Sexo!
El grave
problema con el desnudo es su explícita connotación sexual, que es lo que le
confiere dramatismo; y eso en tanto transgresión de las convenciones morales,
incluso en una postmodernidad en la que ya casi ni se anda vestido. Eso es
curioso, porque el desnudo es tan habitual hoy día que hay que hacer un énfasis
en la desnudez para que se la perciba; y aún así, a partir de ese momento en
que ha logrado llamar la atención, recupera su carácter transgresor. Eso no es
gratuito, esas convenciones morales son las que han estructurado a la cultura
con una densidad suficiente como naturaleza; en la que el ser humano puede
entonces realizarse como tal, en toda su singularidad, por esa sobreposición en
que redetermina la realidad con su propio sentido. Esa es la razón de que aún
la sexualidad retenga ese poder de transgresor, como primera convención; por la
que entonces se organizaría la cultura, en la regulación de los actos básicos
de lo humano en forma artificial.
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Eso se
debe a que obviamente, la religión es el primer sistema de convenciones por el
que se organiza la cultura; pero eso en tanto es el sistema que provee esas
convenciones, en la redeterminación de la realidad; a la que atribuye un valor
o sentido humano, como cultura, en el propósito divino que comprende en lo real
como ley de la naturaleza. Eso tampoco es gratuito, se basa en esa bastedad
animal del sexo como necesidad existencial, inmediatamente después de la
alimentación; de lo que es sólo un ordenamiento lógico y no real, porque no
puede separarse la compulsión sexual de la necesidad de alimento; siendo que
estas se distinguen de otras necesidades básicas, como la respiración o las
funciones orgánicas, por la participación de la conciencia.
Eso sería
lo que otorgue prioridad a la compulsión sexual, por sobre la alimentación, aún
si ambas comportan algún grado de conciencia; ya que la del alimento es una
necesidad que se satisface individualmente, y sólo por su conveniencia impone
un desarrollo comunitario; mientras que la compulsión del sexo exige desde un
inicio la necesidad de interacción comunitaria, incluso si termina por realizarse
en el solipsismo, por su frustración. De ahí que muy probablemente, en la
cúspide del desarrollo humano, la sexualidad sea la última propiedad que pierda
el ser humano; como ese último vestigio de su bestialidad, recluida a los
museos para asombro de esas generaciones futuras, que probablemente ni lo comprendan.
De ahí también, y por ello, que el desnudo adquiera hoy cualidades litúrgicas
en esa ritualidad de la compulsión sexual; por la que aún lo humano se reconoce
bestia, sabiendo ya sin embargo que ese es el Edén cuya pérdida puede terminar
lamentando en su inteligencia.
El desnudo
es así una catarsis, por la que el ser humano no necesariamente protesta pero
se ofrece a sí mismo; en esa liturgia con que trata de retener el Paraíso de su
bestialidad, sabiendo que inevitablemente va a perderlo. Es curioso que así sea
el sexo la convención con su desnudez litúrgica que resguarde el
equilibrio existencial; porque fue este mismo el tabú que sobrepuso al hombre entre
las bestias puras, al regularlo en el valor político de la economía como
convención religiosa. He ahí el
misterioso significado del rechazo vicioso de esa bestialidad con que se
relacionan Ares y Afrodita, por la magnificencia de Febo; donde el magnífico es
ese esplendor futuro de la inteligencia, que se realiza desde la máxima potencia
de Zeus; mientras Afrodita —que es una titánida— se regala en esa bestialidad de
Ares, rechazada también por la árida Atenea que complementa a Febo.
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