De las corrupciones en la cultura política cubana
Siempre ha existido la
sospecha —paranoide of course— de por qué el gobierno norteamericano alimenta
la corrupción del exilio cubano [activo] con dinero gubernamental; es decir, si
en aquel pacto de no agresión en que desembocó la crisis de los misiles, alguna
cláusula secreta no preveía
este desaliento constante de la efectividad en las iniciativas políticas del
exilio cubano. No se trata ya del exilio histórico, al que bastó para
neutralizarlo el trauma amargo de la traición patente; sino del posterior, el
que se inauguraría en la crisis del ’80 [Mariel], atrapando a su supuesta élite
en el dilema del prestigio que la separara de la escoria, como si entre su
pueblo llano no hubiera venido también alguna decencia. Desde entonces el tema
político cubano no ha hecho sino prestarse a la ambición y el divismo de un liderazgo
tan mezquino como ineficaz, porque su objetivo no es sino el brillo personal en
las páginas sociales con que acaparan medios; y no se trata ya de unos medios
propios que habrían desarrollado sino de cómo copan con sus chantajes la
presencia social esgrimiendo el discurso del falso enfrentamiento.
Hoy, a esa pregunta se añade otra de si el gobierno cubano
no aprendió la lección apostando a la corrupción de su disidencia interna;
consciente de que un pueblo al que se ha negado toda realización individual
estaría presto al escenario del discurso retórico y la donación que compra. De
hecho, para seguir siendo paranoicos, la jugada puede ser única además de
maestra; y haber dirigido desde la Habana ese énfasis hacia el dinero de la
USAID y la performance plástica,
los grandes diluyentes de la efectividad política. Se ve no sólo en la
persistencia de esta supuesta élite del exilio en el acaparamiento mezquino y
la sublimación moral; también en estas giras hacia ninguna parte del liderazgo
de una disidencia tan ansiosa de probar el monseñorato que obvia la
adjudicación del obispado.
Al
fin y al cabo hay que reconocer la maestría perversa que rompió la sinergia entre
los estudiantes de periodismo y la dirección de la UJC cuando la expectativa de
mediados de los ’80; cuando la Perestroika y la Glasnost soviéticas desataron
la más atrevida discusión en Cuba, y por primera y única vez hubo un atisbo de
crisis de legitimidad en el gobierno. En ese entonces, con una audacia que robó
su eficacia, la dirección nacional de la UJC fue enviada a ejercer desde las
misiones en África; cortando el desarrollo de la joven generación de políticos
que podían haber llegado al Partido con la misma agudeza de los que articularon
el proceso soviético. La dinámica fue entonces atroz por su doble proyección,
la sombra que desintegraría al exilio con un elitismo fútil y la derivación de
la contesta política en el arte de la acción plástica; un segundo círculo de
contención, insuperable porque no consiste en muros —que tienen límites— sino
en la inflamación viciosa del ego que todo lo corrompe.
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