Saturday, April 12, 2025

¿Escatología cubana? Occan navajea sanguinario ángeles sobre la Habana I/III

Lo más sorprendente de este libro, sería la profundidad filosófica que propone para la comprensión de la historia; su propuesta de entrada es una ontología de la historia, no la historia misma, sonando como una fenomenología del espíritu. Para ello sin embargo, parte de los debates teóricos sobre la política, con su rosario de referencias a autores postmodernos; con lo que se encierra en el fatalismo hermenéutico de esos debates, que es sobre conceptos, no sobre realidades.

Contra ese absurdo fue que blandió Occan el filo racional de su navaja, en aquel tiempo absurdo de los universales; instrumento mellado por el racionalismo moderno —que no fue racional—, y oxidado luego en las teorías postmodernas. Eso es lo que no resuelve este libro, planteándose como racionalización de esa irracionalidad, que serpea entre teorías; con una organización de los problemas históricos, resumibles en el trascendentalismo histórico del idealismo moderno.

La dificultad podría residir precisamente en ese pretensión de escatología, que es todavía historicista y no antropológica; porque en su naturaleza ilustrada, se trata de una extensión de los debates eruditos del siglo XIX, no su solución. Eso no es poco, como una contracción que en definitiva se agradece, a los mejores tiempos del pensamiento cubano; sólo que aquellas aguas trajeron estos lodos, como en todo occidente, del que Cuba es una ínfima expresión.

El libro tiene críticas válidas, como ese trascendentalismo, que desde Kant subordina al individuo a lo social; pero metaforiza ese colectivismo forzoso como tribal, en una de las reducciones más excesivas en su racionalismo. La alusión es claramente a una premodernidad del concepto de nación, que obvia el problema que pretende resolver; en tanto se trata de un afianzamiento del poder de las coronas sobre la aristocracia feudal, con la soberanía.

Desde ahí, la metáfora del nacionalismo como tribal es también errada y excesiva, desconociendo su naturaleza; primero, por la funcionalidad de las relaciones tribales, en la matrilinealidad y la geronto democracia; e inmediatamente, en el determinismo político que disuelve a esta función en Occidente, con la patrilinealidad. Eso por ejemplo, es un elemento de valor transhistórico en lo antropológico, pero realizado históricamente; cuando el establecimiento de la sociedad feudal la estructura en esa patrilinealidad, en su convencionalismo político.

Esto hace que la propuesta de estos autores carezca de una base ontológica, como esa antropología que necesita; y que suple con figuras literarias, como el fatalismo político de Novas Calvo en un homenaje a Moreno Fraginals. No es que la literatura no tenga este recurso, como prueba el esteticismo de de Lezama Lima, con todo y sus defectos; es que aquí no se organiza, como ese drama existencial, con que Lezama resuelve las dicotomías de Herman Hesse.

En este sentido, este libro es como una contracción a esas dicotomías hessianas, que es su defecto filosófico; en tanto sólo actualiza —mientras expande— el reduccionismo que diera lugar a Hesse, desde el cristianismo de San Agustín. La misma idea de que Cuba cuestione su legitimidad ontológica sería una fantasía intelectual, asumiendo que tiene una ontología; si de hecho carece de ese orden en su tradición intelectual, que imponga alguna suficiencia a su determinismo político.

Otro error de este acercamiento, es la atribución de una naturaleza cultural y no política al nacionalismo cubano; como si no derivara del anexionismo decimonónico, que respondía a los intereses económicos de la sacarocracia. Asumir que el nacionalismo responde a una idea romántica, es todavía legitimar en la inocencia su mito fundacional; en ese mismo trascendentalismo histórico que critica como tribal, cuando carece de inmanencia para ese tribalismo.

Así, como crítica a ese supuesto romanticismo, se le reduce lo nacional a su expresión territorial, en la raza y la lengua; cuando sólo justifica el interés económico, como verdadera volición del patriciado, a la que arrastra a la masa popular. Ciertamente no se trata de un ideal de justicia, que como convención es otra abstracción, convencional y trascendente; sino de la inmanencia de unas necesidades de clase muy definidas, que así se justifican en su trascendencia posible.

Este error provendría de sus referentes en el Idealismo, dando por suficiente la consistencia de los conceptos; sin atender a la relatividad con que estos son derivados del sujeto —no del objeto—, como convención. Desde ahí, si el realismo puede aspirar a una objetividad relativa, el idealismo deviene en subjetivista; justo por atender a la racionalidad de sus objetos como suficiente, antes que a su función como reflexivos.

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