Reni Arias, fotógrafo!
Ya es comúnmente aceptado que la fotografía desplazó a la pintura en su sentido práctico, por su funcionalidad e inmediatez; también se convertiría en un arte por derecho propio, con sus posibilidades peculiares para la forma y la representación, distintas de las de la pintura. Menos aceptado, pero cierto aún, también sufrirá el mismo declive de todas las artes en la era postmoderna; a pesar incluso de que esa apoteosis suya forma parte de este período específico, que quizás capta como ninguna otra disciplina. En ese punto tiene su propio campo de experimentación, aunque con estilos individuales más que escolásticos; dependiendo así de la agudeza de la mirada más que de la excelencia técnica, más bien estandarizada en el poder de los instrumentos.
Ese conceptismo lo que no tarda en hacer a ese arte repetitivo, por la recurrencia de sus temas; con arquetipos fijos como el erotismo del cuerpo, las masas y las estructuras, por su plasticidad. Pocos consiguen distinguirse ya en ese ejército innumerable de camarógrafos sueltos; los que lo consiguen, indefectiblemente lo hacen captando el alma de su objetivo, elevándolo a la calidad de sujeto. Por supuesto, todavía es posible aparentar el genio, atribuyendo dramatismo subjetivo a objetos comunes; como las series repetidas, que pretenden plasmar la poesía como los vendedores de aceite de serpiente. De estos aún se distinguen los que buscan la singularidad en los individuos concretos y no en el género; como parece ser el caso de Reni Arias, cuya juventud le permite la frescura que ya va faltando en el gremio.
Reni se describe a sí mismo como admirador de la norteamericana Nan Goldin y la escritora cubana Zoé Valdés; de hecho, reconoce en la Valdés ese interés documentali que es tan visible en la Goldin. En ambas, ese interés se explica en sus propios desarrollos, con vidas extremas y marginales; por las que pueden olfatear el dramatismo profundo de la existencia en la precariedad de sus equilibrios. La sutileza de ese objeto será lo que explique la contradicción latente en las fotos de Reni; en las que la calma comunica desasosiego, porque no sólo es aparente, sino que además lo grita a los cuatro vientos. Hay algo de esperpéntico en sus soluciones, que es común sus musas; lo asombroso es que consiga encontrarlo en situaciones y personajes que destilan la más pura banalidad.
Reni incluso hace propuestas graciosas y juguetonas, como en la serie A traición, en la que capta a sus objetivos de espaldas; la simpleza del concepto lo hace parecer repetido, pero no se trata de la espontaneidad del gesto sino de la indefensión. Es así más retorcido, y con ello más dramático e incisivo, volviendo a destacarse por esa comprensión de su objetivo; lo que quizás se deba a la amplitud de sus intereses, por los que ha incursionado en el video clip. En este trabaja más bien viñetas que metrajes propiamente dicho, con unas secuencias que consiguen amplificar más que sólo ilustrar la música; una capacidad que sin dudas se alimenta en su propio interés documentalista, con un poco bastante de punk.
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