Que la cultura
se resuelva en tricotomías, trialéctica y no dialécticamente, no es
sorprendente a estas alturas; pero sí lo es que las funciones en que esto se
realiza en una específica (Asia) se expliquen en otra (Africa). Este es el
caso, aleatorio pero puntual, de la prostitución en Asia, con los fenómenos de
China, Japón y Corea; cuyas culturas se expresan en estructuras políticas
distintas, y por ello con diferente alcance existencial.
En todos los
casos, por su universalidad, la prostitución tiene una historia antigua y más o
menos común; que se define hacia el final del medioevo europeo —como un
parámetro convencional—, con el de ellos mismos. Mientras en China se consolida
el imperio absoluto, en Japón se fragmenta en el trauma del Shogunato; y entre
esos extremos, Corea se desarrolla como espacio vasallo del imperio chino, bajo
la amenaza japonesa.
Que la
prostitución sea tolerada pero no institucionalizada en China, es natural bajo
la fuerte moral confusionista; regulada por su fuerte impronta cultural, no
importa su rechazo por el puritanismo imperial, habitual a toda aristocracia.
Esto es lo que se extiende al vasallaje coreano, más conservador incluso en el
mimetismo, por los juegos del poder; en una sociedad mayormente campesina, sin
las grandes ciudades que hacían al fenómeno inevitable en China.
En la era Corea,
las prostitutas provenían de familias marginadas o esclavas, y de hecho no
había burdeles; los primeros aparecen con la apertura de los puertos en 1876, y
justo en los barrios para migrantes japoneses. Sin embargo, la actividad no se
licencia sino hasta la ocupación
japonesa (1910-1945), y era mayormente forzosa; después, con la
presencia norteamericana, la prostitución se convirtió en característica alrededor
de las bases militares.
Volviendo al Japón,
la prostitución se organiza mejor entre 710 y 1185 con la aparición de las
cortesanas (yūjo); que a menudo
poseían habilidades culturales y artísticas significativas, emulando en su
recurrencia a la hetaira occidental. Es el período Edo, del shogunato Tokugawa
(1603-1868), el que formaliza y licencia la prostitución, delimitándole
barrios; que no eran sólo distritos de placer sexual, sino de entretenimiento
general y laxitud, comida y bebida.
En 1956, la Ley
Antiprostitución criminaliza la actividad abierta, pero la industria subsiste
en otras formas; porque su importancia aquí no es sólo social y económica, sino
que ya es cultural, como no lo consigue en China ni en Corea. Lo curioso está
en esa diferencia funcional, por la que la actividad no tiene el mismo
desarrollo en los tres lugares; y aquí lo que llama la atención es el carácter
fragmentario del feudalismo japonés, y su manera de lidiar con lo real.
El shogunato reguló y gravó activamente estas
áreas, legitimándolas y dándoles visibilidad al reconocerlas; algo que ocurrió
en menor medida —con reluctancia y no activamente— en Corea y China, por el
moralismo. Esto se revertiría en una mayor capacidad de las oirán japonesas,
que en ello emulan de cerca a las hetairas; y en lo que se destacan frente a
las coreanas y las chinas, aunque estas tratan infructuosamente de emularlas a
ellas.
La singularidad
estaría en la estructura imperial de la cultura China, ante la fragmentación
feudal de la japonesa; entre estas dos, la cultura coreana tiene una existencia
políticamente precaria, sin una estructura mayormente propia. En Japón, los daimyō (feudos) y el propio Shogunato tenían
intereses económicos y de control territorial; los distritos de placer eran fuentes
significativas de ingresos por impuestos y —no menos importante— de control
social.

Estos distritos también servían entonces como válvulas
de escape, para una sociedad rígidamente estratificada; permitían a diferentes
clases sociales mezclarse en un ambiente controlado, y ofrecían entretenimiento
a guerreros y comerciantes. Es aquí donde reluce la eficacia del mito africano,
como la historia en que Orunmila —el poder del cielo— decide casarse con Oshún;
cuando viendo que la guerra era inevitable, la diosa pasea su desnudez entre
los ejércitos, paralizándolos; y toma el tiempo para satisfacer a cada uno de
los soldados, que es como llegar a su necesidad más profunda.
Post a Comment