Wednesday, February 19, 2025

Juan Carlos Mirabal, muerte y resurrección de Rimbaud

Con la arrogancia habitual a esas transiciones inconscientes, Rimbaud se preciaba de tener el discurso perfecto; que según él, sólo la perfección formal de Verlaine conseguiría expresar, en una plenitud de la poesía. Rimbaud ignoraba, como se ignora aún —porque aún es la postmodernidad que inauguraba—, que no existe el discurso; porque todo es forma y esta es su significado mismo, como inmanencia de su carácter reflexivo, en tanto formal.

El pecado simbolista no sería la belleza, perfeccionada con los parnasianos, en el ascendiente común al Romanticismo; sino la soberbia, por la que esta reflexividad fue ya imposible desde entonces, en su afán de discurso. Excepto en el caso increíble de Juan Carlos Mirabal, que yergue el cristal de sus imágenes, en la reconciliación; no porque sea inteligente —que lo es— sino en la falta de pretensiones, que es la condición de la inteligencia.

El poder poético de Mirabal consiste precisamente en su fe en la forma, que puede así significarse en sí misma; de modo que esta no pelea con esa torpeza en que los hombres creen tener algo que decir, en vez de reflexionar. Mirabal en cambio no parece asumir la poesía como deber, que es la perversión absurda de la felicidad; sino como una condición propia, que así permite expresarse a la realidad, en la concreción de su propia experiencia.

Eso explicaría la noble calidad existencial de estas imágenes, levantándose poderosas como un espejo mágico; que es la función de toda imagen —violada por el conceptismo obtuso—, en su naturaleza reflexiva, especular. El gesto mismo de esa nobleza es tan bello que garantiza la belleza formal, extendida al objeto como naturaleza; no en la casualidad de unas imágenes más o menos felices, sino en la experiencia que brinda, consecuente en su existencialismo.

Los teóricos, que confunden el trascendentalismo histórico con el metafísico, creerán que saben de qué habla; y explicarán un discurso de ellos mismos, que proyectan en él para justificarse en sus pretensiones y vaciedad. Los lectores de poesía, sentirán en cambio que han leído poesía, y eso les será dado en la comprensión; que es de su propia existencia, reflejada en esa pulcritud de cristales en que se alzan las imágenes de Mirabal.

La muerte de Rimbaud no vino de la mano de Mirabal, demasiado alto para ese sacrilegio del asesinato sacrificial; sino de la vulgaridad de los himnos revolucionarios a que dio lugar, como su incendiario descenso al infierno. Por eso, el asesinato de Rimbaud por sus seguidores, como el de Orfeo por las ninfas, limpia el espacio para Mirabal; que pedestal de nueva poesía, desconoce la representación simbólica, en el hermoso realismo de su existencialidad.

El arte, como expresión de la cultura en su reflexión de lo real, responde a sus mismos desarrollos y determinaciones; el límite no sería gratuito, sino otra determinación estructural, como las otras con las que colisiona. Es por eso por lo que el arte moderno no puede sobrepasar su apogeo, de los siglos XVII y XVIII; incubando la postmodernidad en la crisis del siglo XIX, para desarrollarla en su expresión, a todo lo largo del siglo XX.

El siglo XXI se presta así, como una isla de Esqueria a un Mirabal como Odiseo fatigado, que no sabe dónde está; pero es respaldado por Atenea, aunque no curiosamente por Apolo, negado a la defenestración de Troya, que es la Modernidad. No hay que inquietarse, ambos son sólo proyecciones de Zeus, que los potencia en la experiencia crística del poeta; y es quien decreta la muerte de Rimbaud y su resurrección, en esta certeza apolínea de las imágenes de Mirabal.


Seja o primeiro a comentar

  ©Template by Dicas Blogger.

TOPO