Elogio de Norteamérica
Con su lógica simple, el
Marxismo de la Lomonosov habría decretado que el Capitalismo puede darse el
lujo [hipócrita] de una prensa libre, ya que esta nunca rebasaría
el margen que amenazara seriamente a la sociedad; una visión más realista, se
asombraría de cómo ese cosmos que es la sociedad puede autorregularse en tanto
se retraiga a las relaciones mismas del capital y la producción. En efecto, el
Capitalismo es tan insuperable que incluso el llamado Socialismo Real no fue
más que su retracción a un diseño corporativo [autoritario]; lo que explicaría
no sólo su inoperatividad, sino también esa incapacidad tan suya para la
autocorrección a tiempo, en la tan temida crítica. No es extraño entonces que
sólo en una sociedad de Capitalismo apoteósico se den esos casos de gargantas
profundas; en los que por un motivo u otro, un ciudadano se alza y destapa el
escándalo con que el gobierno se excede en sus prerrogativas.
En cualquier otro país,
incluso si capitalista, el chivato se destapa a favor del gobierno y contra la
ciudadanía; y también en cualquier otro país, incluso si capitalista, los
servicios estratégicos están más o menos socializados, y en muchos casos hasta
funcionan. La coincidencia se extiende como una simetría, para volver a marcar
la excepcionalidad norteamericana; en que la cultura ciudadana es suficiente para hacer catarsis, en individuos que ni siquiera tienen que organizarse para poner al sistema en crisis. Lo que
ha cambiado es lo seguido de los casos, que de Bradley Manning a Snowden dejaron de ser esporádicos; también, y sadly, que la prensa se haya alineado al
gobierno, desdiciendo de aquella función crítica que asumiera en tiempos de
ideales y utopías, para dejar claro que tiene sus propios intereses; y que estos
no incluyen jugar con el mono ni con la cadena, porque la prensa está para
frivolidades y sofocos con el avance de una tecnología que la ahoga sin
preguntarse qué tiene que ver ella misma en ese descenso.
Respecto a Snowden, fuera de este hipócrita distanciamiento de la
prensa, sus críticos aún tienen argumentos atendibles; pero como principio,
generalmente provienen de tradiciones autoritarias y mezquinas con el
ciudadano, al que malamente conceden antes que reconocerle algún derecho. Los
suspicaces alegan que demoró todo un año —con privilegios— antes de conmover al
mundo con su catarsis, que hacia el final se la han vuelto algo teatral;
olvidan que pudo vivir otros muchos años con más privilegios aún y sin vivir
las tensiones y el sentido de indefensión provocados por esa catarsis; y que
eso incluso ha sido lo habitual para los oficiales tras las cortinas de hierro
que han dividido al mundo, y que de pronto y por cualquier motivo traicionan
toda confianza con la disidencia. Asombra, eso sí, ese precario equilibrio de
la protesta de los otros países; que no demuestra el poder omnímodo de los
Estados Unidos sino el de los que se esconden en este poder omnímodo de los
Estados Unidos. Lo importante quizás sea esa puntualidad con que se dan estos
casos en Norteamérica, y no en ningún otro lugar; sólo en Norteamérica, donde
único parece que el individuo aún tiene ese poder de su inefabilidad.
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