Fue Jorge Luis Borges el que comparó al tango y el jazz, afirmando que
ambos comparten el origen escabroso; lo que no deja de ser un cliché, revelando
en ello una intuición trascendente sobre la realidad. En efecto, todo proceso de
desarrollo natural corre dialécticamente, de las orillas a la institucionalidad
convencional; y eso se cumple también en los desarrollos culturales cubanos,
por más que en esa retorcida forma con que en Cuba realiza su decadencia la Modernidad.
Fue a San Isidro, el barrio de las mujeres de mala vida, adonde vino a morir
la familia Lezama Lima; que en su propia decadencia, arrastraba el último respiro
del arte popular, elevado a la excelencia literaria. No hay que engañarse,
José Lezama Lima era una institucionalidad, pero en sí mismo y no presupuestal;
de esa precariedad el impulso vital que añadió otra espiral al desarrollo de la
literatura cubana, contra el mimetismo vanguardista.
Habría sido ese mimetismo, supurando de los encontronazos personales, lo
que arrinconara a la literatura cubana; primero con el estruendo
intelectualista de la revista Ciclón, donde se alimentó la institucionalidad revolucionaria
que se los tragaría después. La cultura cubana, resumida en el espejo de su
literatura, moría en ese arrinconamiento progresivo de su intelectualidad; que
se vanagloriaba del avasallamiento del titán, con la arrogancia olímpica de los
que sólo pospusieron su propia marginación.
Ese es el antecedente del Movimiento San Isidro, que pareciera retomar los
hilos donde los dejara caer el titán de Trocadero; una fuerza de renovación,
que lloviera sobre las instituciones nacionales el alud de sus propias
contradicciones. Sería en la calma de ese ojo del huracán que se refugiara el
movimiento del hip hop cubano, por ejemplo; una de esas fuerzas que pugnan por
su propio desarrollo, en que superar de una vez la maldita circunstancia de esa
decadencia de la Modernidad.
No hay que olvidar que el Hip hop es de algún modo una contracción a los
principios repetitivos de la rítmica primitiva; justo a una naturaleza
repentista, que recuerda el origen sustancioso de toda cultura verdadera, antes
de la sofisticación virtuosa. Curiosamente, como el tango y el jazz, el Hip Hop
nacería de la misma turgencia popular de la cultura, en su marginalidad; y ese
es sólo un ejemplo de lo que pasó en San Isidro, junto a la multitud de otros
sucesos, como la contesta puntual de todas y cada una de las contradicciones
nacionales.
Desgraciadamente eso no es lo único que ha pasado en San Isidro, sino que
también da lugar a su singularidad política; que es inevitable, pues ese alud
de contradicciones que manifiesta como en una performance, provienen de la
realidad política. El problema está en que esta naturaleza amenaza con
sobreponerse a esa turgencia que encausa, como otra convencionalidad; porque con
toda su marginalidad, San isidro no ocurre como una alternativa a la institucionalidad, sino
como una institucionalidad alternativa.
No que ese desarrollo no sea legítimo, sino que tiende a lo lastimoso, como
tendencia que le corrompe el nacimiento mismo; en uno de los dilemas más
dolorosos, a la vez que inevitable, de ese desarrollo improbable de la cultura
nacional. A saber, era difícil prevenir una recuperación de ese golpe mortal a
la cultura que es la institucionalidad gubernamental; cuya naturaleza
clientelista, debida a su autoritarismo ideológico natural, la hace también la
madre de toda corrupción.
Como realidad política, con todo y su legitimidad, San Isidro sólo confirma
esa precariedad del destino cubano; que respondiendo aún al idealismo enfermizo
de los modelos políticos modernos, sólo puede ofrecer esta alternativa suya. El
problema con esta alternativa suya, es que su mismo desarrollo la llevará a
repetir los vicios que critica; simplemente porque estos vicios no son
categorías abstractas y moralmente eliminables, sino condiciones de la
naturaleza humana en que se realiza todo fenómeno.
Otra cosa hubiera sido si —mucho más difícil— no se ofreciera como espacio
alternativo para lo mismo, otra institucionalidad; es decir, que luchara por
sólo persistir como espacio de expresión cultural, lo que ya es políticamente
atrevido y extenuante. La diferencia habría estado en el resultado, con el
espacio como base de la que habrían salido nuevos hombres con nuevos
pensamientos; en vez de lo que parece que va a ocurrir, como otro pasillo en la
danza de la dialéctica histórica como un bucle fatal.
Debe quedar claro, en todo el espectro de las contradicciones políticas
nacionales, San Isidro es lo más fresco; por ello es también lo que más
posibilidades tiene, más allá del pesimismo sobre el lúgubre destino de la
cultura. De lo que se habla aquí es de otra cosa, y es la cultura como base de
toda proyección política, donde no basta la buena voluntad; esa que reunió
tanta contradicción en un grupo seminal, que podría responder a la renovación
más total del país, sin agotarse en la maldita circunstancia de la política por
todas partes.