Saturday, March 8, 2025

Digresiones de lo negro en Cuba II

En la negritud de sus culturas, Haití y Cuba comparten elementos más profundos que el símbolo del tocororo (Caco); que abanderara el levantamiento contra la intervención estadounidense, hasta el sacrificio de Charlemagne Péralte. Más grave que esa coincidencia, serían las proyecciones paralelas del Vudú-Masón y la Sociedad Abakuá en sus culturas; como infraestructuras en función de emergencia, que sostienen a la sociedad en sus conflictos político-existenciales.

Sólo que en el caso haitiano, el elemento masón alcanzaría a distorsionar esta capacidad de la religiosidad vudú; torciéndolo en esa emergencia, para mantener la misma tensión occidental contra la cultura, como política. Eso lo demostrarían las tempranas crisis de la república de Boyer, conduciendo al país al entramado norteamericano; mientras —con menos suerte— la reluctancia imperial de Desalines a Christopher, preparaba la alternativa negrista de Duvalier.

Ese no es el caso cubano, incluso si eventualmente —nadie sabe— lo masón y lo abakuá se abrazan en secreto; pues la super religión cubana, que superpone funciones en la práctica, permite este tipo de extraña comunicación. Esta superposición, de darse como en los otros casos, no llegaría a fundirlos en esa función cultural de Haití y el Vudú; dada la marginalidad, en que lo masón no ofrece ventajas políticas a lo abakuá, y no puede por tanto corromperlo.

Eso quizás se deba a la fundación tardía del abakuá (1830),como alternativa social del negro cubano en su precariedad; no atractivo —en esta naturaleza popular— al ilustracionismo masón, que en Cuba es afrancesado pero no francés. La iniciativa corre así por cuenta de la ilustración negra —no la blanca—, que puede hacer sus adecuaciones y condicionamientos; creando su emergencia en la realidad crítica de sus propias diatribas, como un universo referencial propio y singular.

Esto sería lo que salve al cosmos negro —como hermenéutica— en el abakuá, como el vudú campesino en Haití; que lejos de los centros metropolitanos, escapa a esa influencia idealismo que permea a lo masón, en su practicidad. Pero por lo mismo, esto traspasa esa facultad del Vudú masón haitiano al abakuá en Cuba, que reside en esa marginalidad; no en el convencionalismo, por el que la masonería mantiene el determinismo político sobre la cultura, como muestra el vudú campesino haitiano.

Esta es la dinámica tras la doblez política de la cultura cubana, más que el racismo del Capitán General O’Donnell; porque más allá de su estrategia puntual, el racismo cubano es mimético, propio de su burguesía pronorteamericana. La Negritud cubana, con su dificultad peculiar, tiene así el excepcionalismo de su propia naturaleza cultural como política; que le permite cerrar el ciclo de la Modernidad, en una síntesis de sus determinaciones trico y no dicotómicas, como trialéctica.

A esa dinámica responde la menor, de la dicotomía entre Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez, en la república; adensando el elemento tricotómico de la realidad, más allá de la simplificación dialéctica de su trascendentalismo histórico. Ese habría sido el error de Estenoz, arrastrando a Ivonet en la misma guerra que compartieron con Morúa y Gómez (1906); escindiéndose en esa función trascendentalista —pero no trascendental— de lo histórico, sin la base real de su inmanencia.

A esta base real de lo inmanente, sería a lo que se refiera esa contradicción de Morúa y Gómez, como dialéctica; que es eficiente, pero en la medida en que se da como el tercer elemento (trialéctico) en esa determinación, como transhistórico. El gesto inaugural —en tanto negro— correrá por cuenta de Gómez, garantizando que la igualdad no significa africanización.

El problema es que eso se ha enfrentado sólo desde una perspectiva política de la historia, que excluye lo cultural; dando lugar a las contradicciones patentes de esa expresión política, que no recoge el carácter mestizo de la cultura. De ahí que el proceso de negrización haya sido subrepticio, dándose en el espacio propio de la clase popular; con la preservación del cosmos —epistémico existencial— de la cultura negra, justo esa marginalidad política de lo abakuá.

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