Friday, September 2, 2016

Non-sense

Uno de los lugares más comunes de la crítica literaria contemporánea, es el de encontrar sentidos ocultos en las obras literarias; que no es que no los tenga, sino que precisamente su carácter de ocultos hace que sea difícil reconocerlos como tales. A saber, una obra tiene siempre varios sentidos, eso se llama polisemia y es propio de la realidad; pero esta polisemia, como un alcance propio de las cosas, rebasa siempre la intención misma del autor. Atribuir un sentido a una obra es entonces un acto arbitrario, que la distorsionaría en su sentido propio; que sería aquel atribuido expresamente a la misma por el autor, a menos que deje señales también obvias de ese otro sentido.

Las palmas en esto se las lleva la Alicia de Lewis Carroll, tanto en el país de las maravillas como en el del espejo; puede que por la misma circunstancia de Carroll, que era matemático, y habría escondido signos en su obra. En realidad, más que en los libros de Alicia, el non-sense estaría en que Carroll escondiera en ellos lo que exponía en los tratados que escribió; lo que no niega que las historias de Alicia tengan ese alcance, si su autor es de hecho ese científico, pero sí que él los haya ocultado allí. Siguiendo ese mismo ejemplo, siendo Carroll un matemático escritor de libros, lo más seguro es que refleje en estos su trabajo; sin que eso implique que tengan otro significado que su presencia misma, sin que ni siquiera importe si esta es objetiva o casual.

No hay dudas que este secretismo es parte de la naturaleza snob que hoy corrompe a la literatura; con picos escandalosos en la pretensión de estirar la banalidad del surrealismo a nivel de densidad intelectual. De hecho, el surrealismo sería una especie de non-sense, sólo que francés y no inglés; que por lo tanto carece del dejo gentil de la lascivia de Carroll sobre Alice, para alimentarse con el amaneramiento de una falsa despreocupación formal. Extraer sentidos ocultos de ese infantilismo cínico sería lo verdaderamente infantil, demostrando que lo naif está en el mercado y no en el estilo; que es el sin sentido —más que non-sense— en que se pierde en Occidente el arte, por causa del snobismo.

Ojo de nuevo con los alcances y el carácter polisémico de la realidad, presente incluso de los fenómenos intelectuales; porque estos forman parte de ella misma, siquiera a través de ese carácter artificial de su intelectualidad, que es real en sí mismo. Es por esta polisemia que la realidad es comprensible en su representación, más allá de las pretensiones mismas de esa representación; pero no porque sea un sentido oculto, que aluda en ello a alguna trascendencia poética, sino porque los valores que presenta son propios de la realidad que describe; no importa si se trata de una ficción, porque esa ficción es una representación, que en ello reproduce esos valores de la realidad.

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