Thursday, May 31, 2012

Breve Tratado de la Enemistad y la Gracia

Dicen los católicos —reconozco haberlo sido y saber por ello de qué hablo— que en la vida real nadie puede ofender a Dios; la ofensa como la amistad es un grado de relación que denota poder de igualdad, y eso es imposible al hombre respecto a Dios. Se ofendería a la comunidad, que es sobre la que llueve la Gracia; lo que implicaría que incluso la gracia individual recae en la persona en tanto parte de la comunidad, y apartándose de una pierde la otra. Los católicos saben mucho de teología, llevan dos milenios haciéndola, y el sentido común indica que tanto tiempo invertido aumenta las probabilidades de acierto; la dificultad entonces, si bien sutil e interesante, estaría en la constitución de la persona y la comunidad, en el vínculo de pertenencia. Es decir, en tanto una persona no reconoce una comunidad esta no existe para ella; por tanto, no hay gracia dable de la que tenga que preocuparse esa persona, sin que eso indique que esa comunidad no exista por sí misma. Una persona y una comunidad, entonces, pueden existir sin reconocerse mutuamente; esa comunidad tendría su gracia —nadie es absolutamente desgraciado—, pero esa gracia no tendría nada que ver con esa persona; ergo no existe la ofensa, no existe el pecado ni la necesidad de reconciliación.

Nada de eso anterior apunta a que una persona pueda no ser comunitaria, sino al tipo de comunidad a que pertenece en tanto la reconoce; lo que es el poder enorme del albedrío, por el que cada quien es responsable de sus actos, y por el que por tanto cada quien decide a qué pertenecer o no. Leído en cierta ocasión que hay momentos en que una ciudad [comunidad] te incita a corromperte y que ese es el momento de emigrar, se aclara mucho este concepto; es una frase feliz, por supuesto, pero las frases felices tienen sentido propio, independiente de la consistencia de su ideador. Cuando una persona entonces decide romper con una comunidad se desligaría de la gracia de esta, pero como en la teoría del Caos; es decir, no porque entre en una desgracia, que los valores negativos no tienen consistencia propia, sino porque entra en otra gracia, la de la comunidad a que accede con su decisión. Después de todo, siendo la Creación un diseño inteligente, nada mejor que esta falta de violencia que es la evolución; en que las personas van desdeñando comunidades según su propio desarrollo, desintegrándose e integrándose en entornos sucesivos.

Queda, es cierto, comprender la Gracia, ese misterio de a qué perteneces, que es en definitiva una de las facultades maravillosas de lo humano; porque el descubrimiento paulatino de esas extensiones que se abren ante la persona con cada decisión es definitivamente la experiencia misma de la Gracia. A imagen y semejanza de Dios, el hombre no es ofendible incluso si no lo sabe, pertenece a una comunidad; con la que de hecho se comunicaría en los términos que le es dable a esa comunidad en la forma misma de la Gracia que recibe. Por ejemplo, a un grande no le hace nada la bendición de un asno, más bien le resulta ofensiva; un asno rebuzna, incluso si se topa por suerte —porque nadie es absolutamente desgraciado— con una flauta a la que sopla, como en la fábula. Siempre habrá quien resista al asno o hasta que lo disfrute en su condición de igualdad, que para todos sale el sol según la Biblia; pero muy probablemente ese es el momento en que la persona se pregunta si no es el momento de emigrar, accediendo por supuesto a otra gracia distinta de esa de los burros flautistas.

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