismo en su conservación práctica. Eso debería explicar el fracaso constante de aquella facción intelectualista, que se explica en su propio elitismo; no importa la falacia del poder al que se enfrentaba, que sólo era igual de pandillera aunque más grosera, y en ello más franca.

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