El pulso de la derrota en Damaris Calderón
En un verso, la poeta Damaris Calderón dice saludar al sol con la
reverencia de un negro; una imagen cuya eficacia reside en ese valor arquetípico
de la negritud como estado salvaje y en ello de salvación. Tamaño racismo se
hace más llamativo por el hecho de que la poeta nace en 1967, probando que el
problema cubano es cultural; pues se trataría de la misma contradicción
inicial, por la que José Martí determinaría el trauma nacional con su idealismo
crónico y voluntarioso. Cuando Martí afirma que hombre es más que negro y más
que blanco, obvia con ello toda individualidad; funcionando así como el dogma
católico, sólo que ahora secular y nacionalista, amenazando a quien lo
cuestione.
Hombre es, obviamente negro o blanco o cualquiera de sus categorías
intermedias, como mujer o varón y sus respectivas mediaciones; porque el Ser en
abstracto —ya se sabe desde Heidegger— no existe, sino siempre en los modos
puntuales en que aporta su propia consistencia a esa abstracción del género o
la especie. El idealismo martiano es así incluso perverso, como habría demostrado
en su minuciosa consecuencia; porque él mismo hacía el gesto determinante desde
la seguridad social de su raza, en que se permitía la piedad por el negro, sin
reconocer la inmediatez de su necesidad. La reticencia de Maceo es así también
más consistente, porque es sobre esa inmadurez por la que no puede cuajar un
sujeto nacional; sólo el ascendiente de Gómez pudo salvar ese escollo, pero
forzándolo a ese pacto con su ascendiente personal.
El voluntarismo sigue así dando forma a lo cubano, e impidiéndole llegar
a una madurez plena y reconciliada; que se verá cuando lo negro pierda ese
valor tópico, del que no tendrá que defenderse en su propia suficiencia. Ese es
el improbable momento en que también se les pueda creer a los poetas,
despojados de la esquizofrenia de sus sacerdocios; en que abstraen su dificultad
para redimirse en el rezo y no en la expiación, que es sólo trascendente por la
nimiedad del acto en que se realiza, y no por la grandilocuencia del verbo ni
el imaginario snob.
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