Monday, December 22, 2025

Elogio de Bookish & Co.

Un absurdo mítico de la cultura postmoderna en Cuba, sería la unidad estética y no afectiva de los grupos literarios; que explica sin embargo la hipocresía y fanatismo ideológico que la permea, ocultando el simple afán de protagonismo. Por eso, la exportación de su colonia disidente a Miami no podría desarrollarse, reproduciendo a la revolucionaria; sólo que más patéticamente, por el déficit institucional, que la rebaja al calco envidioso de su nemesis política

Está es la gracia de Bookish & Co., superando en el esnobisno la desgracia de tanta mediocridad; primero, al descentrar de Miami la literatura disidente, permitiéndole superar esta determinación política. Hasta Bookish, y justo por su centro miamense, la cultura cubana se limitaba a esa seudo institucionalidad; que era fácil de disrumpir, con un par de manipulaciones, justo por ese patetismo en que languidecía; gracias a su naturaleza común con la revolución que criticaba, con el cambio introducido por la generación del Mariel.

Obsérvese cómo esa generación reprodujo los vicios de esa institucionalidad, derrochando el capital que heredó; hasta el punto de barrer con la emergencia original de su cultura, dependiendo de subvenciones y patrocinios. Hasta el arribo de esa generación, Miami pudo desarrollar su red económica, expresada en el arte con sus teatros y editoras; pero en franca declinación desde entonces, junto al resto de esa misma red, ya debilitada como la cubana misma.

Cuba culpa al embargo norteamericano de su subdesarrollo, y su exilio literario culpa al bloqueo liberal del suyo; y esa es la maldición superada por la relativa juventud de Bookish & Co., sobreponiéndose a toda manipulación. Por supuesto, eso hace a ese grupo incomprensible en su impenetrabilidad, pero para eso sirve el esnobisno; que lo libera de esa presión hipócrita con que se la trata de manipular, dejando al lobo que salive con sus dientes rotos.

Ejemplo de está suficiencia es su celebración del culto lezamista, con una festividad desigual y en ello inconvencional; que los reune entre ellos como lo que son, la floración más auténtica de la cultura cubana en su disidencia y exilio verdaderos. Sería una pena que tanta suficiencia se dejará presionar por la envidia vigilante, que no le perdona la gracia; pues eso la sometería a la determinación del revolucionarismo, subrepticio y mediocre, sin resplandecer en su fabulosa individualidad.

Sunday, December 21, 2025

El caso de Lot como figura morfodinámica de la post-postmodernidad

El caso de Lot y su esposa, fuera de su moralización tradicional, ofrecería una imagen precisa de ruptura estructural; como interregno, en el que una forma histórica deja de ser habitable, sin que otra haya emergido aún. En este sentido, el relato no funcionaría como advertencia ética, sino como alegoría de la morfodinámica de lo real; en tanto transición, que no indica un estado al que ir, como teleología, sino sólo un estado que ya carece de sentido.

El mandato que recibe Lot es revelador, pero precisamente por la indeterminación en que no anticipa futuro; el mensaje es tan negativo y vectorial como terminante, no se trata de dirigirse hacia algo, sino de dejar algo atrás. La inteligibilidad del relato no está en el destino, sino en la imposibilidad de permanencia, cualquiera que sean las razones; pues el estado actual ha alcanzado un punto de disfuncionalidad estructural, perdiendo la sincronía que lo sostenía.

Desde una perspectiva morfodinámica, esto sólo describiría la transición de una fase condensada a una disipada; mientras la estructura mantenga su coherencia interna, incluso sus contradicciones son metabolizables. Sin embargo, cuando esa coherencia se pierde, la forma deja de circular funcionalmente, y la estructura es inviable; el mandato de salida no inaugura un nuevo estado, simplemente reconoce el agotamiento irreversible del anterior.

La figura de la esposa de Lot suele interpretarse como ejemplo de desobediencia moral o nostalgia pecaminosa; sin embargo, su gesto no expresa un error ético, sino una persistencia de sincronía con una forma ya colapsada. Mirar atrás es sentimentalismo, pero el sentimiento es una función simpática, que entrelaza a los fenómenos, sino seguir orientado por un régimen formal que ya no opera. El castigo de hecho no es castigo, sino sólo consecuencia de esa fijación residual de la nostalgia, con la petrificación; la mujer queda en esa residualidad, como toda estructura que persiste cuando ya ha gastado su energía histórica.

Esta imagen resulta reflejaría particularmente la condición de la cultura contemporánea, en su post-postmodernidad; un término que no nombra etapa, superación o continuidad del estadio moderno, sino sólo su residualidad. Señala el punto en el que la postmodernidad, como fase disipada de la modernidad, ha agotado su capacidad de disolución; la apertura, la ironía, la deconstrucción y la estetización generalizada fueron operadores eficaces, pero temporalmente; funcionaron mientras existía una estructura moderna que desmantelar, pero no una vez consumido ese capital simbólico.

