Monday, October 17, 2016

Del realismo en la reflexión estética moderna

Para el Harold Bloom de El canon occidental, Shakespeare y Cervantes están en el pináculo, junto a Dante Alighieri; la salvedad es que entre el último y los primeros —a los que se atribuye la base de sus respectivas tradiciones nacionales—, median entre dos y tres siglos. Eso daría a Dante el carácter de precursor para toda la literatura moderna en Occidente, influenciando a los otros; en coincidencia con el proceso mismo del Renacimiento, que tiene su apoteosis en el siglo XV que lo marca; pero que se gesta en el auge del capitalismo florentino de los siglos XII y XIII, en que se forma el Dante bajo la lógica aristotélica de Santo Tomás de Aquino.

No es gratuito que su modelo sea la Eneida, que es la última epopeya clásica, inspirada a su vez en la tradición homérica; con eso logra insuflar la flexibilidad reflexiva en la cultura popular, inaugurando la literatura moderna, que es en lo que reside el valor canónico de La divina comedia. El vacío temporal se explicaría en el proceso de gestación, que debe alcanzar genios individuales equivalentes; no necesariamente debidos al amor de un dios —aunque nadie sabe qué significa eso—, pero sí al nivel de masa crítica susceptible de reflexividad. Se trata, no se olvide, del traspaso desde la tradición latina como parámetro clásico; organizada en el canon italiano, como referente lingüístico (epistemología) y antropológico (ontología); pero sobre la base de una tradición ya masiva en su propia actualidad, por el auge político proveniente de su capitalismo.

Esa es precisamente la diferencia entre España e Inglaterra por un lado e Italia por el otro, la última comienza el proceso; que sólo encontrará su apoteosis y culminación con el auge imperial en que Occidente se expande en las Américas. A partir de ahí, lo que ocurre es una transición acelerada al Barroco, a través de los manierismos; que más imperceptible por su naturaleza distinta en la literatura, figura una extensión del mismo renacimiento, pero obviando a los precursores americanos, que eran abiertamente barrocos. El vínculo dantesco explica la reorganización reflexiva de la literatura, con mayor madurez que su precedente clásico; donde el hilo dramático cumplía la función antropológica, que explicaba la realidad en sus determinaciones.

Debe recordarse que la epopeya clásica no era una ficción en sentido estricto, sino una figuración de carácter histórico; porque el mito no era sino una metáfora de la realidad, que compartían los dioses —como su determinación— y los hombres. Esa función se mantiene hasta el último momento de la era clásica, aunque ya Virgilio hace una manipulación evidente; en que junto al Ovidio de Las metamorfosis, sólo pueden atestiguar la decadencia majestuosa de esa antigüedad. Dante sin embargo ya hace ficción en ese sentido estricto de la literatura moderna, aunque lo haga reflexionando directamente la realidad; que es en definitiva lo único que puede hacer una figura literaria, sea metáfora, parábola o concepto exactamente racional.

Es esa capacidad singular suya la que habría extraído de la lógica aristotélica, explicando la inmensidad de su artificio dramático; aunque para eso debiera sacrificar su propia existencia, con la inmersión en el conflicto —como de los universales— entre güelfos y gibelinos. El realismo aristotélico tomista no sobreviviría a la puñalada artera del dogmatismo platónico agustinita agazapado en la Escolástica; pero la literatura sí, si en definitiva, por su carácter vernáculo, podía escapar en sus sinuosidades a la vigilancia gnoseológica del dogma. No es que la literatura pudiera de otro modo haberse desarrollado como algo distinto que un realismo trascendental; sino que este es el modo concreto en que logra desarrollarse, retomando aquella disputa interrumpida con el decadentismo imperial romano, en esa forma de realismo trascendental.

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