Del tema racial en El Puente
Lo que todos sus miembros sí tenían en común era la
marginalidad, ofensiva incluso de tan abierta e incluyente; recogiendo a todos los
desechados por la nueva convencionalidad institucional, que fue el pecado
revolucionario. Eso no es tan extraño, si como hija del liberalismo moderno, la
revolución era funcionalmente conservadora; por el humanismo puritano en que
nace, de las absurdas racionalizaciones de los ilustrados y no de una realidad
práctica.
Eso tampoco es extraño, la naturaleza del liberalismo es
moral, no práctica como la conservadora, porque es ideológica; y eso produce
todas las contradicciones que lo imposibilitan, del desastre francés al
haitiano, y de este al cubano. De ahí que El Puente fuera el remanso momentáneo
en que confluyó todo lo que sobraba, hasta encontrar uso; explicando esa
inorganicidad del fenómeno, que se limitaba a reaccionar al institucionalismo
tradicional, pero reproduciéndolo.
Nadie se ha cuestionado a dónde podía llegar un proyecto sin
gestión económica, dependiendo de un presupuesto; que provenía a la vez de la
idealización de su gestor, fuera este abstracto como la revolución, o concreto
como José Mario. En ambos casos, el fenómeno carece de alcance existencial,
contando sólo con la posibilidad política, como trascendencia; y en la que
vence el más fuerte y eso es legítimo, porque ninguno satisface una necesidad
efectiva, sino sólo artificial.
El Puente aclara así uno de los conflictos más
recurrentes del humanismo moderno, en la supuesta fuerza del débil; que
consistiendo en una supremacía moral, es tan falsa que resulta insostenible, desaguando
el ego lastimado de sus pobres. La lección de El Puente es que la salvación es
individual, porque la dignidad reside en la persona, y es siempre existencial;
ya que no hay trascendencia que sobreponga al Ser a su inmanencia, obligándolo
a la modestia histórica, no al trascendentalismo.
Eso no lo puede hacer el feminismo, que es sólo una
fuerza política como ideología, igual que la sexualidad; pero sí puede hacerlo la
conciencia de Ser negro, porque es su inmanencia y no un inasible trascendental.
De hecho, la potencia que late tras el problema racial no es de Justicia sino
de realidad; es una cosmología y una práctica existencial, por la que se sabe
que lo humano es pura sobrevivencia, y en eso comprensible.
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