Sunday, February 28, 2021

Dogma - II

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Un catedrático afirmaba el carácter universal del Idealismo, como espectro hermenéutico en sí mismo; pero como lo hacía desde esa misma perspectiva idealista, no podía saber que lo establecía como una burbuja hermenéutica. Hay una diferencia funcional entre una burbuja y un universo hermenéuticos, referida a la consistencia; ya que mientras el universo es una materia con una proyección formal, la burbuja sería su reducción en función de la comprensión que provee.

Como interpretación de la realidad, el Idealismo no se confunde con su objeto, pero lo reduce a un aspecto formal de esta; excluyendo todo aquello que no le interesa como este objeto propio, como son los problemas no políticos en la Modernidad. Ese es el problema con este espectro hermenéutico, no en sus principios mismos sino en esta realización moderna; que siendo concreta, consiste en la interpretación de la historia en función de legitimar postulados políticos concretos.

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Eso no es gratuito, la inmediatez de los problemas que encaraba no admitía devaneos sistematizadores; se trataba de transferir las facultades políticas, desde la institución monárquica a la de la nación, en representación esta de lo social. El objeto entonces es la sociedad, como organización corporativa que exige su propia e inmediata sistematización entitiva; de la que si era posible, más tarde resultaría la reorganización que reconociera la prioridad lógica del individuo, pero no necesariamente.

Esa sería sin la razón de que estas filosofías se planteen al individuo subordinado como ciudadano; en una posposición que, al no resolverse en la hermenéutica, quedará fijada como canon imperativo de su aparente necesidad (Kant). Esta interpretación es entonces con un sentido dado, como legitimación trascendente de un postulado político; que es la característica de las filosofías modernas, determinadas por la contradicción política en que ocurren. Eso las diferencia de las filosofías premodernas, cuyos problemas no eran directamente políticos sino religiosos; repercutiendo en la política, pero no por una determinación primeramente económica, como en las modernas, por la emergencia de la burguesía.

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De todas formas, ese desarrollo moderno es natural, porque responde a ese momento específico de la evolución; que dada como historia, se concentra en la reconfiguración de los poderes políticos, desde esta emergencia de la burguesía. Antes de la Modernidad, el objeto de la filosofía tenía estas connotaciones pero otro objeto, en la trascendencia del Ser; aunque heredado desde la antigüedad (teocentrismo), derivado en su interés de ese trascendentalismo al inmanentismo moderno.

Es con la primera apoteosis de ese desarrollo, en el Racionalismo cartesiano, que se da este otro; resultando en el establecimiento de ese espectro hermenéutico idealista, desde su tensión formal entre materia y espíritu. Esa tensión se habría incorporado en la transición de la antigüedad al bajo medioevo, desde el Maniqueísmo; en las discusiones por las que el agustinismo organiza la patrística, dando forma a la cosmología cristiana.

Por eso, las filosofías modernas van a tener connotaciones trascendentalistas, pero su naturaleza será inmanentista; con una apoteosis en el positivismo, que va a determinar una organización última de ese espectro. Es en ese sentido que quedaría establecido, al menos en sus principios, ese espectro hermenéutico del Idealismo; dado por la tensión entre sus tendencias espiritualistas y materialistas, como comprensión de una determinación primera de la realidad.

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No importa ahí esta contradicción conceptual entre materia y espíritu, que es funcional, porque son complementarios; pero además, porque sólo el Idealismo admite esa comprensión de la realidad, abstraída a sus aspectos formales. Es por esto que se desplaza al espectro hermenéutico del Realismo, con el desarrollo de este del Idealismo; como una prioridad dada por los conflictos que enfrenta la cultura, en su naturaleza política y económica. El Realismo, como opción contraria al Idealismo, comprende a lo real —no la realidad— en la unidad de su substancia; sea esto en el acto o en la potencia, porque es siempre lo real y no un aspecto suyo.

Eso lo había resuelto Santo Tomás, con El Ser y la Esencia como máxima abstracción posible; que no llegando nunca a la forma en sí, no admite esa comprensión parcial de lo real sino en su conjunto total y sistemático. El problema idealista es este conceptualismo, que no comprende esta totalidad sistemática de lo real; no importa que su apoteosis durante la Modernidad fuera natural, como desarrollo lógico del inmanentismo.

Es gracias a eso que las ciencias adquirieron el apogeo con que contradicen ahora esa tradición, por la insuficiencia hermenéutica de su espectro; que construido en función de la inmanencia de la realidad, no alcanza a la comprensión de su aspecto trascendente. Esas son las contradicciones que está planteando la ciencia, sobre todo —pero no únicamente— la física cuántica; con hallazgos incomprensibles desde el determinismo (formal) del Idealismo, como la indeterminación primera y la bivalencia de lo real.

Es ahí donde se impone romper esa burbuja hermenéutica, con su falsa universalidad; para preparar los instrumentos reflexivos con que comprender estos postulados de las ciencias, en ese acceso al otro aspecto de lo real. Cuando los santos Tomás y Alberto reintrodujeron el Realismo, el dogmatismo agustinita logró subordinarlos en la Escolástica; que es la que decae hoy, en la incapacidad de las Universidades que modeló, para desarrollar la instrumentalidad de esa otra hermenéutica.


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