Monday, March 11, 2019

Lady J


Como drama de época, que envuelve poder y engaños en la corte francesa, Lady J está condenada a la comparación con Dangerous Liasions; pero en realidad, fuera del tema común no hay nada más lejos de una que la otra. La diferencia puede ser siquiera el tiempo entre ellas, que marca la diferencia en los modos de hacer cine; con una película que basa su poder en una dramaturgia densa y complicada, y se resuelve en un elenco de primera; mientras la otra no pasa de una dramaturgia tan simple que parece a propósito para avergonzar a la honorable tradición francesa. No es que Lady J esté mal, sino que no alcanza para eso, más allá del bucolismo precioso de su fotografía; que contrarresta la debilidad del filme con una maestría digna de mejor empeño, y nada más.

Peor que eso, más que nada más, la película parece ir en su propia contra, con un elenco desigual; que va de lo anodino en la estelaridad innegable de Cécile de France, a los torpes movimientos de teatro escolar de Laure Calamy. Entre ambas hay todo el espectro de actuaciones, que va de lo regular a lo pésimo; con la sola excepción de la serena Alice Isaaz, de cuyos clichés hay que acusar al simplismo del director. La historia narra la venganza de Madame de la Pommeraye (Cécile de France) contra el Marqués de Arcis (Edouard Baer); que aprovechándose de su franqueza y amistoso liberalismo, la seduce para luego abandonarla en pos de otras aventuras. Para su venganza, la de Pommeraye usa a una aristócrata caída en desgracia y a su hija, a las que rescata de un burdel; tejiendo una red de ensueño y romanticismo alrededor del incontrolable marqués, que por supuesto caerá en su juego.

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El problema con esta trama es el simplismo casi ofensivo, que gasta los recursos del cine en una simple fábula moral; con un encuadre final más o menos ambiguo, en el que la despechada no está segura de haberse salido con la suya, mientras el marqués termina felizmente casado. En el entretanto, en alguna escena la despechada muestra la dureza de su determinación ante una mujer asombrada de su irracionalidad; pero no es suficiente para sacar al drama del pozo de su propia ingenuidad, que parece fatal. Por ningún lado asoma la humanidad de los personajes, mejor resuelta en la tradición de literatura juvenil como la de Víctor Hugo; que con El conde de Montecristo dejó sentenciada la pobreza de cualquier ánimo de venganza, con mucho menos recursos. Más desgraciadamente aún para este filme, no puede evitar la referencia a ese icono que es Dangerous Liasions; un drama de cuya retorcedura cuelgan las más complejas personalidades, como para mostrar por qué se habla hoy de decadencia en el arte.



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