De la decadencia del arte (Definición)
Por Ignacio T. Granados Herrera
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Contrario a lo que puede
parecer, hablar de una decadencia del arte no significaría vaticinar su muerte; sino que se trataría de un ajuste de su
proyección funcional como elemento propio de esa estructura sistemática que es
la cultura como naturaleza. En definitiva, su auge como propiamente moderno fue
también artificial, como un fenómeno de falsa trascendencia; sólo posible con
el otro auge del individualismo moderno, como opuesto natural del
corporativismo político previo. De hecho esta cualidad de falsa trascendencia
sería lo que haga al arte un elemento funcional dentro de este individualismo
moderno; apelando a su capacidad residual para la reflexión dada su propia
naturaleza formal, proveniente como práctica concreta de los estadios más
primitivos de la cultura; en los que nace como expresión natural sobre la que
se desarrollan los procesos cognitivos como reproducción de la realidad, en
símbolos convencionales de valor analógico.
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Por su parte, la formación de la
Modernidad respondería a un hito de un desarrollo paralelo, como madurez del
mismo; que dada su mayor funcionalidad económica desplazaría a esa cultura premoderna
con sus propias convenciones. Entre estas convenciones estaría la del sentido
recto, proveniente del fisiologismo jónico, que marcaría la génesis de la
Modernidad; sólo que como convención artificial sobre la cultura habría sido insuficiente
en ese momento, dada su inevitable inmadurez; sólo alcanzada en su apoteosis
singular a partir del siglo XV, por el respaldo y el propio desarrollo
progresivo del capitalismo desde el siglo XIII, que contradiría al corporativismo
medieval. Es este modernismo incipiente en el seno del Medievo el que imponga de
modo definitivo al sentido recto como convención sobre el conocimiento, como se
desprende de las controversias sobre la autoridad de la filosofía[i]; pero
cuando esta convención es aún insuficiente, reproduciendo la misma inmadurez de
su inicio en el fisiologismo jónico; dado el poco desarrollo de la ciencia, que
así aún no podría proveer un alcance epistemológico capaz de recoger —a nivel
popular— las complejas sutilezas de la realidad, como sí lo hace la reflexión
estética desde un inicio, por su alcance analógico.
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No obstante, habrá que tener en
cuenta que el mismo acto de conocimiento es un fenómeno cultural; y por ende
sujeto al desarrollo de la cultura como naturaleza, sobre la base de esta convención
artificial de la Razón como sentido recto. De ahí que cuando las ciencias
alcancen su propia apoteosis al filo de la Postmodernidad, este desarrollo se
traduzca en una mayor capacidad para comprender las complejas sutilezas lo real;
pasando incluso a proveer sus propias redeterminaciones de lo real en nuevos
elementos culturales, haciendo así innecesario el alcance analógico de la
reflexión estética para su representación; y con esto también la pertinencia y
relevancia del arte para el conjunto sistemático de la cultura, perdiendo incluso
su valor económico real. Es curioso que al inicio mismo de este auge de la
capacidad reflexiva del lenguaje científico, también el arte habría alcanzado
su máxima madurez en este sentido;
proveyendo una sistematización última capaz de resolver de modo
definitivo todos los problemas del conocimiento, que sin embargo permanece inapercibido
en la hipermetafísica de Alfred Jarrys; como demostrando también la falsedad de
aquella trascendencia del arte en la Modernidad, que al final se reduciría como
siempre a una cuestión de status, destinado a la banalidad como juego de
abalorios.
[i] obviamente la
contradicción no es entre la filosofía y la teología, como se podría entender
de las mismas contradicciones de Santo Tomás; pues toda la teología cristiana
es de carácter filosófico, y dependiente directa incluso de la tradición
filosófica greco romana, sobre todo en la Patrística como su máxima autoridad
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