Como exceso de la tradición idealista, desde el absolutismo
hegeliano, el Materialismo Histórico apunta a una necesidad; que es la de un
ajuste crítico, desde las referencias históricas de lo real, a lo que es
entonces el desarrollo dialéctico. Por supuesto, en eso mismo el Materialismo
Histórico será insuficiente, encerrado en el bucle lógico de la dialéctica;
pero es un primer estadio, en dirección a un realismo en esa comprensión de lo
histórico, desde una determinación transhistórica.
Por supuesto, la presión del pensamiento dialéctico
dificulta aquí la eficacia analítica con sus falsas dicotomías; como la de la objetividad
o subjetividad de los valores, no comprendidos en su objetividad relativa. Aquí
resalta el reconocimiento del carácter alternativo de las convenciones
religiosas, al llamado “nivel micro”; que no es sino esa consistencia de lo
social en lo individual, como potestad de las personas concretas.
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En este sentido, se trata de explicar la función
religiosa por su importancia social, como un fenómeno político; legitimando al
Abakuá, conocido por su marginalidad, en el mismo trascendentalismo del mito
fundacional; no ya política sino sociológicamente, dada la crisis del
determinismo político, resuelto ahora como religioso. Esto es lo que hace
valioso el trabajo de Ramón Torres Zayas y Odalis Pérez Martínez, en La sociedad
Abakuá y el estigma de la criminalidad; incluso con el tributo a la
incomprensión benigna —y aun así admirable— de ese racismo sublimado, de
Fernando Ortiz a Lydia Cabrera.
El libro bordea estas dificultades, propias de su entorno
político, sentando las bases para un desarrollo posterior; cuando creadas sus
propias referencias críticas, el pensamiento negro emerja en su suficiencia,
también política. Hay también en este libro minucias discutibles, como la nota
marginal sobre del concepto de sincretismo; pero que en vez de digresivas,
hacen el acercamiento más enjundioso, provocando esos tan necesarios referentes
críticos.
Entre otras cosas, Zayas y Martínez, describen la
contracción de la religión a lo privado como una contradicción; ya que en su
institucionalidad, esta práctica provee regulaciones importantes a la
organización de la sociedad. Sería sin embargo esto, como aquella objetividad
relativa, lo que resuelva el carácter atómico de la sociedad, en el individuo;
como ya se habría visto, en la vigilancia institucional de estas mismas
religiones —y el Catolicismo— sobre la hechicería.
Pero es importante ahí este reconocimiento mismo del
fenómeno, en esa ambigüedad, que relativiza la contradicción; explicando la
falsa contradicción de lo individual y lo colectivo, que justifica en el
trascendentalismo la coerción individual. En verdad, el libro avanza un ajuste
importante del fundamento materialista en la comprensión de este fenómeno; y en
este sentido, se aclara la función super estructural de la religión —como la
describe el Marxismo—, pero como infraestructura.
Esta es una de las sutilezas que complican la comprensión
marxista de lo real, por su dependencia del Idealismo; haciendo que este libro
sea importante, al circunvalar los problemas prácticos y concretos de este
acercamiento. Estos parecen así pasos pequeños —el libro es de hecho pequeño—,
pero definitivos en ese valor referencial; siendo significativo que se den en
función de la cultura negra, sin distorsionarlo como objeto propio de la cubana.
En este sentido y bien temprano en el libro, los autores
consiguen una crítica de la crítica de la religión en Cuba; establecer una base
epistemológica, tan necesaria para un acercamiento objetivo —en lo posible— al
fenómeno. Se trata por tanto de un acercamiento novedoso, aún si
reivindicacionista, dado que no romantiza la marginalidad; sino que se aclara
el vínculo con el crimen, como correlacional —dada la marginalidad— pero no
causal.
Esto permite la exposición de las funciones lógicas de
esa estructuralidad cultural, en su emergencia política; permitiendo un espacio
incluso institucional, para la reflexión de lo negro por lo negro, en el que
desarrollar su comprensión. Como ejemplo, los autores avanzan un análisis
soteriológico, que equipara el sacrificio hiper cruento (humano) al cristiano;
como la base de una realidad trascendente, organizada en el sentido existencial
de la religión, como político.
Como defecto, muy secundario, el análisis dificulta su
fluidez con esa convencionalidad del academicismo cubano; con términos
innecesariamente áridos, como “problemática” por “problema”, sólo salvados por
el interés de su objeto. Sin dudas, una edición contemporánea, fuera de ese
ámbito del academicismo cubano, lo beneficiaría; pero esto es por lo pronto un
acercamiento suficiente, dentro de lo que se puede hacer en esa circunstancia.
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