Hablar de… expectativas
No hay dudas de que la
ambigüedad de las relaciones cubano norteamericanas se revierte en no pocas
contradicciones para Miami; que después de todo es la ciudad con mayor
concentración de cubanos de los Estados Unidos, y destino natural del exilio
cubano, su capital. La próxima presentación de un libro de cubanos de Cuba
sobre un autor emblemático de este exilio es muestra de eso, y avisa de los
conflictos que vienen; presumiblemente una mayor radicalización de posturas —ya
extremas de por sí— como asombrosa reacción al peligro ideológico, para una
industria y un show bussines profundamente enraizados en la cultura local.
No obstante, la realidad se
mueve en ese margen estrecho del impás en que ni uno ni otro extremo ceden un
ápice; pasando la responsabilidad a quien se atreva a caminar por el filo de esa navaja que es el contexto específico del problema. En este caso, el
primero de este corte, un par de críticos —de allá— se ha lanzado a rescatar a
una de las figuras trágicas del exilio en una editorial del exilio mismo; pero
antes se atrevió a rescatar para el contexto mismo de la cultura oficial cubana
a uno de los escritores más espectaculares y radicales de ese exilio, y con el
título se llevó un importante premio de esa cultura oficial. No parece una
aventura oficiosa, ya habían transitado esa crítica de la frontera con análisis
agudos; primero tenuemente, con un acercamiento a Eliseo Diego, el más ambiguo
y elegante de los origenistas, y más tarde con un tanteo del exiliado Carlos
Victoria.
A quien quiera rasgarse
las vestiduras habrá que recordarle que son las acciones individuales y de
riesgo las que determinan el conjunto histórico; hay tanto valor en gritar en
Miami contra la Habana como a la inversa, es decir, ninguno; y sí, es un acto
valiente aprovechar la porosidad e inconsistencia de la censura oficial para
plantar la pica de los valores reales, más allá del —tan cuestionable como
legítimo— compromiso ideológico del contexto. Gracias a eso, por ejemplo,
nuestra generación creció conociendo a Lezama Lima y Dulce María Loinaz; y
gracias a eso también, los futuros conocerán a Alejo Carpentier y Onelio Jorge
Cardoso, condenados de seguro al ostracismo post mórten cuando termine de
diluirse la ola revolucionaria.
En cuanto a la vindicación de las figuras del exilio por oficiales de la cultura cubana, no es sólo un acto grandioso; también es una reprimenda del tiempo histórico por la incapacidad de ese exilio para reconocer esos valores que luego reclama, y que ignora tan soberbia como soberanamente. Incluso el reclamo indignado sobre la figura marmórea de Cabrera Infante es ridículo y mezquino, luego de reducirlo a una validación de sí mismos en antologías espurias y oportunistas; todo porque les faltó la grandeza y la generosidad suficientes para ofrecer una alternativa consistente al oficialismo cubano que tanto critican, y que así se da el lujo de arrollarlos en su propia casa.
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