Monday, February 8, 2021

Exegesis

Los mitos normalmente explican fenómenos y problemas teológicos, y por eso narran las vidas de los dioses; que en sí mismos son representaciones de las determinaciones de la realidad, que resulta de la forma en que se relacionan entre sí. De ahí la profusa sexualidad de los dioses, como explicación última de la energía compulsiva de la realidad; y normalmente también, suelen derivar en una justificación explicativa, resultando en la legitimación trascendente de cuestiones políticas.

Eso no es extraño, la política es una naturaleza en que la cultura adquiere su valor apoteósico como realidad; que reproduce artificialmente a la realidad en sí, como extensión en que ocurren los fenómenos reales. En ese sentido, un mito especialmente llamativo es el de la lucha de los orishas contra el Diablo; en la que este representa el mal en su forma más clásica, de máxima dificultad para la realización plena del ser.

En la tradición yoruba, ningún santo conseguía vencer al diablo, que lo mismo se escurría que los vencía; esto último aprovechando alguna debilidad, que los exponía en sus propias dificultades. Quienes único consiguieron vencer al diablo fueron los jimaguas, niños hijos de Shangó y Oshún; que así son el fruto de la relación complementaria en que se consigue la naturaleza de las cosas, y con ello la base para su respetiva realidad.

Lo curioso es que sean los jimaguas, por esa condición infantil que acercaría el mito al problema de la inocencia; que siendo clásico y recurrente, aquí aparece en esa función de alegría y disfrute de lo inmediato. Es curioso, porque esa capacidad de disfrute es lo único a lo que no puede sobreponerse el diablo; falleciendo agotado, no ante el esfuerzo —debilitado en la relativa hipocresía— de los otros, sino ante la paz.

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