Diario de Cuba en la era de la postverdad
Atacar a Zoe Valdés y burlarse de ella es una
práctica habitual en la mezquindad de las élites intelectuales cubanas; que ven
con desespero cómo se les va alejando la esperanzada juventud sin que se auto
cumplan las promesas que se hicieran a sí mismas de ser todas reinas. A Valdés
se le achaca el ser una figura más o menos folclórica, como si ellos mismos no
lo fueran con sus manierismos; peor aún, como si ellos pudieran penetrar de
forma estable y continua el mercado del libro, como en efecto sí lo hace ella.
Ante tanta mezquindad no es necesario defender una literatura que tiene
dignidad suficiente para batallar por sí misma en cualquier anaquel; que debe
ser el motivo por el que en vez de abundar en ejemplos literarios —ya que la
crítica supuestamente lo es— apelan al ad hominen.
Del carácter de Valdés lo único que puede
decirse es que no es falaz, como sí son sus detractores; que parecieran
alimentarse con puro espíritu, por su sorpresivo desconocimiento del valor
estético y la funcionalidad de una palabrota. Mayormente anónimos, sus críticos
predan en la red de seudo revistas literarias que son los blogs personales; y
nunca —ni por asomo— citarán una de esas falencias literarias suyas. Por
supuesto, es fácil reconocer en esa dinámica el ambiente literario cubano, a
pesar de su relativa apacibilidad desde los tiempos del New low de Heriberto Hernández; y uno de cuyos pináculos es el
llamado Diario de Cuba, que hasta
utiliza material ajeno como contenido sin siquiera pedir autorización; o peor
aún, ni siquiera tiene la decencia de responder a un pedido en este sentido;
dejando claro no sólo la intención aviesa, sino también la escuela de que procede,
en la violencia delincuencial del periodismo revolucionario cubano.
No debe ser casual que Diario de Cuba sea dirigido por Pablo Díaz Espi, separado en malos
términos del Encuentro fundado por su
padre; el Jesús Díaz que no sólo escribió Las
iniciales de la tierra y el guion ideológicamente oportunista y manipulador
de Lejanía, también provenía de la
soberbia policial de El caimán barbudo
inicial. Fuera de ese vínculo, el director de Diario de Cuba sólo cuenta con el
mérito de vivir del egocentrismo ajeno; alimentando el propio, al comprar las
voluntades de cuanto pretencioso se gasta el culturalismo cubano, como una tiñosa
que ni cazar puede sus propias presas.
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