Hip Hop
Nadie parece detenerse ante esa facultad impertérrita de lo real, que se
realiza sobre los artificiosos prejuicios; porque Eminen como Elvis serían la
prueba de un proceso tan subrepticio como público, de negrización de la
cultura. El fenómeno es menos escandaloso —aunque negado igual— entre los
cubanos, por la convivencia en los conventillos; que forzada por la precariedad
económica, no ofrece los escapes laterales del estado de bien estar, y obliga
al mutualismo.
Obviamente, como peculiaridad es también sutil, y por eso puede pasar
desapercibido al interés de esos protestantes; a los que obviamente no les
interesa la efectividad de su protesta —haciéndola banal—, sino el éxito que
reporta. Esto, de hecho, es comprensible y legítimo también, si en definitiva
la precariedad tiene valor estético y en ello comercial; incluso si pierde
consistencia en el trasiego, como otra trampa de Dios, cuando promueve nuestro
suprematismo ético.
En cambio, los grandes discursos de Lamar y Gambino no están hechos para el
baile, ni siquiera para la reflexión; exigen el asentimiento —no el
consentimiento—, buscando desafiantes a ver quién se atreve a otro gesto que su
obviedad. Son hipócritas en la inutilidad, como el Realismo crítico de los
franceses con la falsedad de su humanismo antiheróico; mientras que, en
contraste, la simpleza con que el violento condesciende al gesto gentil, es más
realista y efectivo.
No hay que olvidarlo, la dinámica responde a la función reflexiva del acto poético, que nunca desciende a discursivo; es por eso que la televisión norteamericana se puebla de horror, hablando a la emoción y no a la inteligencia; porque si hablara a la inteligencia de verdad, tendría entonces que ser honesto, y eso sólo lo garantiza el horror. No es un juego retórico, sino el valor dramático de la experiencia existencial, que es siempre amarga; porque como sensible, el conocimiento efectivo se asienta en el dolor, dando sentido en ello al placer y la alegría.
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