Saturday, February 1, 2025

Persistencia bantú en Cuba, otro preludio a la MogiNganga

Un elemento escurre su presencia silenciosa en la violencia política de la historia de Cuba, y es su innegable racialidad; puede que invisible hoy, dado el trauma que paralizó todo proceso en el país, pero latente en su crudeza y potencial. Por supuesto, incluso el trauma político de la revolución cubana exhibe su naturaleza racial, en sus propias recurrencias; pero ha camuflado también esta naturaleza del conflicto, con el mito de las prioridades, esquivando su transhistoricidad.

La violencia racial cubana estaría sumida en la política desde la independencia misma, que ya era artificial de por sí; si de hecho no contaba con la voluntad del pueblo que redimía, sino con los intereses de su élite económica, que legitimaba. El primer quiebre ocurriría con el primer conflicto de la república, dada su inconsistencia, no directa sino lateralmente racial; capitalizando el resentimiento racial ante la desidia y el cinismo de esa élite económica, que ya era también política.

Eso no sería gratuito, viniendo de la soberbia que justificaba esa violencia, con sus ficciones literarias como políticas; que es la perversión infligida con el martirologio martiano, como un cristo inútil en ese idealismo del espíritu moderno. No será gratuito tampoco que la expresión de los tiempos y el lugar sea el Modernismo, con su grandilocuencia simbolista; perpetuando subrepticia la postposición del negro, que es el que aporta algún realismo, en su pragmatismo existencial.

Desde ahí, como todo lo que se niega, ese elemento se alimentará de su misma negación creciendo en su potencialidad; no tan total como para el aniquilamiento de la nación, pero sí suficiente para baldarla, en su imposibilidad. Sin embargo, nada puede ocultar la contradicción, transparente en la inconsistencia de las proyecciones del país; y en las que, lo que se frustra con el racismo subrepticio es la realidad misma, más que el negro que la expresa.

El negro, como hombre en que se potencia la realidad en cuanto humana, no puede frustrarse ante la dificultad; sino apenas permanecer en esa misma latencia, buscando la salida en que realizarse como esa realidad. La frustración racial es aquí el ardid político con que se le manipula, para atarlo en el símbolo al trascendentalismo; que como histórico en vez de metafísico, no le ofrece posibilidad alguna, sino que es lo que lo mantiene en la irrealidad.

El conflicto erupta entonces en 1906, con Quintín Banderas, ejecutado por la soberbia de su propia ingenuidad; en la que, como el carbonero mítico de la fe católica, se burlaba de los españoles que ejecutaba, a nombre de sus ejecutores. El conflicto así se hace escandaloso con la masacre de 1912, pero se le oculta insidioso, culpando a Morúa Delgado; que tapa la bastardía de José Martí, como la herencia maldita de la nación surgida contra la voluntad de su pueblo.

Por eso el conflicto se retrae hasta la crisis de los batistatos, dejando claro que el problema es de naturaleza cultural; es transhistórico en vez de histórico, no de trascendencia sino de inmanencia, negando al cosmos que sostiene al negro; y con este al ajuste todo de Occidente, que es la fuerza potencial en que se realizaría el negro, si consiguiera sobreponerse. La peculiaridad consiste en la doble religiosidad que permea a la cultura batistiana, ennegrecida en su carácter popular; con funcionarios fuertes y ladinos, como el gallo de Buena Vista, que se posiciona sobre el cadáver del de San Isidro.

Se sabe que Morúa Delgado era masón como Martí, se especula si —a diferencia de este— podía ser palero; sí se sabe que Gustavo E. Urrutia era palero, con fabulas de prendas enterradas en los jardines miméticos de Miramar; significando, para horror del catolicismo cubano, ese avance cultural, insidioso por hermenéutico en el existencialismo. No puede ser gratuito tampoco que la violencia política contra Batista fuera encabezada por el estudiantado católico; cuya sistematicidad provocaría una reacción acorde en lo sanguinolento, pero imperdonable por lo que significaba.

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