Sunday, February 2, 2025

Hip Hop

Kendrik Lamar es la última declaración sobre el Hip Hop en Estados Unidos, puede que más que Childish Gambino; pero antes que ellos dos, era una manera despreocupada —y en ello existencial— de expresar la cultura norteamericana; que es siempre la de los peligrosos guetos negros, porque el aburguesamiento ha desnaturalizado ya todo otro. En este sentido, es comprensible el silencio culpable ante el escándalo con que triunfa Eminen, sobre estrados negros; recordando la leyenda del rey, que se dice robó el espíritu (soul) a los negros, para comercializarlo, blanco al fin.

Nadie parece detenerse ante esa facultad impertérrita de lo real, que se realiza sobre los artificiosos prejuicios; porque Eminen como Elvis serían la prueba de un proceso tan subrepticio como público, de negrización de la cultura. El fenómeno es menos escandaloso —aunque negado igual— entre los cubanos, por la convivencia en los conventillos; que forzada por la precariedad económica, no ofrece los escapes laterales del estado de bien estar, y obliga al mutualismo.

En todo caso, la sensualidad vulgar de Elvis Presley como la violencia de white trash de Eminen, muestran lo mismo; y es la naturaleza existencial de toda trascendencia, como condición propia de lo inmanente, y no un valor paralelo. Esta es la peculiaridad escamoteada por los encendidos discursos políticos de Lamar y Gambino, que son negros; porque reside en esa precariedad que protesta, no en la protesta, que se deslegitima con el éxito de los protestantes.

Obviamente, como peculiaridad es también sutil, y por eso puede pasar desapercibido al interés de esos protestantes; a los que obviamente no les interesa la efectividad de su protesta —haciéndola banal—, sino el éxito que reporta. Esto, de hecho, es comprensible y legítimo también, si en definitiva la precariedad tiene valor estético y en ello comercial; incluso si pierde consistencia en el trasiego, como otra trampa de Dios, cuando promueve nuestro suprematismo ético.

Lo cierto es que el Hip Hop es poético, porque es la expresión pura y legítima de una experiencia existencial; visible incluso en aquella violencia sublimada de Destiny Child en I want a soldier, ya disuelta en la divinidad de Beyonce. El hip Hop hoy, como el Blues ayer —y la rumba en Cuba—, es el aporte de la experiencia negra al ajuste cultural de Occidente; y no es casual que todos se resuelvan en un juego de pies, con el que el baile expresa su naturalidad rítmica.

En cambio, los grandes discursos de Lamar y Gambino no están hechos para el baile, ni siquiera para la reflexión; exigen el asentimiento —no el consentimiento—, buscando desafiantes a ver quién se atreve a otro gesto que su obviedad. Son hipócritas en la inutilidad, como el Realismo crítico de los franceses con la falsedad de su humanismo antiheróico; mientras que, en contraste, la simpleza con que el violento condesciende al gesto gentil, es más realista y efectivo.

De ahí la eficacia poética del Hip Hop, de tan poca elaboración que sonroja al esnobismo de malditos y perdidos; y por el que a los cubanos deberían replantearse la simplicidad del regaetón, cuyo reparterismo replica al neigborhood. Con sutilezas semejantes, la timba surge en Cuba imitando los arreglos de la música negra en estados Unidos, por ejemplo;  y hasta un mítico Rob Parissi no tiene embargo en reconocer que el Funky lo rescató, justo por su singularidad de blanco.

No hay que olvidarlo, la dinámica responde a la función reflexiva del acto poético, que nunca desciende a discursivo; es por eso que la televisión norteamericana se puebla de horror, hablando a la emoción y no a la inteligencia; porque si hablara a la inteligencia de verdad, tendría entonces que ser honesto, y eso sólo lo garantiza el horror. No es un juego retórico, sino el valor dramático de la experiencia existencial, que es siempre amarga; porque como sensible, el conocimiento efectivo se asienta en el dolor, dando sentido en ello al placer y la alegría.


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