Monday, April 1, 2019

Useless: Machines for Dreaming, Thinking, and Seeing


Esta es una exposición del Bronx museum of arts, curada por el renombrado Gerardo Mosquera; en la que recoge el trabajo de diversos artistas, algunos ya conocidos y otros que se están dando justo a conocer, todos en ese contexto ambiguo que es el arte contemporáneo. De hecho, más que la obviedad de contemporáneo debería reconocerse en su propia naturaleza de arte conceptual; sólo que eso podría desvirtuar la percepción con la discusión inútil —nunca mejor dicho— de si es posible aún el arte conceptual o ya sería post-conceptual.

Hay un motivo para reconocerlo como conceptual de hecho, y es que no rebasa nunca el planteamiento conceptualista; ni siquiera —lo que es digno de mención— porque pone más atención que la habitual a los requerimientos formales de las obras en cuestión. Más allá de eso, la exposición tiene un grave problema de fondo, y es la recurrencia de su tema, que hace que las obras que recoge sean generalmente predecibles; lo que ya es curioso, porque por una vez no se puede hacer leña de ese árbol ya caído del arte, que en su contemporaneidad descree tanto de los valores formales de lo que sólo es forma.

El problema con esta exposición entonces es el del conceptualismo en sí mismo, en su alusión a principios abstractos; que en tanto mecánicos se vuelven repetitivos y recurrentes, desvalorizando a la obra justo por afectarla en su excepcionalidad. Es decir, más allá de la innegable calidad formal de estas obras en general, son sencillamente predecibles; y lo son desde el concepto mismo, que por recurrente ya cuenta hasta con entrada propia en Wikipedia y hasta un canal de YouTube dedicado exclusivamente a la creación de ese tipo de objetos. Tampoco es para extrañarse mucho, las exposiciones son como las antología poéticas, quien quiere hace una; la relevancia, como en la literatura contemporánea, no radica en el objeto mismo sino en las relaciones de quien convoca.

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Como con las antologías, las piezas no son hechas para la exposición sino recogidas por esta; alimentando esa persistente sospecha de si los curadores no son en realidad artistas vicarios, que —a juzgar por los resultados— como los vampiros viven de los artistas reales. En este caso se trata de Gerardo Mosquera, quien con todo su prestigio no puede aportar la relevancia que justifique el coste; aunque siempre queda la duda de si ese fue el sentido en algún momento, o era la simple y continuada justificación de un estilo de vida, como va siendo habitual.

Es una pena, pues de algún modo estas piezas son tan orgánicas y bien concebidas en el contexto adecuado podrían replantearse el sentido del arte; con esa disquisición sobre la elusiva consistencia de los fenómenos que siempre propone todo conceptualismo. Especial mención merecen las fotos de José Iraola, y los videos de Jairo González por una parte, y Peter Fischli y David Weiss por otra; pero sin que se pueda obviar la mayoría de las piezas participantes, que pueden alcanzar una complejidad inusitada.

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