Rita Martín en Poemas de identidad
Rita Martín acaba de publicar un libro en el que trata como que
escamotearse ella misma, y con ese fin lo titula Poemas de nadie; una metáfora muy atrevida, si se recuerda que fue
Nadie el que cegó la visión unívoca de Polifemo. Se trata de una antología
modesta que resume lo que ella misma reconoce “como varios libros breves, cerrados en sí mismos”; es decir, aquella vieja
tradición del libro joya, que en su pequeña identidad lograba cimentar con su
lirismo el nombre de un escritor, que es la tradición a la que pertenece
Martín. Poemas de nadie nos recuerda
así que la virtud de la poesía es la comunicación por imágenes y no la mera
transmisión de un mensaje, por sublime que sea o que parezca; algo que parece
venido a menos en tiempos de populismo cultural, en que toda meritocracia
parece ofender ante la banalidad prepotente.
Poemas de nadie es
entonces un libro cuya virtud principal es la de ser hermoso, construido con puras
imágenes como “He oído a sus muertos acercarse/ con piedras en las manos y un
espanto en el alma”. Martín recuerda que en poesía lo más grande suele ser lo
más leve, quizás porque deja traslucir lo dramático de la existencia; de ahí el
intimismo que, contrario a las otras artes, logra la máxima objetividad posible
al verso. En este sentido también Martín actualiza el debate acerca de si
existe una literatura femenina; porque más allá de la identidad sexual y de
género, hay sin dudas una singularidad, que sería precisamente la que ponga el
énfasis conmovedor en toda existencia. Poemas de nadie es
un libro escrito por una mujer, porque tiene esa facultad de la exhibición
púdica de lo íntimo; un equilibrio precario, que los hombres suelen salvar
haciéndose ajenos a lo
humano en la sublimidad retórica de sus discursos como no lo hará una mujer.
Prueba al canto, la inusitada y fina religiosidad que da fe de la experiencia
sin elevarse al falso ditirambo del himno; prueba también el suave erotismo que
gotea desde esa experiencia inspirada, resaltando su humanismo con la dulce ambigüedad.
Es curiosa entonces esta otra
metáfora en que Martín resulta un Odiseo contra el monstruo de la mirada
unívoca; pero un Odiseo con la ansiedad de Penélope antes que la astucia
tramposa del ahijado de Atenea. Eso no debería extrañar a nadie, Martín tiene
un libro de Odiseo que se llama Sin perro
y sin Penélope; pero tampoco debería llamarnos a engaño, porque se hace
recipiente en este otro libro [Poemas de
nadie] de toda una tradición de intelectualidad femenina; cuya
representación más perfecta puede ser la cubana Dulce María Loinaz, pero que
fue común a toda América Latina. Más Storni que Agostini, más Mistral que
Ibarbouru, pero divergente en todo caso hacia su propia plenitud; porque a
diferencia de todas las anteriores, Martín no es de un tiempo en que una mujer
escritora era indefectiblemente poetisa y ciertamente escandalosa. Contrario a
lo que se dijera de la Tula, no obstante, es mucha mujer esta Rita que ha
alcanzado la bendición [pretendida] de la vida normal; y que sin embargo, se
muestra tan rica como las estridencias que la antecedieron, haciendo de ella una
suerte de broche taoísta; porque engarza a la cola que es ella misma con el
principio que fue Safo, en su propia identidad.
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