De la sistematización de Occidente
Por Ignacio T. Granados
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A todo lo largo de este libro,
se postulará y tratará de probar la naturaleza idealista del pensamiento
occidental; que si bien es ya un lugar común dada la preeminencia del divino
Platón, no tiene en cuenta los defectos sistemáticos que eso introduce. Este
libro, como sistematización última del pensamiento occidental, pretenderá no
sólo probar esos errores, sino que también pretenderá corregirlos; pero como se
ha dicho, eso es lo que se propone el libro, y una introducción a dicha
pretensión ha de ser más pragmática y modesta, refiriéndose más bien a su
pertinencia y suficiencia en ese sentido. Así, no es gratuita la referencia al
Materialismo histórico o dialéctico, al que se plantea en este esfuerzo como
síntesis crítica de toda la filosofía occidental antes que como filosofía en
sí; partiendo de su propia naturaleza idealista, ya que su función es sólo
referencial y como un seudorrealismo, generado por la necesidad misma de la
tradición idealista de equilibrar sus propios excesos conceptuales.
Es de ese modo que el Materialismo
histórico habría sido esa síntesis apoteósica a la vez que crítica del mismísimo
Idealismo platónico; por lo que es
también una tesis del mismo, que ha de confrontar un desarrollo antitético, en
una crítica necesaria que corrija sus excesos inevitables; y por la que se
producirá otra síntesis en el proceso de evolución y desarrollo del pensamiento,
de carácter más realista, al menos relativamente. Eso es respecto a la pertinencia
de una sistematización de este tipo, su probidad y suficiencia dependería de su
independencia respecto a toda esta tradición;
ya que tratándose de que su objeto sería la fatalidad de esta tradición
en todo el pensamiento occidental, su objetividad dependería entonces de su
distanciamiento respecto al mismo. Como principio el problema sería insoluble,
como todo problema del conocimiento, que sólo gracias a los niveles
abstractivos permite a la parte alguna comprensión acerca del todo sistemático
del que participa; ya que una crítica del pensamiento occidental requiere un
conocimiento del mismo que lo haría partícipe en la determinación del objeto
mismo; pero no si este conocimiento se ha desarrollado al margen de esta
tradición, de la que sólo participaría
tangencialmente, como una derivación que desarrolla su consistencia propia.
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Ejemplos hay que lo explican, en
tanto el pensamiento es un fenómeno cultural,
que responde entonces a dinámicas propias de la cultura, con un valor
antropológico; como en el caso mismo del
Marxismo, que para poder resumir en forma crítica la tradición idealista habrá
de derivarse de la misma pero no como un producto directo suyo; sino que ya
obedecería a otra determinación coyuntural, distinta de la del Idealismo mismo,
en la necesidad de este de una referencia crítica dada su insuficiencia en este
sentido, y que la que plantea al Marxismo como falso realismo. Otros ejemplos
quizás más claros serían el desarrollo de los credos religiosos como
derivaciones de una misma tradición; y que
llegan a enfrentarse en contradicción directa y por ello insoluble, como en el
caso de las tres religiones monoteístas de la determinación de Occidente. No es por gusto en todo caso que se acuda a
la religión para un último ejemplo acerca de esta probidad o suficiencia de una
crítica correctiva del Marxismo; aunque no por el valor ideológico o moral de
su propia oposición, sino por el otro valor de su función estructural como
objeto válido para la actividad de pensamiento.
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Eso se refiere a la misma
tensión con el Marxismo, como antítesis que busca sintetizar su crítica de la
religión; que en definitiva es de valor estrictamente político y no
antropológico, y que por tanto permitiría rescatar los alcances figurativos del
antropomorfismo religioso en su eficacia cognitiva. De ese modo, en definitiva,
la corrección de los excesos cognitivos del Marxismo ocurriría precisamente gracias
a la tradición religiosa, más exactamente al catolicismo romano; que por causa
de sus propias manipulaciones político culturales habría encapsulado la
tradición realista en toda su funcionalidad natural, permitiendo su uso como
referente válido y suficiente; del que justo se apartó la práctica tradicional
del pensamiento sistemático, con esa dramática fatalidad del idealismo
platónico a través del agustinismo, primero en el resumen de la Patrística por San
Agustín; pero inmediatamente después con la Escolástica, como convención que
establecerá la preeminencia del Idealismo por su valor teológico, y desde ahí
con la Protesta luterana, que es teológica —no política— y dirige la secularización
del pensamiento en este sentido.
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No será gratuito tampoco que la
apoteosis del Marxismo coincida con el desarrollo del positivismo aparentemente
científico, que en realidad es ideológico y por ello compulsivo y religioso;
afectando a la misma tendencia del catolicismo hacia el pragmatismo político,
con los esfuerzos de desmitologización utilitarista de la religión, que postulando
la impropiedad del antropomorfismo insiste en la aparente suficiencia de la
razón positiva; y cuyo máximo y mejor ejemplo estaría en la reducción de los
conflictos mitológicos al más puro determinismo económico. En este sentido, y
dada la decadencia política y cultural de la institucionalidad religiosa, se
trataría de que la cultura como sistema natural se proveería en su autosuficiente
de su propia reflexión trascendente (realista); con el antropomorfismo
subyacente al arte, originado en el inicio de las prácticas reflexivas junto a
la religión, de la que sería un
subproducto residual, aunque también sujeto por su desarrollo diacrónico a los
procesos de decadencia de esa misma cultura moderna a la que pertenece.
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