Sunday, May 13, 2012

Imaginario

No hay manera de que una imagen [cualquiera] no sea una parábola o analogía de lo real, a lo que de algún modo representa [fantasía]; otra cosa es que sea eficiente en su empeño, porque en definitiva el arte se refiere a la capacidad técnica y no a alguna trascendencia espiritual, como prueba el codeo entre santos y pecadores en el genio. Ni Platón ni Sócrates estuvieron tan seguros de esto anterior, acogiéndose por default al sincretismo místico que introdujo Pitágoras en la Filosofía; después de todo, Pitágoras no provenía de una formación filosófica en rigor sino religiosa en ese mismo rigor, aunque fuera heterodoxa. De ahí el engarce de la transmigración de las almas —y con el alma [ánima] la separación de un Ser interior distinto— en la filosofía Occidental; a ese horror debemos otros, como el espiritismo intelectual y el suprematismo ético, tan común desde la Modernidad. Sólo Aristóteles movería los dedos en prestidigitación para hablar del conocimiento agente, pero nunca tuvo mucho crédito en Occidente; José Lezama Lezama Lima aprovecha esa intuición y retoma la flecha con un arco labrado de marfil, que frío lo distancia en sus propias heterodoxias; habla de las Eras imaginarias, que aluden a la recurrencia epocal del imaginario, en la que se asienta la tradición de conocimiento como un fenómeno —más o menos— objetivo, y resulta en agente.

No tiene sentido imaginar la irrealidad de una tradición filosófica occidental sin Pitágoras, pero no habría incluido la transmigración de las almas; y así, directo desde Parménides y Heráclito, se habría restringido el concepto de alma a su condición de imagen convencional para representar [fantasía] el acto en que se animan las cosas según sus propias determinaciones. Eso no es extraño, hasta Parménides y Heráclito el esfuerzo reflexivo de Occidente era secular; Pitágoras introduce el elemento extraño de la religión como autoridad, en una doctrina políticamente organizada —que no conocía la Grecia— sobre la trascendencia, y se hace relevante en su singularidad para ese marco secular en que germina Occidente. Cuando Pitágoras se hace relevante —y fue el padre de las ciencias, que son otra cosa— inflige con eso una distorsión a las determinaciones políticas de la cultura; y fue tan grave que condenó al Realismo filosófico a toda impotencia ante el prepotente Idealismo, antes de que existiera ninguno de los dos.
De Aristóteles a los santos Alberto y Tomás, y de estos a Francisco Suárez y ningún intento serio posterior; el Neorrealismo [Maritain] y el Materialismo Histórico [Marx] son seudorrealistas, críticas [morales] al interior del Idealismo or su falta de un referente crítico externo; apogeos además que se alinean pero son discontinuos y deben reinventarse cada vez, incluso si acuden unos a los otros para apoyarse. Sólo el arte, y eso sólo gracias a su irrelevancia política, podía corregir la distorsión pitagórica; pero eso fue antes —como la salvación cristiana cuando las catacumbas—, porque ahora en busca de relevancia social [política] el arte no se justifica en sí mismo, como estética; sino que acude a la tradición corrupta de la filosofía [ética] occidental y su neo espiritismo hipócrita. De ahí el altanero desdén de la chusma, el lumpen intelectual provisto por el populismo cultural moderno; que incapaz de la imagen sólo puede filosofar dentro de la perversión idealista, y no puede  por ende comprender la realidad.

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