Del realismo en la reflexión estética moderna
Para el Harold Bloom de El canon occidental, Shakespeare y
Cervantes están en el pináculo, junto a Dante Alighieri; la salvedad es que
entre el último y los primeros —a los que se atribuye la base de sus
respectivas tradiciones nacionales—, median entre dos y tres siglos. Eso daría
a Dante el carácter de precursor para toda la literatura moderna en Occidente,
influenciando a los otros; en coincidencia con el proceso mismo del
Renacimiento, que tiene su apoteosis en el siglo XV que lo marca; pero que se
gesta en el auge del capitalismo florentino de los siglos XII y XIII, en que se
forma el Dante bajo la lógica aristotélica de Santo Tomás de Aquino.
No es gratuito que su modelo sea la
Eneida, que es la última epopeya clásica,
inspirada a su vez en la tradición homérica; con eso logra insuflar la
flexibilidad reflexiva en la cultura popular, inaugurando la literatura
moderna, que es en lo que reside el valor canónico de La divina comedia. El vacío temporal se explicaría en el proceso de
gestación, que debe alcanzar genios individuales equivalentes; no
necesariamente debidos al amor de un dios —aunque nadie sabe qué significa eso—,
pero sí al nivel de masa crítica susceptible de reflexividad. Se trata, no se
olvide, del traspaso desde la tradición latina como parámetro clásico; organizada
en el canon italiano, como referente lingüístico (epistemología) y
antropológico (ontología); pero sobre la base de una tradición ya masiva en su
propia actualidad, por el auge político proveniente de su capitalismo.
Esa es precisamente la diferencia
entre España e Inglaterra por un lado e Italia por el otro, la última comienza
el proceso; que sólo encontrará su apoteosis y culminación con el auge imperial
en que Occidente se expande en las Américas. A partir de ahí, lo que ocurre es
una transición acelerada al Barroco, a través de los manierismos; que más
imperceptible por su naturaleza distinta en la literatura, figura una extensión
del mismo renacimiento, pero obviando a los precursores americanos, que eran
abiertamente barrocos. El vínculo dantesco explica la reorganización reflexiva
de la literatura, con mayor madurez que su precedente clásico; donde el hilo
dramático cumplía la función antropológica, que explicaba la realidad en sus
determinaciones.
Debe recordarse que la epopeya clásica no era
una ficción en sentido estricto, sino una figuración de carácter histórico;
porque el mito no era sino una metáfora de la realidad, que compartían los
dioses —como su determinación— y los hombres. Esa función se mantiene hasta el último
momento de la era clásica, aunque ya Virgilio hace una manipulación evidente;
en que junto al Ovidio de Las
metamorfosis, sólo pueden atestiguar la decadencia majestuosa de esa
antigüedad. Dante sin embargo ya hace ficción en ese sentido estricto de la
literatura moderna, aunque lo haga reflexionando directamente la realidad; que
es en definitiva lo único que puede hacer una figura literaria, sea metáfora, parábola
o concepto exactamente racional.
Es esa capacidad singular suya la
que habría extraído de la lógica aristotélica, explicando la inmensidad de su
artificio dramático; aunque para eso debiera sacrificar su propia existencia,
con la inmersión en el conflicto —como de los universales— entre güelfos y gibelinos.
El realismo aristotélico tomista no sobreviviría a la puñalada artera del dogmatismo
platónico agustinita agazapado en la Escolástica; pero la literatura sí, si en
definitiva, por su carácter vernáculo, podía escapar en sus sinuosidades a la
vigilancia gnoseológica del dogma. No es que la literatura pudiera de otro modo
haberse desarrollado como algo distinto que un realismo trascendental; sino que
este es el modo concreto en que logra desarrollarse, retomando aquella disputa
interrumpida con el decadentismo imperial romano, en esa forma de realismo
trascendental.
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