Imaginario
No hay manera de que una imagen [cualquiera] no sea una
parábola o analogía de lo real, a lo que de algún modo representa [fantasía];
otra cosa es que sea eficiente en su empeño, porque en definitiva el arte se
refiere a la capacidad técnica y no a alguna trascendencia espiritual, como
prueba el codeo entre santos y pecadores en el genio. Ni Platón ni Sócrates
estuvieron tan seguros de esto anterior, acogiéndose por default al sincretismo
místico que introdujo Pitágoras en la Filosofía; después de todo, Pitágoras no
provenía de una formación filosófica en rigor sino religiosa en ese mismo
rigor, aunque fuera heterodoxa. De ahí el engarce de la transmigración de las
almas —y con el alma [ánima] la separación de un Ser interior distinto— en la
filosofía Occidental; a ese horror debemos otros, como el espiritismo
intelectual y el suprematismo ético, tan común desde la Modernidad. Sólo
Aristóteles movería los dedos en prestidigitación para hablar del conocimiento
agente, pero nunca tuvo mucho crédito en Occidente; José Lezama Lezama Lima
aprovecha esa intuición y retoma la flecha con un arco labrado de marfil, que
frío lo distancia en sus propias heterodoxias; habla de las Eras imaginarias,
que aluden a la recurrencia epocal del imaginario, en la que se asienta la
tradición de conocimiento como un fenómeno —más o menos— objetivo, y resulta en
agente.
No tiene sentido imaginar la irrealidad de una tradición
filosófica occidental sin Pitágoras, pero no habría incluido la transmigración
de las almas; y así, directo desde Parménides y Heráclito, se habría
restringido el concepto de alma a su condición de imagen convencional para
representar [fantasía] el acto en que se animan las cosas según sus propias determinaciones.
Eso no es extraño, hasta Parménides y Heráclito el esfuerzo reflexivo de
Occidente era secular; Pitágoras introduce el elemento extraño de la religión
como autoridad, en una doctrina políticamente organizada —que no conocía la
Grecia— sobre la trascendencia, y se hace relevante en su singularidad para ese
marco secular en que germina Occidente. Cuando Pitágoras se hace relevante —y
fue el padre de las ciencias, que son otra cosa— inflige con eso una distorsión
a las determinaciones políticas de la cultura; y fue tan grave que condenó al
Realismo filosófico a toda impotencia ante el prepotente Idealismo, antes de
que existiera ninguno de los dos.
De Aristóteles a los santos Alberto y Tomás, y de estos a
Francisco Suárez y ningún intento serio posterior; el Neorrealismo [Maritain] y el Materialismo Histórico [Marx] son seudorrealistas, críticas [morales] al interior del Idealismo or su falta de un referente crítico externo; apogeos además que se alinean pero
son discontinuos y deben reinventarse cada vez, incluso si acuden unos a los
otros para apoyarse. Sólo el arte, y eso sólo gracias a su irrelevancia
política, podía corregir la distorsión pitagórica; pero eso fue antes —como la
salvación cristiana cuando las catacumbas—, porque ahora en busca de relevancia
social [política] el arte no se justifica en sí mismo, como estética; sino que acude
a la tradición corrupta de la filosofía [ética] occidental y su neo espiritismo
hipócrita. De ahí el altanero desdén de la chusma, el lumpen intelectual
provisto por el populismo cultural moderno; que incapaz de la imagen sólo puede
filosofar dentro de la perversión idealista, y no puede por ende comprender la realidad.
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