The Cuban Retoric Issue II
Liborio no está necesariamente muerto ni dormido, sino probablemente muy cansado; "pónganse de acuerdo con la música —puede pensar— si quieren que baile".
La Iglesia siempre ha sido decepcionante para la sociedad civil cubana, y esa historia comienza con las guerras de independencia; algo común a toda la Iglesia católica hasta el triunfo de las repúblicas latinoamericanas, cuando los gobiernos nacionales negociaron un concordato. A partir de ahí esas iglesias nacionales sí se han identificado con la sociedad en américa latina, gracias a un trabajo pastoral con muy poco de retórica; y cuando los procesos políticos fueron violentados, como en Chile y Argentina, la Iglesia no dudó en estar de parte de la sociedad civil. Eso no ocurrió en Cuba, donde el gobierno revolucionario pudo acabar con todos los privilegios eclesiásticos con la venia popular; y donde la sociedad, quiérase que no, reconoció la legitimidad del gobierno, al menos hasta los últimos impases.
Ahora, respecto a estos últimos impases, y más exactamente sobre la ocupación de la Iglesia de la Caridad en la Habana, la Iglesia reafirma su ladinismo. Lo malo es que no está sola en eso, y si a ella se le puede comprender por su circunstancia, no es así con sus contendientes; esto es, un espectro disidente que piensa que manipulando la circunstancia puede poner las cosas a su favor. El protagonista del antagonismo, el Partido Republicano de Cuba, resultó ser otra movida de Miami; es decir, otra irresponsabilidad, de esas ya típicas, en que algunos exiliados pretenden posicionarse políticamente a costa del drama cubano, y sacrificando a gente de por sí necesitada de alguna catarsis en este sentido. Del otro lado, la disidencia tradicional, reticente y denunciadora, ahora se desdice; califican de brutal y excesiva la fuerza ejercida por el gobierno en el desalojo de la Iglesia, que a todas luces fue una operación bien montada para la presentación social del PRC; como si esa brutalidad del gobierno no fuera conocida y habitual para todos, sobre todo ellos, que más ladinos que la Iglesia se apresuraron a criticar la ocupación. Los disidentes también critican al cardenal, como si su propia reticencia ante el inesperado protagonismo de los otros no fuera igual de irresponsable; porque fue la denuncia puntual de esta acción por parte de esa disidencia lo que legitimó la acción reprobable de la Iglesia y el gobierno, a lo que ya nos estamos acostumbrando todos.
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