La paradoja Maturana
La experiencia de
conocimiento ha sido siempre individual e intransferible, en tanto comprensión
de las cosas; una dificultad que el racionalismo positivo moderno negó con su
fe en la educación, pero cuando esta no conduce a esa comprensión sino a la
mera información sobre las mismas; que puede devenir pero no necesariamente en
esa experiencia, nuevamente individual e intransferible. Esta paradoja perenne
sería la gran dificultad de los filósofos, condenados a la refundación
constante de los sistemas; informados cada uno por todos aquellos sistemas de
los filósofos que les antecedieron, pero como una experiencia distinta y
singular. Es por paradojas como esa que trabajos monumentales como el de Humberto Maturana pueden resultar asombrosamente inocuos o incomprensibles; al
carecer de un ajuste epistemológico que concilie sus conceptos novísimos con
los ya tradicionales a los que emulan, y que así los esclarecería. Claro, habrá
que partir del hecho de que Maturana no es un filósofo en sentido estricto sino
un ingeniero electrónico arrebatado al estudio de la biología, y desde tal
simbiosis al alcance filosófico del acto mismo de conocer que lo asombra.
Pero es un hecho que
estricto o no Maturana filosofa, y con el mal gusto además de moralistas
compulsivos como Nietzsche; que se indigna y apostrofa a la humanidad como un
Cristo furibundo contra los mercaderes del templo, que son como los profesores
medrando con la filosofía; es decir, con esa misma inutilidad y patética
inocencia con que el Cristo se prestó en
a la manipulación de sus apóstoles,
encandilados con el brillo de las llaves que estrenaban. Maturana no sólo
filosofa sino que comete los excesos habituales a los filósofos modernos, con
afirmaciones apodícticas sin margen a la duda razonable; en algún momento dice
que la neurología es cibernética, en vez de la modestia de que la cibernética sea neurología en tanto
artificial, y así por el estilo.
Por eso mismo el noble Maturana podría ser más efectivo desde Heidegger,
por ejemplo, o desde el Kant que lo antecede o desde Hegel; sabría entonces —en
su resumen— que su llamada tautología cognoscitiva es en realidad tan solo una
paradoja, porque no plantea una imposibilidad sino la tenue dificultad que hace
al conocimiento arduo pero posible; en tanto los niveles abstractivos proveen
en la representación formal el nivel de objetividad mínimo [relativo]
indispensable para el mismo. Claro, eso en tanto el “relato de la consciencia
sobre sí misma” es tan solo ontología tradicional y clásica; donde el Ser
[Ente] en sí es esa conciencia que monologa en el dramatismo aún si literario de
sus determinaciones trascendentes. El populismo excesivo —y ya postmoderno—
permite al idiota burlarse de la naturaleza semántica de los problemas
filosóficos; la paradoja Maturana demuestra que, en efecto, los problemas en
toda existencia—incluida la filosófica— no dejan de ser malentendidos susceptibles de gloriosa
corrección.
Seja o primeiro a comentar
Post a Comment