Monday, May 7, 2012

De la muerte de los dinosaurios

Las teoría sobre la desaparición de los dinosaurios se ha complicado con las últimas evidencias, aunque no la contradicen sino que la hacen más dramática; porque lo que acabó con los dinosaurios no habría sido una [imposible] incapacidad suya para adaptarse, sino la falta de tiempo para intentarlo siquiera. La evidencia [lógica] muestra que el cataclismo producido por el meteorito fue no sólo devastador, también relativamente instantáneo; y la pobre monstruosidad de las bestias no habría tenido ni el tiempo de reaccionar, pereciendo ante los ojos atónitos y aterrados de sus crías. Algo así habría ocurrido con el desarrollo de la internet, como un meteorito que irrumpe en la fragilidad del ecosistema [intelectual] moderno; empezando su lenta aproximación con aquellos brotes que desazonaron a los viejos saurios, que vivían de predar con su gigantismo vergonzoso. Igual que los viejos saurios, los monstruosos intelectuales modernos no pueden sino agonizar ante los ojos atónitos y aterrados de sus crías; esos intelectualillos que amenazaban con sus pininos postmodernos, y que no saben ni pueden lidiar con la irrelevancia, tan contraria a sus monstruosidades. Entre estos resaltan —¿y cómo no?— los tertulianos, que no son seguidores del heresiarca sino que se reúnen en tertulias empolvando sus lentejuelas para lucir sobrios; y también los gimnosofistas, que creen que saltando alcanzan el mundo interior, sin fijarse del espejo que les habla cada mañana sobre sus acciones. Los más virulentos son los más amenazados, como es lógico, y son producto de la mezcla de tertulianos y gimnosofistas; una suerte de parodias que pretenden emular al divino Protágoras con sólo citarlo, y combaten los discursos con discursos, las estéticas con estéticas y los conceptos con conceptos. Eso es apenas natural, consecuente con sus monstruosidades condenadas a la bendición incomprensible de la irrelevancia, que les resulta inaceptable; de hecho, habría sido esa tenue sublimidad la que contaminaron los modernos con su monstruosismo, que no soporta sin embargo el fuego abrasador de la inteligencia del saber vivir.

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