Evolucion (2016)
Primero imagine una novela tan extraña como
Epepeh, del húngaro Ferenc Karinthy, luego imagine
que la adaptan al cine; sólo esa torcida referencia puede describir la
sensación de inquietud que provoca un filme tan distinto como el francés Evolucion
(2015). En honor a la verdad, con su propio desenvolvimiento, el filme se hace
más comprensible que la novela húngara; pero en ambos casos la referencia es a
una extraña distopía, que ni siquiera se explica en términos explícitamente
políticos. En Evolución, la textura es de soterrado horror, que poco a poco se
va develando, en una comunidad que explica su propia extrañeza; un pueblo típico
del Mediterráneo, pero con una estructura ginocrática. El horror es comedido y
el tempo es súper lento, como corresponde a un experimento de vanguardia
francesa; y los personajes sugieren oscuras referencias, demasiado sutiles para
que sean valiosas más allá de los propios autores.
Eso último, no obstante, es secundario, pues lo que importa es la
experiencia misma de la vida en el pueblo; en el que lo femenino es sólo un
tópico no argumental, y cuyas derivaciones desviarían la atención del drama. El
drama es la experiencia de un niño, a través del cual descubrimos que no se
trata de un mundo normal; las mujeres resultan de una especie sirénida —por
decirlo de algún modo—, y su modelo social es el de las amazonas. En el pueblo
sólo hay mujeres extremadamente parecidas entre sí, y niños varones de once años
a lo sumo; ni niñas ni hombres, de modo que toda la tensión dramática se da
entre estos dos bandos. Más adelante se descubrirá cuál es el verdadero vínculo
entre ellos, que no es filial, y la naturaleza horrorosa de su vida; pero el
filme es lo suficientemente maduro como para dejar claro que ese horror es sólo
una experiencia subjetiva, en tanto propia de una de las partes.
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De este modo, las sugerencias del filme están en los alcances de su
dramaturgia, que ilustran el utilitarismo de las relaciones inter especies; en
las que inevitablemente una sirve a los fines de la otra, y nunca a la inversa.
Las sirénidas podrían ser lo mismo extraterrestres sirviéndose de la especie
humana que banqueros insensibles al olor que provocan; la madurez del filme
está en que no se plantea esto a través de manipulaciones retóricas ni con
discursos éticos, sino con la simple figuración, exhibiendo con desparpajo su
eficiencia epistémica y credibilidad. Por supuesto, así como plantea los
problemas, el filme también sugiere la solución, que reside siempre en la
humanidad; pero esta como referencia a la singularidad ontológica de la
conciencia del Ser sobre sí, nuevamente sin simplicidades éticas.
El filme ha ganado múltiples premios en festivales como el de San Sebastián
y Estocolmo, y tiene actuaciones preciosas por la sobriedad; es un objeto ostensible
y orgullosamente francés, que se sirve de esa textura para alcanzar su poder
reflexivo y existencial. Una cinematografía igualmente poderosa, apoyada en
esos mismos elementos de su carácter absolutamente francés; y en general un magnífico
producto para quien guste de fuertes estímulos intelectuales, que hagan del
horror una estética y no una experiencia vulgar.
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