Sierpe de la literatura cubana
Entre las cosas que más se le critican a
Spielberg, sobresale el infantilismo redentor de sus historias; que suelen
terminar en una apoteosis, por la que la mayoría de los involucrados se hace
mejor persona; y en las que también, el antagonista es sobrepasado por la
comicidad de su perversión. Quizás el mejor ejemplo de esto sea el final de El color púrpura, basado en la novela
homónima de Alice Walker; criticado por esa apoteosis final, en que los hijos de
la protagonista aparecen con los colores fastuosos
de sus vestimentas africanas. No se pensó que coincidía en su dramatismo
visual con el comienzo, en que la protagonista disfrutaba de su infancia entre
los girasoles de la Luisiana; de modo que aquel final podía dirigirse a la
redención de la heroína, que finalmente alcanzaba la plenitud, porque era
demasiado idealista.
Igual que El color
púrpura de Spielberg, en Cuba El
viejo espigón de Maité Vera recibiría las mismas críticas; aunque en este
caso no se trataba del idealismo típico de Spielberg sino de la estética del
llamado Realismo socialista, no menos denostado. Es curiosa esa coincidencia,
porque denotaría la intención discursiva de la estética, en la que el nombre sólo
aludiría al propósito y no a la realidad; esa sería la manera un poco retorcida
en que ese llamado realismo socialista era en realidad idealista, como un
lastre que arrastra su referencia filosófica en el Marxismo. El complicadísimo idealismo de Vera sería así
tan eficaz como el franco idealismo de Spielberg, e igual de incomprendido; en
ambos casos la estética es funcional, aunque la filosofía sea fallida, por esa
recurrencia tenaz al imperativo categórico kantiano que determina al idealismo.
Más ineficiente es la pretensión de criticismo elitista del realismo banal, enseñoreándose
en la literatura cubana; que sólo cuando se contrae a ese redentorismo
idealista —por más que mediocre— como en Manuel Cofiño, da argumento suficiente
para un filme. La prueba estaría en los últimos desarrollos de ese criticismo
literario, que explota el filón comercial en producciones mediocres y
repetitivas; lo mismo el Pedro Juan Gutiérrez que fue el primer escritor cubano
en consolidarse económicamente, que el Padura que ha asaltado las palestras del
Coelho brasileño. Incluso, la mediocridad de Gutiérrez y Padura
es en alguna forma populista, y se reduce al uso de fórmulas y oportunismo
político; sin embargo, se basa en el afán elitista que fraccionó a la pretensión
idealista de principios del proceso revolucionario; cuando erigidos en una
inquisición por su intelectualismo, un grupo reclamó el heroísmo de la disidencia
desde Lunes de revolución.
Esto se vería en las pugnas internas que desatara esa facción, que no eran ideológicas sino pandilleras —como
siempre— y en ello arrogantes; sacrificando la línea del cine cubano, en favor
del neorrealismo italiano contra la nueva ola francesa, cuando la facción híper
crítica perdiera la guerra. En ambos casos se habría tratado de eurocentrismo
indígena, desde que la referencia en pugna era francesa o italiana; que es en
lo que residiera la eficacia estética del realismo socialista, como reducción al
bienestar neoburgués del socialismo, en una apertura culturalista y no
racionalista. Sería esa falta de criticismo lo que frustrara
al elitismo intelectual de la literatura socialista, demostrando que sus
pretensiones eran políticas y no estéticas; lo que explicaría el otro fenómeno
en que decae la literatura, al subordinar su capacidad reflexiva a esa pretensión
discursiva en su elitismo; que es en lo que reside la eficacia de Vera —y la de
Spielberg como Cofiño—, porque el criticismo era la reducción racional positiva
en que no se comprende a la realidad.
Bien que un poco retorcida, la eficacia
de Vera, como la de Cofiño y Spielberg, residiría entonces en esa falta de
pretensiones; extrayendo su comprensión por esos vericuetos de la hermenéutica,
en el realismo trascendental del inmanentismo que reflejan; en que apostan al
bienestar neoburgués del socialismo como nueva ontología, tal y como el
sentimentalismo femenino en la poesía modernista. Una apuesta por la
sensibilidad misma, que sería en lo que resida el valor cognitivo del arte; en
tanto reflexión que es así de la realidad, salvando en tanto antropomorfista al
realismo en su conservación práctica. Eso debería explicar el fracaso constante de
aquella facción intelectualista, que se explica en su propio elitismo; no
importa la falacia del poder al que se enfrentaba, que sólo era igual de
pandillera aunque más grosera, y en ello más franca.
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