Monday, March 11, 2013

La paradoja Maturana



La experiencia de conocimiento ha sido siempre individual e intransferible, en tanto comprensión de las cosas; una dificultad que el racionalismo positivo moderno negó con su fe en la educación, pero cuando esta no conduce a esa comprensión sino a la mera información sobre las mismas; que puede devenir pero no necesariamente en esa experiencia, nuevamente individual e intransferible. Esta paradoja perenne sería la gran dificultad de los filósofos, condenados a la refundación constante de los sistemas; informados cada uno por todos aquellos sistemas de los filósofos que les antecedieron, pero como una experiencia distinta y singular. Es por paradojas como esa que trabajos monumentales como el de Humberto Maturana pueden resultar asombrosamente inocuos o incomprensibles; al carecer de un ajuste epistemológico que concilie sus conceptos novísimos con los ya tradicionales a los que emulan, y que así los esclarecería. Claro, habrá que partir del hecho de que Maturana no es un filósofo en sentido estricto sino un ingeniero electrónico arrebatado al estudio de la biología, y desde tal simbiosis al alcance filosófico del acto mismo de conocer que lo asombra. 

Pero es un hecho que estricto o no Maturana filosofa, y con el mal gusto además de moralistas compulsivos como Nietzsche; que se indigna y apostrofa a la humanidad como un Cristo furibundo contra los mercaderes del templo, que son como los profesores medrando con la filosofía; es decir, con esa misma inutilidad y patética inocencia con que el Cristo se prestó en  a la manipulación de sus apóstoles, encandilados con el brillo de las llaves que estrenaban. Maturana no sólo filosofa sino que comete los excesos habituales a los filósofos modernos, con afirmaciones apodícticas sin margen a la duda razonable; en algún momento dice que la neurología es cibernética, en vez de la modestia de que la cibernética sea neurología en tanto artificial, y así por el estilo.

Por eso mismo el noble Maturana podría ser más efectivo desde Heidegger, por ejemplo, o desde el Kant que lo antecede o desde Hegel; sabría entonces —en su resumen— que su llamada tautología cognoscitiva es en realidad tan solo una paradoja, porque no plantea una imposibilidad sino la tenue dificultad que hace al conocimiento arduo pero posible; en tanto los niveles abstractivos proveen en la representación formal el nivel de objetividad mínimo [relativo] indispensable para el mismo. Claro, eso en tanto el “relato de la consciencia sobre sí misma” es tan solo ontología tradicional y clásica; donde el Ser [Ente] en sí es esa conciencia que monologa en el dramatismo aún si literario de sus determinaciones trascendentes. El populismo excesivo —y ya postmoderno— permite al idiota burlarse de la naturaleza semántica de los problemas filosóficos; la paradoja Maturana demuestra que, en efecto, los problemas en toda existencia—incluida la filosófica— no dejan de ser malentendidos susceptibles de gloriosa corrección.

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