Wednesday, January 29, 2025

Mística Bantú

En la base del cosmograma Kongo se encuentra el vacío, al que confluyen las determinaciones formales de lo real; que es otro modo del mismo del misticismo clásico, originado en el uranismo platónico como trascendental. Sólo que el objeto cambia, de la potencia de Dios como voluntad, a la receptividad de lo humano como naturaleza; explicando ese sentido práctico de la tradición mística bantú y su sensualidad, desconocidas por ese uranismo.

Eso explicaría la extraña derivación inhumana del misticismo clásico, que deviene en una experiencia subjetiva; tan existencialmente disfuncional como el inmanentismo que crítica, en esa disonancia cultural de Occidente. Esto llega al paroxismo de la esquizofrenia, por ese dualismo de sus contradicciones, desde la falsa paz del cristianismo; y contra todo eso, explicándolo además en su propio carácter mistérico, el misticismo congo bulle de pragmatismo; que no es sólo sensual sino sensible, y en eso capaz de una redeterminación efectiva de lo real, en su carácter reflexivo.

Obsérvese en esto la línea que parte de Kalunga, el principio de toda realidad como su potencia, en función de entropía; que solidificándose en la realización de lo real, se manifiesta en la naturaleza, por la relación de los elementos, que ya es física. El fuego sería aquí una representación de Kalunga, pero no simbólica sino efectiva, en su expresión de esta fuerza; que erupta, en la compulsión existencial con que el hombre se realiza individualmente, incluso en su naturaleza comunitaria.

No es casual que la explosión primordial —de origen católico— postulada por la ciencia, figure un infierno ígneo; cuyo enfriamiento progresivo es el que da paso al universo, que es el cosmos como lo conocemos en la naturaleza. Tampoco que ese desarrollo prevea los tensos equilibrios en que florece esta vida, como conciencia de sí; en la reflectividad con que puede reorganizar estas determinaciones, en tanto formales, con un sentido propio.

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También, contrario al origen católico del llamado Big-Bang, el universo se forma por la reunión de estas posibilidades; que como potencia se despreocupa del origen y su causa, para centrarse en la practicidad de su existencia. Por supuesto, esto explica el desarrollo del pensamiento científico en Occidente, y no en las llamadas comunidades primitivas; pero también el costo existencial de su orden político, como lo que se revierte con el neo trascendentalismo científico-religioso. Es aquí entonces donde cobra sentido la persistencia de la cosmología conga, en su compleja primariez funcional; desde la que corrige de los excesos onto antropológicos de esa tradición occidental, con su misticismo.

El cosmograma que resume la cosmología conga, ofrece aún la perspectiva que da sentido a la geografía ptolemaica; estableciendo el geocentrismo como la naturaleza antropológica de lo real, al sólo ser comprensible como humano. Esto no niega la objetividad propia de lo real, sino que la hace relativa, terminando la dicotomía absurda con lo subjetivo; que es imposible, pues la positividad —como consistencia— es unidireccional, y no admite una negación sistemática.

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El problema con la geografía ptolemaica es que asumía esta objetividad de lo real como absoluta, no relativa; porque no comprendía la realidad en cuanto humana sino en sí misma, desde la razón, no desde la existencia. Este existencialismo es lo que da sentido a la mística bantú, admitiendo la contemplación sin reducirse a ella; que es por lo que es tan efectiva en esta originalidad, extremando ese geocentrismo suyo hasta donde no se atrevió nadie.

En efecto, aquí la tierra no es sólo el centro del universo sino también su planeta más viejo, originando su realidad; en esa objetividad relativa que se niega a lo subjetivo, y por la que lo real tiene ese valor antropológico. Si se observa, esto alude hasta a la creación, en que Adam nombra las cosas, estableciendo su funcionalidad; demostrando que el problema todo de Occidente es hermenéutico, y en ello es de la Razón, como de racionalidad.

Por supuesto, el problema de la Razón tiene su apoteosis en la era moderna, pero el origen en la perversión platónica; con aquella inversión uránica del sentido pandemos, en el elitismo político que todo lo permea desde entonces. Gracias a eso, el único acceso a una trascendencia era a costa de su efectividad, con la negación de lo inmanente; en una maldición sólo rota por la persistencia conga, susurrando absurdos al oído de Jarrys, el surrealista genial.


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