Wednesday, February 3, 2021

Vindicación de Dionne Warwick

  En 1980 Dionne Warwick rompió un bloqueo internacional y cantó en Sudáfrica, en el 2015 repitió el desafío en Israel; había mucho de dignidad en su obstinación, presentado como cierto prurito profesional de respetar contratos. Había sin embargo suficiente respaldo como para justificar la excepción, y que Warwick desviara su atención a otras fuentes; más allá de todo esto, está la complicada negociación con que la figura marginal gana espacio para su especie, poco a poco.

No hay que llamarse a engaño, los Estados Unidos que condenaba a Sudáfrica fue el mismo que la había apoyado; por el momento la rama izquierda del parlamento mundial se habría subido al podio, pero el mundo seguiría dando vueltas. La reticencia de Warwick puede recordar el pragmatismo de Miriam Makeba, que no se refugió en Cuba sino en Estados Unidos; quizás ambas supieran que la retórica no es sincera nunca, y que los grandes gestos se agotan en el símbolo.

Como mujer negra, Warwick sabía que la aceptación del público universal era hipócrita, no tenía por qué responderle; una cosa era la distancia del escenario, donde no tenían que codearse con ella, o el backstage en que podrían presumirla; otra muy distinta compartir el transporte público sin siquiera el privilegio de aquella voz, que es lo que se discutía en Sudáfrica e Israel. En cambio, actuando por sí misma, no sólo sentaba el ejemplo de suficiencia individual y pragmatismo político; también conseguía que ese enemigo para el que cantaba tuviera otra oportunidad de comprender lo que hacía, ofreciéndole una alternativa de redención.

Que el otro cogiera el laurel que le pasaban o no, era problema de ese otro, no suyo; ella ni siquiera tenía que ser consciente de su propio gesto, sino sólo de ejercer la negociación en términos pragmáticos y no retóricos. Eso fue lo importante y hasta eficaz por principio, la posibilidad que brinda el gesto individual; que repercutiendo en toda la especie, brinda resultados inesperados donde hace más falta, que es el carácter, y es individual.

Dionne pudo haberse plegado, y desaparecer en esa ola de catarsis política que luego dejó a los negros atrás; en vez de eso escogió respetar sus contratos, y hacer lo que mejor sabía hacer, que era cantar como mejor podía. Como resultado, tuvo críticas de todos los blancos que sabían y dictaban lo que los negros debían hacer por su dignidad; pero a ellos los ha sepultado la historia en el anonimato de su convencionalismo, sólo ella brilla en su capacidad para ser ella misma.

El error persistente del Occidente moderno, ha sido perseguir la trascendencia para realizarse desde ahí en plenitud; no importa el asombro con que descubren de vez en cuando que es al revés, desde Santo Tomás a Heidegger. La trascendencia es una condición exclusiva del Ser, justo porque es en sí y por sí mismo, en su inmanencia; la fidelidad de Dionne a sí misma y la entrega de su mejor oficio, es probablemente el mejor servicio que haya prestado nunca.

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