Sunday, December 26, 2021

La iglesia negra norteamericana en el espectro hermenéutico de Occidente

Hay que tener cuidado al tratar la iglesia negra en el conflicto racial norteamericano, porque no es un objeto único y definido; sino que más bien un cuerpo amorfo, expandido y desarrollado como una naturaleza, en su sentido de cultura. Sería justo por eso que puede reproducir el carácter refundacional del cristianismo en Occidente, aunque con otra función; dirigida a la comprensión definitiva del valor inmano trascendente de lo real —en tanto referente hermenéutico— por sus propias peculiaridades.

Así por ejemplo, contrario a aquella refundación original, la iglesia norteamericana no es un cuerpo organizado; en el que alguna denominación pueda sobreponerse a otras, apelando a una relación especial con la autoridad. Ese fue el caso original del cristianismo en su relación con el emperador, que logara incluso posponer sus contradicciones doctrinales; como la tensión creada por las diferentes exégesis, que de hecho crearon en esta contradicción las convenciones hermenéuticas para su propia referencia.

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Por el contrario, esta condición de la iglesia norteamericana crea una tensión permanente, no resuelta nunca; y por la que el alcance de su reflexión sobrepasa siempre —en este sentido hermenéutico— la capacidad coercitiva de las convenciones políticas; con lo que consigue mantener el carácter atómico de la realidad que determina formalmente, en contradicción con el temprano corporativismo que viciara las convenciones cristianas. Si se observa respecto al principio del éxodo, esta es precisamente la dificultad que tiene que resolver; en tanto necesidad de sobreponerse a esa coerción, por la función centrípeta de dichas convenciones políticas.

Fue el caso de la excepcionalidad griega, que diera lugar a la democracia con el temprano capitalismo fenicio; como fuera el caso de todo desarrollo del monoteísmo, teniendo que sobreponerse a las élites religiosas; que  en su función de vigilancia y coerción de la estructura social en sus convenciones, impiden este desarrollo último. Los ejemplos —independiente de su historicidad—, comienzan con la emigración de Abraham al valle de Canaán; pero incluyen el posterior de José a Egipto, y el apoteósico —del que se toma el nombre— del éxodo judío de Egipto.

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Al margen de estos, estarían los más sutiles del cautiverio judío en Babilonia y su propia organización tradicional; junto a la diáspora del Cristianismo del ámbito de San Pedro en Jerusalem —de la mano de San Pablo—, y la hégira musulmana[1]. Más sutil e ilustrativo aún, por su carácter estrictamente funcional, sería el caso de la tradición filosófica en la Grecia clásica; que a pesar a pesar de carecer de élites religiosas políticamente especializadas, a la larga tampoco puede evitar este convencionalismo; teniendo que realizar esta apoteosis en un éxodo virtual del modo reflexivo, de la tradición mitológica a la filosófica[2].

Esa característica no es entonces privativa de la iglesia negra norteamericana, sino de la expansión del cristianismo; como parte de ese carácter popular que es propio de su cultura, en la conjunción del evangelismo protestante y el individualismo capitalista. Puede notarse la reincidencia del efecto atomizador del capitalismo, que reproduce el Estados Unidos la función anti corporativa del cataclismo minoico; esta vez incluso en la naturaleza peculiar de sus fundaciones religiosas, al margen de las propiamente políticas.

Aún, esta característica es remarcada por la mayor precariedad de la población negra, que es tanto política como económica; en tanto esto acrecienta su inconvencionalidad —como marginalidad—, y con ello su capacidad para sobreponerse a esas coerciones. Sería entonces esta marginalidad —dada en su precariedad— la que le otorgue poder refundacional, en la sobreposición a dichas convenciones; en tanto el proceso es en definitiva de reestructuración del espectro hermenéutico, en su función de referente para la reflexión existencial. De ahí la importancia de la iglesia negra estadounidense, reorganizando del espectro hermenéutico de Occidente; no ya sobre la base —como se dijo[3]— de un mito sino de una experiencia, que cumple la misma función en tanto fundacional.



[1] . En el caso de San Pablo, la diáspora es necesaria para propiciar la apoteosis del carácter mesiánico; al que ya apuntaba el judaísmo sin poderlo concretar, dada la extrema convencionalidad de su propio tradicionalismo.

[2] . Esta derivación sí sería posible gracias a esa excepcionalidad de la estructura política griega, formada desde el atomismo económico con la expansión del comercio fenicio.

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