Sunday, June 30, 2024

El conceptismo casual y profundo de Chary García

María del Rosario García llega al arte con la ventaja de su madurez, como otro signo de su plenitud existencial; es decir, no viciada por esa formación profusa, que impulsa a los artistas a la trascendencia imposible, sino feliz en su pureza. Pártase de que esa trascendencia es un objeto imposible, puesto que es una condición propia de lo inmanente; que siendo a su vez la condición del Ser, carece de consistencia propia como para comunicarla a un objeto.

Tamaña contradicción será la que diluya al arte contemporáneo, en sus sinsentidos y contradicciones profesionales; pero guardando sus mejores frutos para el artista ingenuo (naif), como intuyeron los surrealistas que comenzaron la debacle. Este es el caso de Chary, que viene ya con su experiencia de la cocina, nada más y nada menos que la española; en la que forma su sensibilidad especial para el constructivismo formal, y sobre todo la mera alegría de ese formalismo.

Contrario a los debates teleológicos, el constructivismo es práctico mezclando aromas y sabores en la cocina; esa es la ventaja para el arte de una formación al margen del arte, para que este exprese lo real y no sus conceptos. Esto es lo que distingue a María del Rosario entonces, independiente de si se le pueden identificar influencias y otras presiones; más allá, en sus imágenes se da la confluencia con el conceptismo profuso de autores clásicos, sólo que en la espontaneidad en que los actualiza.

De este modo, esos autores incomprendidos cobran vida a través de su sencillez, no menos efectiva por aparente; porque mejor que cualquier profesor de artes, ella es el arte que los explica a todos, continuándose en su propio gesto. Chary, según Chary misma, no quiere decir nada, y probablemente sea por eso por lo que puede decir mucho; en tanto no se le traba la lengua con conceptos engorrosos ni principios abstractos, sino que sólo habla de su plenitud; que en tanto humana es de la especie toda, como un espejo al que puede mirarse, no más se canse de tonterías abstrusas.

Bajo el nombre artístico de Mi-Cha, ella no discursa ni sobre la realidad ni su expresión como naturaleza, sino que la ve y nos hace verla con ella; por eso juega, reduciéndola al objeto ontológico que es, mejor que cualquier teólogo, esteta o filósofo en general. Chary ni siquiera es excesiva en esta simpleza, que la volvería tan retorcidamente intelectual como a un profesor; pero torciendo esa imagen de lo real, en superposiciones y combinaciones continuas, que hacen del gesto arte y no mero gesto.

Es ahí que aflora el magnífico instrumento constructivista del inicio, en sus ojos felices que descubren lo real; pero ya como esencia más que objeto mismo de eso real, sin caer en los ditirambos huecos del subjetivismo. Hay que tener cuidado ahí —sobre todo tratándose de esta libertad extrema de Chary García—, porque el sendero es complicado; en definitiva, el subjetivismo es el subterfugio con que el arte puede reflexionar al Ente desde el positivismo moderno; pero prestándose entonces a esas corrupciones subliminales del seudo romanticismo, que se pierde en discusiones inútiles.

Después de todo también, los desarrollos son todos residuales y no objetivos, sin lugar tampoco a esa subjetividad; porque la antonimia es una ficción humana, minuciosamente desconocida en la naturaleza de lo real, como muestra Chary. Es entonces esa singularidad en que las cosas se estiran, como los mundos paralelos que el concepto no puede relatar; porque, como potestad de la vida, afloran en la espontaneidad del gesto descomprometido, feliz de cumplirse en sí mismo.

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