Cuestión de estilos
Por Ignacio T. Granados Herrera
Un comentarista casual se asombraba
de que el Neo clasicismo pudiera no ser más que otro exceso del Barroco; más
exactamente, una extensión de sí, por la que el estilo trataba de corregirse con
un referente crítico, que en definitiva será propiamente suyo[1].
Más asombroso sería ese asombro del comentarista, que no repara en la
imposibilidad de que los estilos no se vinculen entre sí; determinándose unos
en otros, pero como su misma evolución imperceptible. De hecho, nadie dudará de
que la sucesión estilística sea un fenómeno moderno en su abstracción; no porque
no ocurriera antes, sino porque hasta el Renacimiento las soluciones estéticas
tenían un fundamento práctico, que las hacía nacer en la experiencia científica.
Sólo entonces los estilos comienzan a singularizarse formalmente, sobre esa
base del requerimiento práctico; y la misma constitución del Renacimiento como
fundamento directo de la Modernidad lo reconocería como moderno,
diferenciándolo así de problemáticas anteriores.
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Eso explicaría que, en pleno apogeo
de la Modernidad, el Barroco no sea más que la propia evolución del
Renacimiento; que madurando a través de los diversos manierismos alcanza su
máxima sofisticación, como culmen y apoteosis de esa curva del formalismo
moderno. Esto sería lo que abocara a las artes a una primera crisis de
decadencia, que replantea la necesidad de una corrección crítica desde sus
élites; un fenómeno nunca visto hasta entonces, ya que incluso la
especialización teórica —como la de Vasari[2]—
era un fenómeno extraño y excepcional. Los artistas integraban el medio de los
artesanos y no el elitismo intelectual, que era más propio de filósofos y
teólogos; y cuando sus niveles de excelencia técnica les permitían ejercer el
magisterio era siempre dentro del gremio artesanal, que hasta principios del
siglo XX se glorió de su poco intelectualismo.
Será ahí que, ante la crisis
planteada por el Barroco mismo como apoteosis, las élites especializadas se
dieran a la búsqueda de soluciones formales; que más teóricas que prácticas,
adolecerán de ese reduccionismo típico de la racionalización excesiva, que
siempre ignora esta debilidad suya. Así, en pleno apogeo del racionalismo moderno,
la incipiente arqueología no tuvo reparos en hacer atribuciones morales a los
fenómenos antiguos; e aferrándose a la tradición griega ignoraría las otras
referencias, que hablaban de excesos en toda tradición formal proveniente de la
época clásica. Hoy resulta impensable una sobriedad formal en construcciones
como el palacio de Cnosos, que entonces se desconocía; tampoco había manera de
detectar las trazas de pigmento —preferentemente brillantes y hasta chillones—
en las estatuas, que sólo refulgían en su mudo blancor.
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Poco importaba entonces la híper
saturación ornamental y el complicado protocolo que ya se conocía del antiguo
Egipto; comprensiblemente rebajado a mero barbarismo ante el esplendor románico
hasta la otra desmesura de Champollión; y hasta es difícil que ya estuviera
clara esa preferencia de los etruscos —verdadero ascendiente de la cultura
romana— por la asimetría en su arquitectura, que tiene hasta implicaciones
teológicas. Los ilustrados modernos vivían su propio exceso barroquista, extrayendo
sentencias morales de la ya dudosa tradición mitológica de la Magna Grecia; a
la que además se accedía a través del prisma sin dudas menor de los romanos, un
pequeño pueblo que hasta heredó su panteón de los etruscos y no del delfín
Ascanio.
Es así que el Neo clasicismo será
en verdad una proyección formal del Barroco mismo, luego de las innúmeras
variaciones en que confirmó su decadencia fatal; y la prueba estaría en esa
artificiosidad tan excesiva de su simplismo, que daría pie a todas las
vanguardias como la más virulenta reacción formal. Asombroso, como aquel
asombro primero del comentarista asombrado, que aún entonces los teóricos
insistan en la probidad de sus racionalizaciones; equiparando la pobreza con
que las vanguardias se destrozan sucesivamente con aquellos esplendores de una
tradición que obviamente todavía desconocen.
[1] . Esto es un comportamiento común,
desde que la historia de los desarrollos formales es tan accidentada en la
naturaleza cultural de los mismos; de esta naturaleza resulta que dichos
desarrollos nunca son objetivos, sino económicamente favorecidos o dificultados
por sus circunstancias políticas. El resultado de esto es el desarrollo en
cuestión tienda al absoluto, perdiendo en ello toda adecuación crítica; por lo
que termina generando una propuesta contraria —no contradictoria—, que siéndole
complementaria permite su adecuación, al contraer dicho desarrollo a un valor
relativo antes que absoluto.*// *: http://dirticity.blogspot.com/2015/02/acerca-de-la-propuesta-neomarxista.html
[2] Giorgio Vasari, un pintor italiano que se considera fundador de la
moderna historia del arte, por su libro Vidas
de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos; aunque su
trabajo principal fuera como pintor, y este libro fuera sólo un compendio de
estudios suyos.
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