Monday, February 8, 2021

Exegesis

Los mitos normalmente explican fenómenos y problemas teológicos, y por eso narran las vidas de los dioses; que en sí mismos son representaciones de las determinaciones de la realidad, que resulta de la forma en que se relacionan entre sí. De ahí la profusa sexualidad de los dioses, como explicación última de la energía compulsiva de la realidad; y normalmente también, suelen derivar en una justificación explicativa, resultando en la legitimación trascendente de cuestiones políticas.

Eso no es extraño, la política es una naturaleza en que la cultura adquiere su valor apoteósico como realidad; que reproduce artificialmente a la realidad en sí, como extensión en que ocurren los fenómenos reales. En ese sentido, un mito especialmente llamativo es el de la lucha de los orishas contra el Diablo; en la que este representa el mal en su forma más clásica, de máxima dificultad para la realización plena del ser.

En la tradición yoruba, ningún santo conseguía vencer al diablo, que lo mismo se escurría que los vencía; esto último aprovechando alguna debilidad, que los exponía en sus propias dificultades. Quienes único consiguieron vencer al diablo fueron los jimaguas, niños hijos de Shangó y Oshún; que así son el fruto de la relación complementaria en que se consigue la naturaleza de las cosas, y con ello la base para su respetiva realidad.

Lo curioso es que sean los jimaguas, por esa condición infantil que acercaría el mito al problema de la inocencia; que siendo clásico y recurrente, aquí aparece en esa función de alegría y disfrute de lo inmediato. Es curioso, porque esa capacidad de disfrute es lo único a lo que no puede sobreponerse el diablo; falleciendo agotado, no ante el esfuerzo —debilitado en la relativa hipocresía— de los otros, sino ante la paz.

Sunday, February 7, 2021

¿Antropología política u Oddún?

 Hay un proceso muy llamativo en la formación de la religión afrocubana, concerniente a sus ritos de iniciación; que conocidos como de práctica mínima en el lugar de origen, adquieren una complejidad especial en Cuba. Sería el caso de la iniciación o consagración, que en Cuba se hace con la entrega de varios orishas; mientras que supuestamente en África se hacía con sólo dos, uno de ellos básico o general, y el otro de la localidad del iniciado.

Ese básico o general se refiere al vínculo con los antepasados, como base para la espiritualidad de la persona; al que distinguiéndolo del de la localidad, que lo identifica como su cabeza, se le conoce como sus pies. Se trata entonces de una iniciación mínima de cabeza y pies, conocida en Cuba como santo parado; y que ciertamente provenía de África, pero como práctica de zonas rurales, no de su totalidad[1].

En las cortes yoruba se habría iniciado un proceso de centralización, con la consagración de una serie de Orishas; que procediendo todos de las diferentes localidades, parecen obedecer así a esta expansión de un poder central. Por supuesto, hay mil y otros procesos paralelos, que hacen de este uno muy complejo y no simplificable; pero que puede explicar la imbricación de los poderes político y religioso, en que el príncipe podía fungir como máximo sacerdote o tenía ese valor.

Así, por sobre la autoridad más o menos inviolable de los caciques locales, se iría extendiendo la del príncipe; no en una confrontación de estos, que complicaría el proceso, sino en la autoridad paralela de la religión. El mismo proceso puede verse en la Francia de Luis XIV, cuando somete a la aristocracia feudal a través de la cultura; bien que más indirectamente, pues lo hace fundiéndolos por la fuerza en el núcleo cultural de Versalles.

El resultado final, en ambos casos, es una estandarización de las prácticas existenciales, a través de la cultura; que se revierten en una reorganización política de la sociedad en general, centrada por el poder metropolitano del rey. No sería casual que en esta dirección, el culto central en Oyó sea el de Shangó, basado en un rey histórico; que desplazando el de Obatalá a un poder más absoluto de intercesión con Dios, legitima el poder de Shangó en su origen[2].

Hoy en día se apela a la identidad, como principio de singularidad cultural pero no de individuación; descreyendo de la cultura como un proceso de racionalización práctica, que tendría valor existencial. Esto explicaría el diferente desarrollo de las culturas en un sentido universal, al que se dirigirían todas; en un proceso de evolución más o menos accidentada, comenzada con la vieja práctica de la expansión colonial.

Eso quizás nos pacifique a todos, reconociéndonos en esa naturaleza común y humana de la cultura; como una práctica general con sentido propio, en la que cada uno encuentra su propio sentido individual. De ser así, no habría vergüenza en que otros hayan tenido mejor suerte o recursos en la misma carrera; que nos beneficia a todos y nos reconoce la misma dignidad, no importa el papel que jugamos en esta.





