Friday, July 12, 2013

El placer prohibido de Andahazi

Por razones de semiología, la literatura hasta la épica clásica [griega] y la tragedia tuvo alcances de reflexión ontológica; una característica que desaparecería al momento de la gran literatura latina con sus novelas pastoriles y su poesía sentimental, aunque no con sus residuos épicos. A esa tradición pertenecen colecciones ya clásicas, como Las mil y una noches y el Decamerón; incluso la Divina Comedia había renunciado a esa comprensión trascendente de la realidad, aun si lo que interesaba de esa realidad era justo su trascendencia. 

A esta tradición pertenece también la literatura de Federico Andahazi, que hasta rehúye el monumentalismo y se dirige a una relación más inmediata con el conocimiento; un arte de contar historias que lo hace diáfano y directo, completamente funcional y muy entretenido, que es de lo que se trata con contar historias. Es así que ahora Andahazi trae un Libro de los placeres prohibidos, publicado por el poder editorial que es Planeta; y en el que juega con más de una sorpresa para el despreocupado lector al que se dirige, y que es el circulo amplio de los oidores de historias. 

Primero, y consciente o no, El libro de los placeres prohibidos es una parodia —incluso puntual— de El nombre de la rosa de Umberto Eco; en el paralelismo yace gran parte de su efecto dramático, aun —hay que repetirlo— si no hubiera sido intencional. El contraste es además divertido y perverso, recreando la religiosidad del ambiente original en los paganos cultos del sexo en un lupanar exquisito; e igual se trata de una pesquisa, desatada por los sucesivos asesinatos de las privilegiadas que logran acceder —en el mismo orden sucesivo— al escondido libro de los arcanos del placer; que en el platonismo intelectualista moderno rechaza la aridez del conocimiento, pero que en la tradición bíblica equivale al mismo justo en su sentido explícito de sexo.

Ese contraste es, encima de todo eso, brillante, si al antagonismo de un monje cascarrabias que esconde el libro, se opone la matrona feliz que lo prodiga; igual que en el primero [Eco] los que accedían al libro lo hacían ilegalmente, mientras que ahora este acceso es iniciático y apoteósico, y tiene que ver con la realización profesional. Los paralelismos incluyen la desmitificación prolija de aquel mundo de los copistas, que debían ser ágrafos; despojándolos del falso romanticismo modernista que los hacia depositarios y transmisores de todo el saber posible en el mundo, y que realmente desconocían. 

Quizás lo más esplendoroso de todo eso sea el aire de sacralidad que se insufla al sexo en este libro de Andahazi; como una vindicación plausible, aun si algo forzada, de aquella religiosidad natural de los antiguos. Contrario a Andahazi, Eco [Umberto] gustaba de la literatura monumental y ontologista; pero de otro modo este contraste tan simétrico no habría sido posible, y es como una finta que devuelve el atrevimiento original con Borges, el patrio de Andahazi y maestro de todo monumentalismo.





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