Saturday, February 25, 2023

Gloria Rolando, Voces para un silencio

Con este documental, la directora Gloria Rolando trae a la luz la masacre de 1912, silenciada desde la era republicana; y basándose en esa legitimidad moral, se desenrolla como una elegía a la reivindicación política del negro en Cuba. Se trata de una investigación exhaustiva, extendida por tres partes de una hora cada una, necesariamente algo repetitiva; no por la serie de datos novedosos que consigue revelar, sino por el énfasis ideológico con que viene cargado cada uno.

Ese es un vicio de la estética revolucionaria cubana, reconocible en el ascendiente de la directora en Santiago Álvarez; quien salta a cada rato con ese canon que fue Now (1965), en una repentina recreación del problema racial norteamericano. Esto ocurre hacia la segunda mitad de la primera parte, y es una presencia más o menos justificada en el marco de que se trata; pero da también lugar a la suspicacia, por esa recurrencia del falso liberalismo académico norteamericano, mediando en los problemas cubanos.

Entre lo técnico y lo estético, la directora no se preocupa por la unidad de los cuadros, con su diferente procedencia; en lo que parece un desaliño ya habitual a la documentalismo, como si en definitiva no se tratara de un producto visual. El documental es sin dudas revelador, incluso por lo exhaustivo, en ese contexto políticamente restrictivo cubano; pero en aras de una identificación que trasciende lo nacional, peca de ingenuo en su carácter elegíaco, por ideológico.

En definitiva, el dramatismo de la historia queda opacado por la parcialidad de sus testimoniantes; que ni rozan el ascendiente de aquella contradicción sobre la actual, perpetuando en cierto modo el mismo silencio. Más allá de la información que ofrece al panorama interno de la cultura cubana, el material se excede en el metraje; en una longitud que disminuye su impacto efectivo, diluyéndolo en la sublimidad de su reclamo de justicia.

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En ese sentido solo se recrea en el dolor por la injusticia histórica, sin tratar de entenderlo incluso por su contexto; en esa contradicción dialéctica de la mera  pretensión de histórica, que en definitiva es una reducción maniqueísta de la historia. Con esto, todo el trabajo de Rolando se desarrolla en ese sentido de reivindicación política sobre la injusticia; que no solo no tiene en cuenta la relatividad del concepto, sino que tampoco esclarece el aporte ético concreto en la actualidad.

Sin dudas es un documento importante y con valor referencial, para cualquier otro acercamiento a este problema; pero también padece la misma parcialidad que lo ha hecho insoluble, alimentado por una parte contra la otra. La masacre de 1912 permanece así en su propia distancia, acercado por otra mirada tan especializada como toda otra; careciendo de esa eficacia que lo haga efectivamente popular, como una preocupación popular y no académica o política.

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Voces para un silencio sigue siendo entonces apenas la sordina, tras el estruendo emocional en que ha devenido la política contemporánea; y en su esforzado acomodamiento a su peligrosa realidad, resalta por la precariedad con que apenas puede hablar de esa injusticia. El problema con la masacre de 1912 es que excede este suceso, y se extiende por la situación política de su momento; concentrándose en la masacre, para contribuir así a esta constricción del problema racial al mito fundacional de la revolución cubana.

En justicia, la primera parte hace un acercamiento parcial a la contradicción de Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez; pero no sólo no es suficiente, sino que cede al peso de la exhaustividad con que la autora trata los otros aspectos históricos del suceso. Junto a esto, el documental se recrea en elementos más o menos pintorescos, en función ilustrativa del documental; pero como un énfasis que resulta artificial, recreando ese anhelo reivindicativo que lo lastra como una elegía poética.


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