Alcibíades Zaldívar: El revés de un reino
En la década de 1970, el
chileno-argentino Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart acapararon las
cumbres del intelectualismo de izquierdas con un título como Para leer al Pato Donald; un libro que
supuestamente resumía las claves epistémicas en que se basaba la cultura
popular norteamericana y su peligrosa expansión. Al menos Dorfman capitaliza hoy su
inteligencia en la misma industria que mirara con tanta suspicacia, y afirma no
tener problema en ello; lo asombroso es que en realidad entonces sólo develaba
los mecanismos en que funciona el conocimiento como un fenómeno antropológico,
por representación; y más grave que eso, que dependiendo de la fuerza económica
de las culturas a las que afecta, todo propósito ideológico al respecto es
inocuo.
No obstante eso anterior
habría una salvedad no contemplada ni por Dorfman ni por la supuesta mala
intención norteamericana, y es la efectividad del objeto dramático; esto es, el
poder semiológico de todo drama para contener y reflejar la gran crisis del
Cosmos en tanto universo estrictamente humano. Es a esa salvedad a la que
recurre Alcibíades Zaldívar para publicar su primera ficción narrativa, El
revés de un reino; experimento formal con una dosis muy medida de
surrealismo, para forzar la representación de una experiencia en una metáfora
amarga e impactante. El revés de un reino se inspira en
la canción infantil El reino del revés de María Elena Walsh; de la que siempre se
ha afirmado que era una representación burlesca y también amarga sobre la
dictadura militar de su país. Esa coincidencia de la Walsh con Dorfman no es
gratuita, recurre al mismo principio de la capacidad antropomorfista de toda
figuración en tanto establecimiento de un código gnoseológico; pero la
propuesta de Zaldívar es más atrevida que todo eso, porque inyecta suficiente
densidad en su propia figuración para no reducirse a una serie de signos ya
convenidos.
Gracias a eso, Zaldívar
puede conducir la narración con un extraño [onírico] ritmo de sweet thriller que explica su propia
desgarradura político-existencial; llevando lo literario a un esplendor
semejante al de un realismo crítico por medio de un idealismo también crítico,
que así equilibra la balanza. No por gusto Zaldívar es un experto teatrólogo,
que por tanto conoce los resortes de esa combinación sutil entre la
inteligencia y la emoción que es la apreciación del arte; su propia experiencia
en la convulsa escena del arte semi alternativo en la Cuba de mediados de los ’80
aportaría el caudal dramático al que sólo habría quedado darle forma.
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