Sunday, March 12, 2017

Sexo!

El grave problema con el desnudo es su explícita connotación sexual, que es lo que le confiere dramatismo; y eso en tanto transgresión de las convenciones morales, incluso en una postmodernidad en la que ya casi ni se anda vestido. Eso es curioso, porque el desnudo es tan habitual hoy día que hay que hacer un énfasis en la desnudez para que se la perciba; y aún así, a partir de ese momento en que ha logrado llamar la atención, recupera su carácter transgresor. Eso no es gratuito, esas convenciones morales son las que han estructurado a la cultura con una densidad suficiente como naturaleza; en la que el ser humano puede entonces realizarse como tal, en toda su singularidad, por esa sobreposición en que redetermina la realidad con su propio sentido. Esa es la razón de que aún la sexualidad retenga ese poder de transgresor, como primera convención; por la que entonces se organizaría la cultura, en la regulación de los actos básicos de lo humano en forma artificial.

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Eso se debe a que obviamente, la religión es el primer sistema de convenciones por el que se organiza la cultura; pero eso en tanto es el sistema que provee esas convenciones, en la redeterminación de la realidad; a la que atribuye un valor o sentido humano, como cultura, en el propósito divino que comprende en lo real como ley de la naturaleza. Eso tampoco es gratuito, se basa en esa bastedad animal del sexo como necesidad existencial, inmediatamente después de la alimentación; de lo que es sólo un ordenamiento lógico y no real, porque no puede separarse la compulsión sexual de la necesidad de alimento; siendo que estas se distinguen de otras necesidades básicas, como la respiración o las funciones orgánicas, por la participación de la conciencia.

Eso sería lo que otorgue prioridad a la compulsión sexual, por sobre la alimentación, aún si ambas comportan algún grado de conciencia; ya que la del alimento es una necesidad que se satisface individualmente, y sólo por su conveniencia impone un desarrollo comunitario; mientras que la compulsión del sexo exige desde un inicio la necesidad de interacción comunitaria, incluso si termina por realizarse en el solipsismo, por su frustración. De ahí que muy probablemente, en la cúspide del desarrollo humano, la sexualidad sea la última propiedad que pierda el ser humano; como ese último vestigio de su bestialidad, recluida a los museos para asombro de esas generaciones futuras, que probablemente ni lo comprendan. De ahí también, y por ello, que el desnudo adquiera hoy cualidades litúrgicas en esa ritualidad de la compulsión sexual; por la que aún lo humano se reconoce bestia, sabiendo ya sin embargo que ese es el Edén cuya pérdida puede terminar lamentando en su inteligencia.

El desnudo es así una catarsis, por la que el ser humano no necesariamente protesta pero se ofrece a sí mismo; en esa liturgia con que trata de retener el Paraíso de su bestialidad, sabiendo que inevitablemente va a perderlo. Es curioso que así sea el sexo la convención con su desnudez litúrgica que resguarde el equilibrio existencial; porque fue este mismo el tabú que sobrepuso al hombre entre las bestias puras, al regularlo en el valor político de la economía como convención religiosa. He ahí el misterioso significado del rechazo vicioso de esa bestialidad con que se relacionan Ares y Afrodita, por la magnificencia de Febo; donde el magnífico es ese esplendor futuro de la inteligencia, que se realiza desde la máxima potencia de Zeus; mientras Afrodita —que es una titánida— se regala en esa bestialidad de Ares, rechazada también por la árida Atenea que complementa a Febo.

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