Friday, April 18, 2014

In naturæ: La contradicción del intelectualismo norteamericano

En un reciente intercambio a propósito de la muerte de GGM, salió a relucir el fraude mediático en que ha resultado el último Realismo Mágico; y se dice el último para diferenciarlo con justeza del auténtico fenómeno del estilo que se identifica —excesivamente— con el llamado Boom de la literatura latinoamericana; al que sólo quiere replicar como una extensión suya, pero sin atender a esa diferencia capital de la genialidad de sus autores respectivos, dígase que de Jorge Amado y el mismo García Márquez a… Isabel Allende y… Laura Esquivel. De hecho este tipo de derivación espuria no es un fenómeno único, ahí está el falso trascendentalismo filosófico de… Paulo Coelho; que hasta le ha valido un asiento en la Academia de la Lengua en Brasil, aunque sólo fuera por su popularidad; así como el sublime colorista —también brasilero— conocido como Brito, cuyo éxito casi sin precedentes proviene justo del mercado norteamericano, respaldado por su academia.

Para entender tan rara derivación, que es del espíritu crítico antes que del producto, habría que remontarse a los orígenes de ambos intelectualismos; es decir, a la diferencia capital del intelectualismo europeo y el norteamericano, que responden distinta y respectivamente a una tradición secular y dogmática. El dogmatismo de la tradición intelectualista norteamericana se debería precisamente a su origen eclesiástico, por más que su clericalismo no es dogmático; esto es, al originarse en academias que en principio rechazan el elitismo intelectual europeo, pero no pueden evitar la generación de sus propias élites. Por el contrario, el intelectualismo europeo responde a una tradición secular, definida por la tutela del mismo emperador [Carlo Magno] en su esfuerzo por desprenderse de la tutela religiosa; aún si no deja de relacionarse con esta fuente incluso dogmática como autoridad, en una tensión crítica que contribuye a definirla en su secularismo por el contraste. Habrá que recordar que uno de los momentos más álgidos del desarrollo de la cultura occidental fue precisamente la imposición de la Modernidad en Europa; que culminaría precisamente con la publicación del Índice eclesiástico, además de la condena del Modernismo en el estudio de las Humanidades.

La fundación de la cultura norteamericana es en cambio de carácter netamente popular, incluso populista en sus propósitos; y la misma creación de las universidades sería producto de la expansión de sus colegios comunitarios, que respondían a administraciones religiosas. El secularismo, como peculiaridad de la religiosidad norteamericana, no alcanzaría al surgimiento de sus élites intelectuales; pues marcadas por el carácter revivalista de estas comunidades religiosas, su enseñanza es sobre todo dogmática y simplista, en el mismo modelo del Metodismo religioso [Wesley] que caracteriza a la nación. De ahí que el intelectualismo norteamericano sea paradójicamente anti intelectualista, en un oxímoron que se revierte sobre su misma producción cultural; con un sentido práctico [metodista] antes que abstracto, que por tanto se conforma con la aplicación inmediata de sus teorías, y —por supuesto— la inmediatez y visibilidad del éxito. No es entonces de extrañar ese apego de la academia norteamericana por figuras mediocres, que responde a una desconfianza intrínseca ante la inefabilidad del genio; su raigambre metodista sólo se mueve confortablemente ante fenómenos fácilmente comprensibles, y del carácter y alcance más popular que sea posible, simplista… metódico.

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