You’d love Lucy
En el 2014, el mismo Jean Luc Besson de The fifth element estrenó Lucy, otra de ciencia ficción; que a
diferencia de la primera, fue acogida con displicente paternalismo, dada su
floja base científica. El filme le valió algún premio a Scarlett Johansson, que lo único que tiene es una sonrisa bien colocada; aunque a
diferencia de la de Julia Robert resulta prognática, y de la de Meryl Streep totalmente
inexpresiva. Entre coprotagónico y secundario, Morgan Freeman vuelve a ser el
sostén actoral del cine de serie B; siendo ya hora de pensar que es a él mismo
a quien no le interesa protagonizar grandes dramáticos, porque de otro modo es
inexplicable la insistencia. Es cierto que la base científica del filme se
reduce a mitos como el de la sustancia CPH4, y de que sólo usamos el diez por
ciento del cerebro; que ya todo el mundo sabe que no es cierto, aunque también
ignoren que su uso aquí es meramente convencional.
Por soluciones metafóricas de ese calibre sería que nos hemos gastado
miles de años de doctrinas religiosas; bien que antes de que el Racionalismo
moderno pusiera un asterisco de duda en toda especulación, y no siempre para
bien, como nos recuerda la pertinencia del arte. En realidad, el argumento de
Lucy no tendría mucho que ver con una base científica, que es usada sólo como
convención formal; sobre la que se construye el argumento, pero como una gran
especulación de corte filosófico y muy sólido en ese sentido. La especulación
consiste en la naturaleza del Tiempo, como cuarta dimensión de la realidad,
pero en ello como condición propia del espacio; que es un problema altamente
especulativo, ya que la misma física cuántica no ha logrado resolver el
problema de la realidad y su determinación.
Eso sigue siendo materia científica en tanto la física es una ciencia, aunque
en la película no se mencionan los problemas del cuanto; sin embargo, este
sería un acercamiento original al problema, demostrando la legitimidad y
suficiencia del arte como recurso reflexivo. Si se resuelve el problema del
Tiempo con relación al Espacio, lo que se habría resuelto es la contradicción
perenne del Dasein de Heidegger; que no es que no sea ilusoria, como toda
contradicción, e incluso resuelta hace mucho, sino que esta solución de ahora
sería creíble y consensual; conciliando el inmanentismo del interés de la
comunidad científica, con el trascendentalismo del de la filosófica. Habrá de
recordarse que en tanto solución del problema del Dasein, es así una
conciliación de la dialéctica hegeliana como proceso de determinación de lo
real; que es así la explicación última y definitiva del Órganon aristotélico,
como el proceso de determinación de la substancia.
En ese sentido, parte de la crítica del filme se ha detenido en el
absurdo de que el tiempo es indetenible; por una escena —sin dudas magistral—
en que la heroína lo repasa como las hojas de un libro, sin que la gente caiga
en cuenta de que es sólo una metáfora; según la cual, lo que hace el personaje
es abstraerse en la contemplación y comprensión de toda la realidad como
conjunto. De hecho, en un momento de la escena se encuentra con la primate Lucy
—no, idiotas, el nombre no era gratuito—, estableciendo la conexión entre el
pasado y el futuro; con lo que incluso corrige la otra teoría del origen
espacial de la especie humana, que trata de explicar el increíble salto
evolutivo que significa la aparición de la especie humana. Especialmente hermoso
que esta conexión se haga reproduciendo el acto de la
escena de la Creación de Miguel Ángel; y también que ocurriendo entre mujeres y
no entre varones, aluda al lazo mitocondrial, en un discurso más reivindicativo
que todo el feminismo del mundo.
Según la propuesta del filme, la intervención en el proceso no tendría
que ser alienígena, sino que podría ser humana; como una auto redeterminación
de la especie, que viaja hacia sus propios orígenes, dando lugar a una de las
paradojas del continuo espacio temporal más hermosas y profundas del cine; y
que en tanto auto redeterminación, vuelve a aludir al proceso de determinación
de la substancia como la misma dialéctica hegeliana. Hay otra escena magistral, en la que se incrementa la tensión del filme
como un thriller; en el que mientras la conciencia (Lucy) trata de
organizar el conocimiento, su perseguidor está siempre a punto de acabarla. En
el entretanto, la escena ocurre en la Universidad de París, donde el tiroteo
destruye parte del patrimonio artístico; recordando que el desarrollo es
un drama sobre los mismos excesos humanos, contra los que no hay garantías,
como demuestra la desaparición de complejos culturales; también esa otra
futilidad de nuestra acumulación de objetos de dudoso valor incluso como arte o
patrimonio, que desaparecerá en el camino.
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No es un énfasis gratuito, ante el escándalo pueril de destrucciones
como la de los talibanes en Afganistán y del llamado estado Islámico en Irak;
que no deberían ni llamar la atención ante la banalización del mal con que
permitimos los genocidios, a sabiendas de que su origen está en nuestra
ilusoria prosperidad. El filme tiene poco más que eso, con efectos especiales poco
asombrosos, y actuaciones regulares, excepto Freeman, por supuesto; tampoco la
fotografía o la puesta en escena es esencialmente espectacular, poniendo todo
el peso del incomprendido filme en esta otra profundidad filosófica.
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