Wednesday, May 29, 2013

De las corrupciones en la cultura política cubana



Siempre ha existido la sospecha —paranoide of course— de por qué el gobierno norteamericano alimenta la corrupción del exilio cubano [activo] con dinero gubernamental; es decir, si en aquel pacto de no agresión en que desembocó la crisis de los misiles, alguna cláusula secreta no preveía este desaliento constante de la efectividad en las iniciativas políticas del exilio cubano. No se trata ya del exilio histórico, al que bastó para neutralizarlo el trauma amargo de la traición patente; sino del posterior, el que se inauguraría en la crisis del ’80 [Mariel], atrapando a su supuesta élite en el dilema del prestigio que la separara de la escoria, como si entre su pueblo llano no hubiera venido también alguna decencia. Desde entonces el tema político cubano no ha hecho sino prestarse a la ambición y el divismo de un liderazgo tan mezquino como ineficaz, porque su objetivo no es sino el brillo personal en las páginas sociales con que acaparan medios; y no se trata ya de unos medios propios que habrían desarrollado sino de cómo copan con sus chantajes la presencia social esgrimiendo el discurso del falso enfrentamiento.

Hoy, a esa pregunta se añade otra de si el gobierno cubano no aprendió la lección apostando a la corrupción de su disidencia interna; consciente de que un pueblo al que se ha negado toda realización individual estaría presto al escenario del discurso retórico y la donación que compra. De hecho, para seguir siendo paranoicos, la jugada puede ser única además de maestra; y haber dirigido desde la Habana ese énfasis hacia el dinero de la USAID y la performance plástica, los grandes diluyentes de la efectividad política. Se ve no sólo en la persistencia de esta supuesta élite del exilio en el acaparamiento mezquino y la sublimación moral; también en estas giras hacia ninguna parte del liderazgo de una disidencia tan ansiosa de probar el monseñorato que obvia la adjudicación del obispado.

Al fin y al cabo hay que reconocer la maestría perversa que rompió la sinergia entre los estudiantes de periodismo y la dirección de la UJC cuando la expectativa de mediados de los ’80; cuando la Perestroika y la Glasnost soviéticas desataron la más atrevida discusión en Cuba, y por primera y única vez hubo un atisbo de crisis de legitimidad en el gobierno. En ese entonces, con una audacia que robó su eficacia, la dirección nacional de la UJC fue enviada a ejercer desde las misiones en África; cortando el desarrollo de la joven generación de políticos que podían haber llegado al Partido con la misma agudeza de los que articularon el proceso soviético. La dinámica fue entonces atroz por su doble proyección, la sombra que desintegraría al exilio con un elitismo fútil y la derivación de la contesta política en el arte de la acción plástica; un segundo círculo de contención, insuperable porque no consiste en muros —que tienen límites— sino en la inflamación viciosa del ego que todo lo corrompe.

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