Se parte entonces de la rigidez de la monarquía francesa,
como lo que empuja a su aristocracia hacia la clase media; que en su especialidad
intelectual desde la estrategia carolingia, se establece definitivamente como
política; definiendo con ello la cultura política de la Modernidad, con esa
contradicción artificial del humanismo liberal. Esto se debe a la dependencia de
la monarquía de la burguesía, contra los intereses de esa aristocracia
tradicional; a la que sustituye funcionalmente con la burguesía, transformando
el capital, de militar por el financiero.
La diferencia estriba en que con eso, la monarquía no
depende de la alianza con la aristocracia, que proveía sus ejércitos; que como
la moneda de cambio de las transacciones políticas medievales, es el capital
que permite la realización social. La transformación viene con la dependencia
creciente del capital financiero, con el que el rey paga sus propios ejércitos;
pero a cambio no sólo de una deuda creciente, que es exponencial de Luis XIV al
XVI, sino incluso de su infraestructura política; que la compromete contra sus
propios intereses, como al involucrarla en la Guerra de Independencia
Norteamericana.

Eso es lo que ocurre con la intervención del banquero Jacques
Necker, actuando como ministro de finanzas de Luis XVI; que para forzar un
mayor financiamiento de la guerra en Estados Unidos, culpa a la corona de la
bancarrota pública. El informe culpaba a Luis XVI de la estrategia de Luis XIV,
establecida sobre la doctrina absolutista de Richelieu-Mazarino; que provenía a
su vez de la estrategia política de Catalina de Médicis, en el enfrentamiento
religioso con los puritanos.
La omnipresencia puritana
en los conflictos de Inglaterra y Francia es curiosa, como religiosidad de
clase media; que pasa a un segundo plano con la efervescencia de la
aristocracia francesa, exacerbada por el absolutismo de Luis XIV. Mientras
tanto, la debilidad estructural de la monarquía inglesa no presenta problemas a
su aristocracia; que accede al aburguesamiento, contra los intereses de esa
clase media, que erupta en la revolución de Cromwell.
Esta clase es entonces
la que define a la cultura moderna en su expresión política, con su triunfo en
Francia; que viniendo de su frustración en Inglaterra, hace confluir sus dos
vertientes en la otra emergencia de Estados Unidos. Esto es importante, al replantear la naturaleza de la
revolución francesa, como de la clase media, no burguesa; sino de esa clase
media profesional, engrosada por la aristocracia disidente del absolutiosmo
monárquico francés.
De esta clase que surge
entonces la ilustración, concretando la estrategia carolingia, el administrador
de palacio; dando lugar a la tradición Idealista, en ese absolutismo que
resuelve la soberanía en la representación política. Por supuesto, la democracia directa es imposible ya desde
la atrofia del hiper desarrollo de la república romana; e incluso la griega era
conflictiva en potencia, en su naturaleza oligárquica, como base de la
aristocracia feudal.
El problema en todos los
casos es el hiper desarrollo, por el que el cuerpo social sobrepasa la
capacidad infraestructural; que es económica, exigiendo un estrato especial
para su administración, superpuesto con el crecimiento comercial. Eso habría
colapsado a la sociedad romana, al no crear esa clase, especializada en la
administración política; sino restringir esa facultad naturalmente, a las
prerrogativas de la aristocracia, sobrepasada por sus propios intereses.
Este es el caos
recurrente, que se resuelve con la dictadura desde Julio César a Augusto, como
será también recurrente; y sería lo resuelto con la usurpación de Carlo Magno,
cuando el imperio franco apuntaba en esa dirección, con Clodoveo. No obstante,
dada su improductividad, esta clase será intrínsecamente débil, sosteniéndose
sólo en el trascendentalismo; contrario a la estructura tradicional, de
contradicciones directas (dialécticas), como económicas y no políticas.
Obsérvese también que, desde la antigüedad, los filósofos
occidentales provienen siempre de la oligarquía comercial; estableciéndose como
una clase parásita de la aristocracia, a la que justifica en este
trascendentalismo. Eso en contradicción con la burguesía en la modernidad, con el
desplazamiento por esta de esa aristocracia tradicional; explicando la extraña
simbiosis, en que la monarquía proyecta sus propias contradicciones en ambas
clases.
Continuará