A partir de ahí, dichas estrategias se convierten en inercia, y ese es el contexto, la estetización post-postmoderna; no es ya signo de vitalidad, sino crítico y político, de una clase hiper especializada que ha perdido su función estructural. Incapaz de producir nuevas formas de mediación, entre energía social y sentido, se aferra a la repetición de gestos epatantes; como la esposa de Lot, no peca por mirar atrás, pero se fija a una forma agotada, como monumento a su propia obsolescencia.

La fuerza de la metáfora reside en su falta de promesa positiva, Lot no sabe adónde va, no encarna una emergencia; simplemente conserva la posibilidad de reorganización, al aceptar la pérdida de la forma anterior. Así mismo, la post-postmodernidad no es un horizonte cultural identificable, sino sólo una zona de turbulencia; y cualquier intento de nombrar o definir una emergencia, responde más a ansia de continuidad que a emergencia real.

En esta perspectiva, la exégesis de Lot no es conservadora ni reaccionaria, no idealiza ni prescribe valores teleológicos; describe una condición estructural límite, el momento en que la permanencia se vuelve peor que la incertidumbre. En términos morfodinámicos, no se trata de elegir entre progreso o decadencia, sino entre desacople o fijación; salir no garantiza sentido, pero quedarse lo clausura, y eso no es lo propio de la realidad, ni siquiera en tanto humana.

Wednesday, December 17, 2025

La ilustración haitiana y la violencia fundacional del país

El tema de la violencia fundacional en el caso de Haití, no se refiere a la violencia como cultura o naturaleza; sino a la función estructural propia del país, como función a su vez de la estructura mayor que es el fenómeno occidental. Por tanto, no se trata de una reductivismo esencialista, ni de una proyección sobre los autoritarismos del siglo XX; sino que describe la dinámica estructural, desde el momento en que el país se plantea su independencia en adelante.

Esta fundación es violenta, partiendo de que carece de algún soporte normativo previo en cualquier sentido; partiendo de que es un movimiento, integrado por la masa sin ciudadanía, y no por una élite del orden anterior. De esa condensación negativa emerge la singularidad epistémica, formalizada no linealmente por Antenor Firmin; su participación en la Sociedad de Antropología Francesa no es un gesto de defensa racial, aunque él mismo lo presente así; sino una operación crítica más profunda, en que Firmin adopta las herramientas, metodologías y retórica científica europea.

En ese sentido, la violencia es fundamental en Haití, no porque sea natural sino porque aún no culmina su función; que es fundacional, porque enfrenta toda la estructura política occidental, en la que nace como disfunción cultural. Con esto da lugar a la emergencia de un nuevo orden, ordenado epistémicamente por la antropología crítica de Firmín; y esa emergencia no habría concluido aún, sino que se mantiene en estado de catalización, sobe toda la estructura occidental.

Eso es complejo, porque con sus no se refiere a una periodicidad meramente histórica sino también antropológica; en la determinación tricotómica y no meramente dicotómica, en que la cultura impone su tensión a la dialéctica. En esa otra periodicidad, el proceso —que afecta a todo Occidente— debe durar unos cinco siglos, de los que apenas han ocurrido tres; alcanzando sólo una cúspide intermedia, marcando la transición entre edades culturales que es lo que resuelve Haití.

De ahí la función epistemológica de Firmín, en la formación de una hermenéutica de suyo moderna y no medieval; como el Humanismo que determinó a la modernidad en su naturaleza medieval, con su base en la antigüedad clásica. Esto es lo que explica la continuidad de las edades culturales, como transición entre estados históricos encabalgados; por esa emergencia asincrónica de funciones estructurales, que tienden a sincronizarse en una apoteosis cultural.

Este juego de determinaciones responde a que lo histórico, al expresarse como realidad política, no es arbitrario; sino que al organizarse obedece a las reglas de toda estructuralidad, incluso si en este caso  es formal, como morfodinámica. Esto se explica en la función reflectiva de la cultura, por la reflexión formal de la física como termodinámica; en tanto reflectada como efecto simpático de lo real, en la naturaleza como cultura, ahora de valor específicamente humano.

Esa es la complejidad que se resuelve en el eje de Firmín a Prince Mars, terminando por establecerse en Duvalier; como un primer estadio, en que Haití adensa su singularidad cultural, aflorando en una expresión política original. Aquí resurge el problema de la formación de Haití desde un cero histórico, careciendo de mediaciones orgánicas; que provienen en realidad de una condición extrapositiva, por la tensión con el imperio español, en la frontera de Santo Domingo.

En efecto, aquí se formaría ese referente institucional, por la superposición residual de la disidencia haitiana; no por una formación institucional, sino desde la integración de Louverture y su futuro gabinete del ejército español. Eso explicaría la organicidad que da resiliencia cultural al fenómeno haitiano, a través de sus contradicciones continuas; pues surge como una función relativamente pura, en esa singularidad, sin la constricción protocolar de la tradición política.

Eso es importante, pues hace al Negrismo un fenómeno original y suficiente, sin necesidad de ascendencia africanista; de modo que Haití no hereda forma, sino que se forma como una función política, que es intrínsecamente violenta. De ahí que la cultura haitiana, en realidad refleja la violencia de la estructura occidental, expuesto en su vulnerabilidad; dada en la convergencia de sus contradicciones, en un orden que es inteligible por esa antropología crítica de Firmín.

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