Wednesday, February 15, 2023

Unidad y diferencia del problema racial en Cuba y los Estados Unidos

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Un error recurrente en la comprensión del problema racial en Cuba y Estados Unidos, es el énfasis en sus diferencias; no porque no sean ciertas —determinadas por condiciones contrarias—, sino por la irrelevancia de estas. Tampoco es que exista una unidad trascendente, que identifique a estos problemas más allá de estas diferencias; que sí la hay, pero que —en tanto toda trascendencia es propiedad de lo inmanente y no una inmanencia en sí misma—, sigue siendo irrelevante.

Más allá de todo eso, el problema racial en Cuba y Estados Unidos está determinado por sus relaciones históricas; que sin fusionarlos los hace interdeterminantes, llegando a establecer una continuidad política entre ellos. Esta continuidad es lo que trata de explotarse políticamente, con su reducción a una unidad trascendente; pero cuyo valor moral le hace inconsistente —por su irrelevancia— hasta como principio, cayendo en sus múltiples contradicciones.

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El problema racial cubano y el norteamericano se relacionan, desde antes de la república cubana de 1902; desarrollando intereses, por parte de los negros norteamericanos, desde la intervención de ese país en Cuba. Cierta pero no totalmente, el atractivo proviene de la mayor laxitud de las relaciones raciales en Cuba; que es relativa pero innegable, en una estructura social que cuenta con la mediación de españoles pobres y asiáticos; mientras que en el país del norte solo cuenta con la beligerancia de la inmigración irlandesa, en competencia directa con la emancipación negra.

No obstante eso es una verdad parcial, que se sobrepone en su densidad al interés de los cubanos en los del norte; sólo que puntualmente —hasta el punto de la individualidad—, por planes de desarrollo como los de Tuskegee University[1]. Eso quiere decir que esta relación ha sido siempre más atractiva para los norteamericanos, que para los cubanos; pero en una complementariedad muy activa, que intercambió intereses de continuo, hasta crear un cuerpo más o menos común.

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Ese cuerpo no sería de una trascendencia moral —en ello inconsistente— sino inmanente, con consistencia propia; aún si no es evidente en su sutileza, proveyendo la hermenéutica en que se puede comprender y resolver el mundo, como una realidad. Se trataría de la posibilidad de una comprensión más efectiva del problema, sujeto a las insuficiencias del intelectualismo moderno; en esa prevalencia del interés norteamericano, con su objeto en la función política de una imposible unidad trascendente.

Esa habría sido la función de la parte cubana en su pasividad histórica, en la contracción de esas deficiencias; por una mayor dependencia suya respecto a la cultura como praxis existencial, contraria a la hermenéutica de ese intelectualismo. De ese modo, incluso la llamada desventaja de una falta de ilustración negra en Cuba se revertiría en ventajosa[2]; no ya al no incorporar esos excesos de la tradición occidental, sino corrigiéndolos de hecho con la suya propia, más efectiva y eficiente; en tanto provendría de la cultura misma como praxis existencial, no de su reducción conceptual.

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Eso es importante, porque no es en esas reducciones que se establecen los parámetros para la reflexión existencial; sino que esto ocurre en la cultura, y eso como práctica misma, que así sirve como referente en su valor experiencia. Esto sería lo que explique no sólo los errores y excesos de ese reduccionismo occidental, sino también su irrelevancia; creando el trauma social en esta contradicción, al retener el poder político efectivo, en su convencionalismo. Eso parte entonces del problema de la inversión funcional de la cultura, como realidad en tanto humana; de la que la política es expresión natural y no determinación, pero reteniendo el poder efectivo que la dirige hacia esta determinación.

Respecto al problema racial en Cuba y Estados Unidos, esto marcaría la función complementaria de sus diferencias; corrigiendo los excesos norteamericanos, en su naturaleza práctica —y en ello existencial— y no política. Esto es posible, justo porque ambos fenómenos se han relacionado histórica y estructuralmente, en esta diferencia; lo también implica la necesidad de sustraerse a la presión política de los del norte, con el desarrollo de una marginalidad propia y singular.


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