La ontología tras la poética de la hija de Eva
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Conviene entonces estructurar esta ontología, incluso para comprender mejor
esa eficacia poética de la Varela; que no tiene por qué ser consciente o no,
dado que sólo se refiere a la eficacia de esta reflexión, incluso en su
belleza. Esta belleza, por su parte, sería su atributo natural, como la armonía
en que puede reflejar el universo que la ocupa; y que como ya se dijo, explica
ese esplendor en que retoma el hilo de las postmodernas —que son Eva—, como su
hija.
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Es decir, se trata del momento posterior y apoteósico, en que la cultura hebrea adquiere su propio sentido; distinta ya de la semítica en general, como maduración del monoteísmo, desde la contracción del destierro en Babilonia. Es el momento en que el exceso de Akenatón se adecua al orden tricotómico, con que ya Abraham había llegado a Canaán. En la base de la cultura occidental, esta ontología da lugar entonces a la política, con la subordinación inteligente de la naturaleza; cuya voluntad singular —como sentido propio— se excluye al salvajismo sexual de Lilit, en esa incorporación ya hebraica.
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Contra el horror, sólo la marginalidad femenina retiene la facultad de
liberación, como naturaleza del hombre; que incluso en Eva (Eu/Eua) va a
relacionarse con su Némesis de la noche (Laila/Lilit), en su reflexión. Es de
ahí de donde nace la eficacia de las hijas de Eva, como corrección de las
pretensiones políticas de la humanidad; que se instalan en su poesía, con la
ineficacia del amaneramiento intelectual de los modernistas.
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Esa es la naturaleza misteriosa del vate, que no es profética sino sanadora,
porque quema en sí los excesos; que es lo que presta densidad a esta poesía,
como ese poder hermenéutico, que es así también mágico y de bendición. Después
de todo, el arte —en su naturaleza— debe su apoteosis a esta función, en que
suple la función religiosa; baldada en su institucionalidad, por esa apoteosis racionalista,
que lastra con su exigencia de positivista toda capacidad de representación
trascendente.