[1] . https://negracubanateniaqueser.com/2017/11/20/agba-lagba-un-acercamiento-a-las-iniciadoras-de-la-regla-de-ocha/

[2] . El concepto de panteón un yoruba es relativo, ya que la religión de Osha no tiene dioses propiamente dicho; sino energías cosmológicas propias de las personas (orí, cabeza), sujetas a un proceso de representación antropomórfica. Esto habría ocurrido en una segunda generación del panteón, cuando se sincretiza con personajes más o menos históricos; las correspondencias principales serían de Shangó con Yakutá, Yemallá con Moja Elewi (shorturl.at/hzEHU ), etc.

Friday, February 5, 2021

Historia de las lenguas hispánicas

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Nadie tiene que explorar el paisaje en que vive, y que puede permanecer así ignorado en su grandeza; algunos sin embargo deciden hacerlo, por innata curiosidad, que malamente consiguen justificar; es a ellos a los que se agradece el conocimiento que traen de vuelta, como un cuento. El lenguaje es un universo con leyes y determinaciones propias, como un paisaje que uno habita más que una propiedad; sus convenciones nos anteceden y sobrepasan, sin que siquiera notemos los cambios que va sufriendo.

Rafael Del Moral es un hombre que se aventura en ese paisaje, y lo cuenta a quien quiera escucharlo; uno supone que escucharlo, o leerlo en este caso, tiene esa misma sensación que salvó a Scherezada. La Historia de las lenguas hispánicas es la descripción de un paisaje silvestre, que crece y exhibe su grandeza; leerlo, es comprender de dónde y cómo provienen nuestras determinaciones formales, incluida la singularidad reflexiva.

El estilo es efectivo y directo, resolviéndose en un lenguaje popular y poco florido, que no desconoce la ilustración; tiende a la síntesis, ya que trabajando con un objeto inmediato, trata de alinear cada sus innúmeras determinaciones. En ese sentido, puede recordar la Historia Universal de Asimov, con un humor ligero y culto —no cínico— que se encarga de los énfasis; y sobre todo en esa eficacia, que acerca un objeto tan abstruso a la más simple de las inteligencias, con sólo que le interese.

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Entre sus virtudes, la posibilidad de corregir excesos teóricos, como el de la inclusión de vocales en el alfabeto griego; que no se debe a la falta de un poder religioso en el complejo minoico micénico, sino a que el fenicio original tenía pocas vocales y eran memorizables. La intuición así no pierde efectividad, pero queda ajustada con el dato oportuno de apenas una sutileza, no perdida entre farragosos párrafos; sino que reluce como debe relucir, en el coloquio fácil que establece un maestro con discípulos dispuestos e interesados.

Desde el prólogo, la Historia de las lenguas hispánicas nos está hablando de una experiencia trascendente; lo inmanente es la forma concreta en que se determina, lo trascendente es la lenta formación que deja. El caso del español es especialmente —como todo otro— complejo, por las mil determinaciones a las que responde; que en su caso particular se mantienen igual de álgidas, como compulsiva racionalización de problemas políticos.

No sólo hay historia en esta Historia…, también hay historia de la historia, y así sucesivamente hasta la noche; particularmente fascinante, la argumentación de las conclusiones, y la descripción del contexto en que ocurren los desarrollos. Un rasgo interesante de esta historia es su distanciamiento, que no la hace menos apasionada sino más objetiva; así, no lamenta la pérdida gradual de ciertas lenguas ni trata de apuntalarlas artificialmente, sino que comprende la utilidad de su mismo desvanecimiento.

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Eso se debe a que Del Moral no es un ingenuo materialista, aunque no desconozca la importancia de lo económico; parte de una intuición propia sobre la necesidad y no el poder como impulso para el desarrollo. De ese modo, contra toda dialéctica, Del Moral hace espacio para las determinaciones que pululan sobre lo humano; y que sobrepasando la inmediatez de lo económico, consiguen consolidarse en una referencia identitaria.

Un patakí africano, que son cuentos en que les habla su oráculo, narra cómo el sabio desposó a la diosa del amor; porque en una guerra final de todos los hombres contra todos, fue el fulgor de su belleza lo que la contuvo. La historia termina conque, una vez pausada la guerra, la diosa se tomó el tiempo para satisfacer las necesidades de los guerreros; no para juzgar quién estaba bien y quien estaba mal, sino para satisfacerlos en que aquella urgencia que los había llevado a la guerra.

Esta Historia de las lenguas hispánicas es como ese fulgor de la diosa, que es la historia atravesándonos; si consigue detenernos, nos explicará la duda que nos conmueve, ponderando nuestras posibilidades existenciales. Quién está errado y quién tiene razón es tan relativo como banal, porque lo que pesa sobre todos es la muerte; gracias a Dios hay exploradores que descubrieron el complejo paisaje que nos determina, sólo hay que escucharlos —o leerlo, en este caso—.


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