Warriors Ediciones ha presentado el título Cuentos con aché, una
trilogía de cuentos de autores negros cubanos; en lo que parece un esfuerzo ingenuo,
en su intento de sobreponerse a la falta de voluntad de integración efectiva;
pero que, más que eso, es la prueba de una realidad en su propia consistencia,
al margen de esa falta de voluntad. Así, como preámbulo, este esfuerzo
editorial puede parecer socialmente reivindicativo, o hasta serlo
objetivamente; pero más allá de eso —vindicativo o no— muestra la suficiencia
de una cultura increíble, condenada al margen.
Político, el alcance vindicativo de esta antología es secundario, porque su
valor reside precisamente en la marginalidad; desde la que puede reflexionar la
realidad, más allá de esas convenciones de lo político, en un alcance distinto,
existencial. Este habría sido siempre el sentido propio del arte, al menos
desde esa conflictiva modernidad que lo enfrenta a la Razón; pero en una
dicotomía en que perdiera terreno progresivamente, ante el avance burdo de ese
convencionalismo.
Esa es otra discusión, que ayuda a poner en contexto esta antología
maravillosa, pero eso es también secundario; porque lo que importa aquí es la
densa realidad que bulle en estos cuentos, invisibles en el falso mestizaje de
nuestra cultura. Esa es también otra discusión, igual de secundaria, pero que
también ayuda a contextualizar la necesidad de estos cuentos; que con mejor y
peor suerte aspiraron a la realización de sus autores, en un momento en que el
arte mismo declinaba.
Por sobre todo eso, estos son autores que han trabajo, han escrito cuentos
que hasta hoy resultaban invisibles; pero que ahora sirven de índice y
prontuario, desde el que navegar la historia paralela de la cultura negra en
Cuba. Esto es lo que los hace necesarios, incluso si contra la evolución en que
ya declina el arte de tanto convencionalismo; porque esa cultura requiere de
una expresión propia, que podría hasta explicar las falencias en que falla la
que la cubre.
Con un prólogo de merecida densidad, esta compilación remite a las oscuras
raíces de la literatura negra cubana; en la tensión de Martín Morúa delgado con
el bucolismo de Cirilo Villaverde, que perpetúa el blanquismo del negrismo cubano;
y en esto se remite hasta la presencia del negro en la literatura nacional, con
el Salvador Golomón de espejo de Paciencia. Muchos motivos hay, para creer y
descreer el carácter fundacional de Espejo de Paciencia en la literatura
nacional; por sobre todos ellos —y en ambos sentidos— está el del momento en
que se le conoce, a mediados del siglo XIX; cuando se da forma al mito
fundacional de la nación, ajustando el pasado para legitimar la proyección del
futuro.
Desde entonces, el negro ha sido siempre presentado como objeto pasivo de
la cultura nacional, incluso si heroico; lo que no pasa de ser una ficción
política de la literatura, que no expresa esa realidad efectiva del mestizaje
cultural. Eso es lo que hace pertinente a esta antología, no ya como una
reivindicación, que es siempre innecesaria y efectiva; sino el acceso a una
realidad escamoteada en sus propios alcances, y que está ahí, en su propia suficiencia,
para todos.
Esa cosmología, retraída y profundamente existencial, es lo que explica la
vida de la nación, expresada en su cultura; y es la que está en estos cuentos,
espulgados de la profusa actividad editorial que caracteriza a estos tiempos. Ninguno
de ellos da fe de una época, sino de una realidad, que en su paralelismo ajusta
a la visible, dándole perspectiva; y es bueno que reunieran este trabajo, como
base desde la que establecer el canon verdadero de la literatura nacional.
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