Friday, May 15, 2015

Pecados nada veniales

Por Ignacio T. Granados
Primero el asombro, casi un año con el tomo de prólogos de Borges de la Biblioteca de Babel, y aún trabajosamente por la mitad; entonces la iluminación, blasfema como toda revelación que se precie,  y que en ello enfrenta a los santos con su respectivo Sanedrín. Como una improbable verdad científica incluso, la revelación se confirma en su propia apoteosis; cuando de vuelta a los libros sagrados, el mismo Borges vuelve a relucir, hasta en la escandalosa originalidad con que La Biblioteca de Babel inspira a los mercaderes del templo que fue Alianza Editorial. Se trata de que lo que molesta no es Borges, sino la mediocridad imposible a que lo avienen como a muñeco de feria; que es lo que han hecho con Vargas Llosa, entre otros muchos, corrompiéndoles el genio con la banalidad del culto. La diferencia estriba en que a él la corrupción no consigue afectarlo, sino que se queda en la superficialidad del gesto mismo; mientras que en los otros casos el ejercicio del magisterio ha conseguido hieratizarlos, hasta el punto de que se explayan en discursos convencidos de esa genialidad; mientras que el ciego maravilloso desconoce esas genuflexiones pronunciadas hasta el exceso, quizás porque justo no puede apreciarlas.

La blasfemia de una banalidad borgiana se confirma burlona, con la genuina sencillez de sus rimas floridas y hermosas; que dedicadas a las más puras nimiedades consiguen transparentar la más densa trascendencia por la obviedad de su valor paradójico. El resto, se sabe, sólo consigue ocuparse de temas trascendentes y espesos como la manipulación política, no nimios; pero que es justamente en lo que resultan prescindibles, por esa falsa sublimidad en que repiten ad infinitum el mismo gesto afectado de cortesanos antes de la revolución francesa. La venialidad de Borges es así la que lo hace santo, prestándose a la tentación de este pecado capital en que uno puede rechazar ese librillo; que pretendiendo ser de culto, es como los tratadillos religiosos con que los evangelistas rebajan las sutilezas del Cristo a sus propias bastedades; y es así un libro de falso culto, como la exquisitez cadavérica que pasea su viuda por las universidades —igual que la leyenda del enfermizo pasionario con que Perón cuidó el cadáver mítico de Evita y que Borges recrea como premonitorio— mientras aleja con la fusta a sus devotos en éxtasis.
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