Sunday, July 27, 2025

Conclusión al republicanismo americano

Cromwell es la figura trágica de la república inglesa y Lincoln su eco americano, pero Rousseau encarna su distorsión; el primero actúa sobre un orden en crisis, el segundo por refundarla, y el tercero sobre su abstracción ideológica. Por eso, las repúblicas fundadas en cada uno expresan lógicas distintas del acto político, con desigual resolución; la actualización ontológica necesaria, su conservación transformadora y funcional, y la fundación voluntarista.

Cromwell y Lincoln no operan desde una filosofía, sino sobre una estructura, que enfrenta su fractura formal; Cromwell la de la monarquía inglesa de los Estuardo, incapaz de absorber el pluralismo religioso y el ascenso parlamentario; Lincoln la del pacto federal, desgarrado por el determinismo político, ya insoportable desde su constitucionalidad. Frente a esto, la república de Rousseau no nace de una fractura real, sino de una ruptura ideal, como un imaginario; del que el contrato social no emerge como solución a una tensión estructural, sino como un artificio político.

El contrato social es el acto por el que los individuos se sustraen a la naturaleza, construyendo una voluntad común; por eso, mientras Cromwell y Lincoln actúan dentro de la historia, Rousseau actúa fuera de ella sobreponiéndosele; y mientras aquéllos reabsorben el pasado en una forma reformulada, éste lo anula en nombre de la pureza abstracta. La república de Rousseau no nace así del conflicto, sino de la imaginación, no satisface una necesidad real sino imaginaria; no integra tensiones, las suprime abstrayéndolas en una voluntad general, que ignora la naturaleza puntual de lo real.

De ahí que la revolución Francesa no sea un proceso de estabilización estructural, sino de aceleración ideológica; la voluntad general deviene soberanía popular, en que el pueblo deviene sujeto absoluto, pero sin forma viable. El resultado es una espiral de violencia que destruye toda mediación, e impide su propia viabilidad política; en cambio, Cromwell y Lincoln, aun actuando desde la excepcionalidad, trabajan sobre esa viabilidad republicana; uno con menos suerte que el otro, dadas sus respectivas circunstancias, pero definitivamente como su fundamento.

Para Rousseau, la libertad es un acto de autodeterminación moral, en que el individuo es libre al obedecer la ley; que supuesta pero no realmente sea ha dado él mismo, porque ha corrido por cuenta de un cuerpo especializado. Ni Cromwell ni Lincoln entienden la libertad como un derecho metafísico, sino como viabilidad estructural; y eso hace pragmático al republicanismo americano, mientras el otro deviene en la tiranía ideológica original del cristianismo.

Recuérdese que la violencia ideológica del Cristianismo se funda en San Pablo, pero no se realiza hasta San Atanasio; haciéndose estructural con San Basilio y sus monjes fanáticos, sentando la dinámica política del futuro socialismo. De este tránsito es que surge el humanismo, como justificación de la república moderna, en su racionalidad como suficiencia; pero la república inglesa tiene otro origen, dado por la contradicción misma de la clase media, no como ideología; que es lo que explica esa crisis de continuidad de Cromwell, solucionada en el constitucionalismo de Lincoln.

En esa triangulación se juega la genealogía del republicanismo moderno, no como ideología, sino como cultura; no entonces como filosofía del poder, sino como forma posible del mundo, ante la otra posibilidad de su colapso. Es ahí donde América no sigue a Francia sino a Inglaterra, en la separación trialéctica de sus clases media y popular; porque su forma política no es la voluntad sino la estructura, no el contrato sino el equilibrio, inestable por naturaleza.

Eso es lo que potencia Virginia, como reinauguración que extiende la nueva realidad ante el carisma de Alfredo; tras el que vienen los nuevos heaten del ilustracionismo francés, pero como otra condición también de lo real; que se niega a ser ignorada en ese extraño idealismo del pragmatismo de la cultura, como dificultad perenne de lo real. En efecto, como un final paradójico y operático, el problema está en la relatividad tricotómica y no dicotómica de lo real; por la que toda realización es epifenoménica —en tanto efecto— y en eso responde aún a la estructura de la que parte.

 

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