Friday, April 8, 2016

Cuestión de estilos

Por Ignacio T. Granados Herrera

Un comentarista casual se asombraba de que el Neo clasicismo pudiera no ser más que otro exceso del Barroco; más exactamente, una extensión de sí, por la que el estilo trataba de corregirse con un referente crítico, que en definitiva será propiamente suyo[1]. Más asombroso sería ese asombro del comentarista, que no repara en la imposibilidad de que los estilos no se vinculen entre sí; determinándose unos en otros, pero como su misma evolución imperceptible. De hecho, nadie dudará de que la sucesión estilística sea un fenómeno moderno en su abstracción; no porque no ocurriera antes, sino porque hasta el Renacimiento las soluciones estéticas tenían un fundamento práctico, que las hacía nacer en la experiencia científica. Sólo entonces los estilos comienzan a singularizarse formalmente, sobre esa base del requerimiento práctico; y la misma constitución del Renacimiento como fundamento directo de la Modernidad lo reconocería como moderno, diferenciándolo así de problemáticas anteriores.

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Eso explicaría que, en pleno apogeo de la Modernidad, el Barroco no sea más que la propia evolución del Renacimiento; que madurando a través de los diversos manierismos alcanza su máxima sofisticación, como culmen y apoteosis de esa curva del formalismo moderno. Esto sería lo que abocara a las artes a una primera crisis de decadencia, que replantea la necesidad de una corrección crítica desde sus élites; un fenómeno nunca visto hasta entonces, ya que incluso la especialización teórica —como la de Vasari[2]— era un fenómeno extraño y excepcional. Los artistas integraban el medio de los artesanos y no el elitismo intelectual, que era más propio de filósofos y teólogos; y cuando sus niveles de excelencia técnica les permitían ejercer el magisterio era siempre dentro del gremio artesanal, que hasta principios del siglo XX se glorió de su poco intelectualismo.

Será ahí que, ante la crisis planteada por el Barroco mismo como apoteosis, las élites especializadas se dieran a la búsqueda de soluciones formales; que más teóricas que prácticas, adolecerán de ese reduccionismo típico de la racionalización excesiva, que siempre ignora esta debilidad suya. Así, en pleno apogeo del racionalismo moderno, la incipiente arqueología no tuvo reparos en hacer atribuciones morales a los fenómenos antiguos; e aferrándose a la tradición griega ignoraría las otras referencias, que hablaban de excesos en toda tradición formal proveniente de la época clásica. Hoy resulta impensable una sobriedad formal en construcciones como el palacio de Cnosos, que entonces se desconocía; tampoco había manera de detectar las trazas de pigmento —preferentemente brillantes y hasta chillones— en las estatuas, que sólo refulgían en su mudo blancor.

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Poco importaba entonces la híper saturación ornamental y el complicado protocolo que ya se conocía del antiguo Egipto; comprensiblemente rebajado a mero barbarismo ante el esplendor románico hasta la otra desmesura de Champollión; y hasta es difícil que ya estuviera clara esa preferencia de los etruscos —verdadero ascendiente de la cultura romana— por la asimetría en su arquitectura, que tiene hasta implicaciones teológicas. Los ilustrados modernos vivían su propio exceso barroquista, extrayendo sentencias morales de la ya dudosa tradición mitológica de la Magna Grecia; a la que además se accedía a través del prisma sin dudas menor de los romanos, un pequeño pueblo que hasta heredó su panteón de los etruscos y no del delfín Ascanio.

Es así que el Neo clasicismo será en verdad una proyección formal del Barroco mismo, luego de las innúmeras variaciones en que confirmó su decadencia fatal; y la prueba estaría en esa artificiosidad tan excesiva de su simplismo, que daría pie a todas las vanguardias como la más virulenta reacción formal. Asombroso, como aquel asombro primero del comentarista asombrado, que aún entonces los teóricos insistan en la probidad de sus racionalizaciones; equiparando la pobreza con que las vanguardias se destrozan sucesivamente con aquellos esplendores de una tradición que obviamente todavía desconocen.



[1] . Esto es un comportamiento común, desde que la historia de los desarrollos formales es tan accidentada en la naturaleza cultural de los mismos; de esta naturaleza resulta que dichos desarrollos nunca son objetivos, sino económicamente favorecidos o dificultados por sus circunstancias políticas. El resultado de esto es el desarrollo en cuestión tienda al absoluto, perdiendo en ello toda adecuación crítica; por lo que termina generando una propuesta contraria —no contradictoria—, que siéndole complementaria permite su adecuación, al contraer dicho desarrollo a un valor relativo antes que absoluto.*// *: http://dirticity.blogspot.com/2015/02/acerca-de-la-propuesta-neomarxista.html

[2] Giorgio Vasari, un pintor italiano que se considera fundador de la moderna historia del arte, por su libro Vidas de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos; aunque su trabajo principal fuera como pintor, y este libro fuera sólo un compendio de estudios suyos.

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