Viva Bolliwood!
Entre los primeros síntomas del exceso para occidente debe haber
estado la manera en que se encorcetaron los ritos sexuales del baile, con el
Minué; pero ya mucho antes que eso, cuando la gloriosa Atenas estaba mal visto
la pérdida de la compostura en las reuniones sociales, en las que se solía
discutir de filosofía como del estado del tiempo y la moda. No es gratuito que
el mito del nacimiento del arte popular fuera atribuido a Atenea y no a Apolo,
cuando ella sopló un caramillo y lo desechó por inapropiado; debe haber sido
terrible el ver que se le inflaban los carrillos ara lograr aquellas primeras
notas, afectándola en su sublime compostura. Desde entonces, la caída del fauno
Marsias ha sido un emblema que no aterroriza a los pueblos pero ensoberbece al
especialismo parnasiano; y nada más lógico entonces que el exceso terrible, en
el que todo se pierde por su falta de equilibrio y mesura, con el abandono
sintomático del resguardo del baile.
Debe ser por eso que ya los intelectuales postmodernos se apartan de la fatuidad, como para hacerse más fatuos todavía; y negando su propio elitismo se ajuntan en gremios elitistas, incapaces de regodearse en sus divinas individualidades. La seña es siempre la misma, no pueden bailar, y desconfían consuetudinariamente de los que pueden hacerlo; hasta el punto de que cuando acceden a hacerlo, en glorias como las versiones holliwoodenses de Broadway, lo hacen con la más sobria estilización. No que eso esté mal, después de todo el baile es el baile, aunque hay que reconocer que un minué no será una rumba nunca; que el igualitarismo culturalismo es una falacia hasta para los culturalistas igualitarios, que miran con desdén la primariez de la que se ecluyeron.
Bolliwood, en cambio, es otra cosa, también es india, y sus claves
participan de la mejor parte de Las mil y una noches; con dioses extraños, que
representan la ubicuidad y la simultaneidad en formas más simples que los
retruécanos semánticos de la iconografía católica; también acoge amistosa al
Budismno sincrético del Tibet, cuyos dioses sostienen el mundo con el dinamismo
violento de su sexualidad. Los dramas bolliwoodenses, distintos a los del hiper
occidental de Holliwood, son simples y telenoveleros; pero por eso consiguen
concentrarse en el formalismo puro y no discursivo de la danza en que consiste
todo, como la más perfecta representación de la realidad. Pobre de las culturas
que no bailan, están condenadas al disconfort de sus inteligencias, y son
inevitablemente pesimistas; debe ser por eso que el extremo virtuosismo del
rock sólo puede representar el strees intelectual de los postmodernos,
comenzado cuando reprimieron el espeso ritmo de los africanos a la tristeza
sinfónica del Blues, con el Gospel.
Seja o primeiro a comentar
Post a Comment