El emanacionismo como intuición originaria de la morfodinámica - I
La idea entiende a lo
real como un proceso, en el que lo que existe surge porque su forma contiene esa
potencialidad; y esa intuición, expresada simbólicamente como emanación, no sería
una desviación mística ni un residuo precientífico. Esta intuición no
contradice el fenómeno de la termodinámica, sino que más bien lo anticipa en su
dimensión ontológica; y cuando la física del siglo XIX formaliza la noción de
energía, gradiente y organización, sólo le estaría ofreciendo una base
rigurosa.
La diferencia es entonces
epistemológica, y aún aquí incluso superficial, de vocabulario y no estructural
o hermenéutico; que es por lo que la morfodinámica no acude al imaginario religioso,
para explicar la producción de nuevas formas. La morfodinámica se entiende aquí
como ley general, por la que la forma, una vez estabilizada, se torna
generativa; al operar en su misma inmanencia, produciendo redundancias con su organización,
con la que genera nuevos niveles de forma.
Aquí debe evitarse la
simplificación, por la que la potencia física se pierde o se debilita al
originar la cultura; comprendiendo el proceso como algo más sutil, en la
consunción de la energía física se consume por su propia regularidad; es decir,
en el mantenimiento y perfeccionamiento del orden termodinámico que define al
organismo humano. Como umbral crítico, este sería el punto de máxima madurez
formal, en que se abre la cultura como naturaleza; esto, dada su propia
densidad ontológica, que no como sublima la materia, sino que reorganiza la
forma en su suficiencia.
Spinoza no
introduciría un agente metafísico su natura naturans, sino el carácter
operativo de la naturaleza; en su capacidad de actuar desde su propia
estructura, ya separada en su organización, como suficiencia fenoménica. De ese
modo, no hay sustancia fija ni emanación desde un principio absoluto, ni
continuidad garantizada por una hipóstasis; sino organización, gradientes,
estabilización y tránsito entre regímenes formales, cada uno epifenoménico de
su origen.
El lenguaje —el arte,
la política y el mito— no es efecto no de la materia, sino de la forma en su
estado redundante; es emanación en el sentido arcaico del término, pero
transición morfodinámica en un sentido técnico. La intuición emanacionista no
es por tanto un anacronismo, sino el reconocimiento de la axialidad profunda de
la cultura; y de esta como esa apoteosis formal, alcanzada por lo físico en lo
biológico, y de esto a su vez en la conciencia.









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